jueves, 26 de junio de 2014

Pectoral del faraón Psusennes I

Pectoral (detalle)

     Como la entrada anterior de este blog se refiere al brazalete de Psusennes I de la XXI dinastía egipcia, que gobernó entre el 1039 y el 991 antes de Jesucristo, para no repetirme, envío al lector a dicha entrada, en la que expongo con todo lujo de detalle, el contenido del cartucho real que vemos situado sobre el escarabajo. Por otra parte, el hecho de que su real tumba no haya sido saqueada, como casi siempre sucede, nos ha deparado un sin fin de objetos valiosos como su grandioso sarcófago de plata, más cara en el antiguo Egipto que el oro, por tener que importarla de muy lejos y más difícil de trabajar, entre otros inconvenientes por poseer un punto de fusión más alto que el preciado metal; su excelente máscara que nos recuerda a la de Tutankamón elaborada en oro, lapislázuli y pasta de vidrio, de 48 cm de altura, 38 de anchura y 6 mm de  espesor; magníficos collares; una gran variedad de anillos; en definitiva, un gran ajuar funerario.
     Centrándonos ahora en el pectoral de la imagen, es una magnífica obra de orfebrería, desde la preciosa cadena de 42 cm de longitud que lo sostiene, hecha con alargados eslabones en donde se alterna oro, lapislázuli, feldespato verde y otras piedras de adorno en doble fila, hasta el contrapeso en forma de flor de loto como parte final, con incrustaciones de pedrería de variados colores. Además de los materiales mencionados, para confeccionar el conjunto de la obra se utiliza jaspe verde; y vidrio negro, rojo y azul.
     Destaca el gran escarabajo alado central de jaspe muy oscuro, con una altura de 6,5 cm de alto por 4,5 cm de ancho, con un contrapeso de jaspe rojo en su parte inferior. Impresionan sus enormes alas de gran riqueza cromática conseguida a base de innumerables piedrecitas, talladas e incrustadas en bandas horizontales realizadas en oro. En la parte superior nos encontramos con el bellísimo cartucho real, que es una obra de arte por sí solo, como podemos observar en los signos jeroglíficos que contiene sobre el fondo dorado, que colabora a que destaquen aún más. Aquí, podemos leer el nombre de este faraón en su lengua, la más bonita del mundo a la hora de ponerla por escrito. Las dimensiones totales de la pieza son de 10,5x 12,5 cm, y de lo que no cabe ninguna duda, es de encontrarnos ante una obra maestra de la orfebrería egipcia, en la que, valga la redundancia, sus artesanos eran unos auténticos maestros.
     Este pectoral se encontraba junto con otras piezas de gran interés en el sarcófago de plata que contenía los restos óseos del faraón. El significado del mismo hay que vincularlo con el renacimiento del Sol que ocurre todos los días, que es lo que simbolizaba el escarabajo pelotero para los antiguos egipcios haciendo girar su bola de estiércol. Además, en su parte posterior (que no vemos en la imagen), lleva grabado el capítulo 30 del Libro de los Muertos, que ayudaba al difunto a enfrentarse al temido juicio de Osiris.

       R.R.C

miércoles, 25 de junio de 2014

Brazaletes del faraón Psusennes I


   
     El egiptólogo francés Pierre Montet descubrió en la década de 1930 la necrópolis real de la XXI dinastía egipcia, en 1940 encontró la tumba del faraón Psusennes I en la antigua ciudad de Tanis situada en el delta del Nilo. Hallazgo harto interesante, si tenemos en cuenta que el lugar de descanso eterno de este faraón se descubrió intacto, algo insólito en cuanto a tumbas reales se refiere, salvo contadas excepciones. Se sabe, que este soberano estuvo en el poder durante mucho tiempo, alrededor de cincuenta años, entre el 1039 al 991 antes de J.C. Encontró su momia en un sarcófago de plata (escasa y por lo tanto muy cara en Egipto), que a su vez, se encontraba dentro de un sarcófago de granito negro, contenido en uno exterior de granito rojo. Además, localizó su impresionante máscara realizada en oro y conservada en el Museo de El Cairo; dedales, una pareja de sandalias y pulseras de este preciado metal, junto con jarras y platos de alabastro. En adelante, me limitaré a destacar uno de los brazaletes que este faraón portaba en su brazo y que inicia esta entrada, centrando mi atención en el espectacular cartucho que lleva su nombre.

     Es una espléndida pulsera de oro macizo tallada tanto en la parte interior como exterior. Es la más grande, pesada y bonita de todas las que tenía este monarca, la cual destaca por su forma, diseño y elegancia entre las demás. En la imagen que vemos, predomina el mencionado cartucho que los egipcios denominaban “Shen”. Pone lo siguiente:
     
     Debemos empezar a leer por esa gran figura central que consiste en un pato volando con cola larga. Aunque en otras ocasiones hace referencia a volar, cuando tiene un valor figurativo, en este caso se emplea como artículo definido y lo podríamos traducir por: la y sonaría Pa. En este caso, la estrella de cinco puntas que aparece a su izquierda sí tiene un valor figurativo y representa al mismo astro con sonido seba. El pequeño montículo con Sol naciente significa aparece y suena ja. La línea quebrada inferior la podríamos pronunciar y traducir por en. El círculo con la equis en su interior significa ciudad y suena niut. A la derecha y en la parte superior del cartucho, nos encontramos con el nombre de la divinidad Amón, representado por el junco en flor (que recuerda una pluma), el tablero con siete fichas y la línea quebrada, obtendríamos el sonido imen. Por último, la azada inferior es el verbo amar, que leeríamos mer y traducimos por: amado. Luego, ya tenemos concluido, tanto su pronunciación jeroglífica: Pasebajaenniut merimen ¡vaya con el nombrecito! Como su traducción al español: “La estrella que aparece en la ciudad, amado de Amón”. Este sería el nombre de cuna del soberano, conocido como Sa Ra. Además, contaba con otros cuatro nombres, entre ellos el Nombre de Horus (no lo hemos tratado aquí), que hace alusión a la ciudad egipcia de Tebas y que en jeroglífico se pronuncia: Uaset. Así pues, podemos suponer que la ciudad a la que se refiere su nombre de cuna es a la capital del Alto Egipto y que hoy día se conoce como Luxor.
       R.R.C.

APÉNDICE:

                         Brazalete de oro y piedras de adorno del faraón Psusenes I

     Es uno de los 22 brazaletes que este faraón llevaba en sus brazos, cuando fue descubierta su tumba intacta por el arqueólogo francés Pierre Montet en Tanis, en el delta del Nilo a finales de la década de 1930. Una estupenda obra de los orfebres egipcios del Tercer período intermedio, elaborada con oro y piedras de adorno incrustadas como: turquesa, cornalina, lapislázuli… que dan una gran vistosidad y colorido a esta pieza que se remonta a los siglos XI-X a. de C. Custodiada en el Museo de El Cairo presenta un excelente estado de conservación. En la imagen vemos una serie de signos jeroglíficos que podríamos traducir de izquierda a derecha como sigue:“Señor de brazo fuerte; Señor de las Dos Tierras; Rey del Alto y Bajo Egipto; que sea dotado de vida (La estrella que aparece en la ciudad, amado de Amón)”, es decir, Psusenes I.

     Sin embargo, lo más importante lo encontramos en el lado opuesto, y del que he podido observar una deficiente fotografía; indica que este monarca también ostentaba el cargo de sumo sacerdote de Amón en el norte de Egipto, ya que había otro en el sur (Tebas). Por lo tanto, ingresaba los impuestos como faraón y como sumo sacerdote, lo que explicaría mejor la consecución de los ingresos necesarios para su ostentoso enterramiento: "Digno de Las mil y una noches", como afirmó Montet el 18 de marzo de 1939 al entrar en la tumba de Psusenes, a pesar de que su influencia real no se extendía por todo el país del Nilo.
NOTA: IMÁGENES DESCARGADAS DE INTERNET. 
       R.R.C. 

domingo, 22 de junio de 2014

La Gioconda del Prado

     Precisamente, el Museo del Prado, a pesar de ser la mejor pinacoteca del mundo para muchos entendidos, tiene una carencia importante: el hecho de no poseer ni una sola obra del genio de la pintura universal Leonardo da Vinci, si bien, también hay que tener en cuenta, que este autor pintó muy pocas obras, casi las contamos con los dedos de las manos. Esta ausencia la puede suplir, al menos en parte, con cuadros de sus discípulos, entre ellos este retrato de la Gioconda, que un alumno suyo pintó a la vez que el maestro a principios del siglo XVI, en la ciudad de Florencia. Se ha apuntado a Francesco Melzi como su autor más probable. La similitud tan grande que presentan ambos cuadros, junto con el hecho, de mostrar las mismas modificaciones bajo las pinturas que vemos hoy en día, como se ha comprobado con exámenes radiológicos, es una prueba evidente, de que cuando rectificaba Leonardo en su tabla, hacía lo mismo el discípulo. Luego, bajo la supervisión de su maestro, ejecutó su retrato el aventajado alumno, que sin llegar a ser una obra genial como la de su instructor, sí realizó un buen trabajo.
Recreación del momento en el que ambas obras se ejecutaron
     Este hallazgo sensacional, entre otros tesoros artísticos acumulados en el Museo del Prado, ha supuesto una pequeña revolución en el mundo del arte. Llevaba prácticamente tres siglos formando parte de las colecciones reales, pasando un tanto inadvertida por la espesa capa negra que cubría todo el fondo del cuadro, hasta que hace poco, se planteó la necesidad de quitar todo ese repinte negro* con el que se dotó a la tela en el siglo XVIII, probablemente, con la intención de que destacase más el retrato femenino, al centrar toda nuestra atención en el mismo, y no en el espléndido paisaje que lucía el fondo de la obra. Por otra parte, no es un hecho insólito en esa época, ya que otras pinturas corrieron igual “suerte”. Dos años se necesitaron para llevar a cabo el proceso de restauración, con un resultado espectacular, como podemos ver en su poderoso colorido y enigmática belleza. Además, presenta un estado de conservación muy superior a su hermana parisina, oscurecida por los barnices que se utilizaron y que no emplearon en la del Prado.
     Pintada sobre tabla de nogal, al igual que hacía Leonardo, y no de roble como se creía hasta ahora, típico de los Países Bajos, no la podemos considerar como una de tantas copias más, que hay de Mona Lisa por el Mundo, por la sencilla razón de que ésta no se copió de la original, sino que fue pintada a la vez que ella y directamente en el taller de Leonardo con la modelo posando. La diferencia principal que podemos encontrar entre ambas, es que la Gioconda de Madrid, carece de sfumato, de esa técnica que empleaba Leonardo en sus cuadros, especialmente en éste, que los llena de misterio, con líneas vaporosas y contornos sin delimitar alrededor de la boca y los ojos. Otra diferencia que merece la pena destacar, es la presencia de unas perfiladas cejas que tiene la obra de Madrid y de las que carece la de París, bien porque nunca las tuvo, o porque fueron eliminadas en alguna restauración posterior. Ambas son idénticas en tamaño y forma, aunque varían claramente en algunos de los colores que presentan; sólo bastaría con detenernos en sus mangas.
      Por último, un análisis detallado de este cuadro, nos debería permitir conocer mejor la Gioconda del Louvre y la técnica de trabajo de Leonardo. Y por otra parte, podemos contemplar mejor la Mona Lisa de Madrid, al menos de momento, al no exponerla en esa especie de incubadora de alta seguridad, que nos impide ver la genialidad con la que Leonardo movía sus pinceles.
*Labor que realizó la restauradora del Museo del Prado: Almudena Sánchez Martín, devolviendo la obra a su estado original, "una auténtica revelación", según sus propias palabras.  Junto a ella, el conservador Miguel Falomir y la investigadora Ana González Mozo fueron los encargados de conseguir poner en la palestra esta obra, prácticamente desconocida por todos.
      R.R.C.
Nota: hay una entrada en este blog sobre la Gioconda de Leonardo con el título “La Gioconda del Louvre” que podrá encontrar utilizando el buscador de la derecha.  

lunes, 9 de junio de 2014

El brazalete de Tutankamón

 
  
      Hay varias entradas dedicadas en el blog a este famoso faraón de la XVIII dinastía egipcia, que murió antes de cumplir los 20 años de edad hace más de 3200 años. Son numerosas las alhajas encontradas en su tumba en el Valle de los Reyes cerca de Luxor, entre las que se encontraba este hermoso brazalete de unos seis centímetros de diámetro, conservado en el Museo de El Cairo. Las joyas de Tutankamón destacan sobre otras de esta época, por su buen estado de conservación y por su originalidad. Impresiona, desde luego, el enorme escarabajo de lapislázuli engastado a modo cloisonné que presenta en la parte superior, como símbolo de creación y renovación. Es de sobra conocido por todos, la importancia que concedían los antiguos egipcios al “scarabaeus sacer”, que se convirtió en uno de los adornos más utilizados en orfebrería y tuvieron un papel muy importante en los rituales funerarios.
     Es un brazalete rígido de oro y piedras de adorno incrustadas, entre las que destaca el magnífico coleóptero acompañado con dos bandas de piezas realizadas  a base de cornalina, ágata, lapislázuli,  turquesa, vidrio coloreado y oro. En los laterales de la joya se puede comprobar una bella flor de cuarcita, flanqueada por dos capullos en flor de cornalina. Toda una sinfonía de colores que dotan a esta obra de orfebrería del Antiguo Egipto, en un ejemplo de la belleza que estos artesanos lograron alcanzar en su dura labor al servicio de la creación artística.

      R.R.C.
APÉNDICE
                                           BRAZALETE DE CUENTAS DE TUTANKAMÓN
      Nos encontramos ante una de las numerosas joyas que tenía reservadas para la posteridad el lugar de enterramiento del famoso faraón Tutankamón. Una más de las 5200 piezas que contenía la tumba y que conserva el Museo de El Cairo. Cuentas alargadas y de diferentes materiales, formas y colores recorren toda la pulsera, en la que se emplea el oro como base, para completarla con un enorme escarabajo pelotero de lapislázuli que hace de cierre de la misma. Si nos fijamos en el final de sus patas delanteras, podemos comprobar claramente el cartucho con el nombre de este faraón, que el coleóptero lleva en su boca, y pone NEB-JEPERU-RA: “El señor de las manifestaciones es Ra”, el Nombre de Trono de este monarca.

     Quiero recordar que en el antiguo Egipto el nombre personal jugaba un papel muy importante en sus vidas; el nombre y el individuo en concreto eran inseparables. En el caso de objetos valiosos como el presente, esa unión era aún más poderosa si cabe, ya que no solo era un elemento de adorno, pues todas estas joyas tenían un poder mágico-religioso y protector sobre su portador. Por eso, era muy importante que llevaran su nombre grabado; ya que solo a él le servirían los poderes mágicos que pudiese atesorar la joya en cuestión; y no a otra persona. Por tanto, en caso de robo, solo le quedaba su valor material (que ya era mucho), y no aportaría nada más a su ilegítimo nuevo propietario.
          R.R.C.
APÉNDICE II
                                     BRAZALETE FLEXIBLE DE TUTANKAMÓN

     Nos encontramos ante una de las joyas que aparecieron en la tumba de este faraón, concretamente en el brazo derecho de la momia cuando fue descubierta en 1922 por H. Carter en el Valle de los Reyes. Un brazalete flexible de cuentas elaborado a base de oro, cornalina, loza y piezas de vidrio, que lo dotan de un gran colorido y vistosidad. Asimismo, un espectacular cierre rojizo con forma de ojo de Horus, el Udyat (el que está completo), símbolo que protege y da estabilidad a su portador. Uno de los amuletos mágicos más potentes y utilizados en el Antiguo Egipto.
     En el reverso del cierre nos encontramos con la frecuente inscripción jeroglífica que suelen llevar estas obras maestras de la orfebrería egipcia; entre la que podemos observar el cartucho de Tutankamón, el cual hace referencia a él como gobernante. Además, también se refiere al faraón como Señor de las dos Tierras (Egipto); imagen de Ra; y que sea dotado de vida eternamente y para siempre. En fin, las habituales dedicatorias que los orfebres y artistas egipcios reservaban a sus monarcas.
ACLARACIÓN: “eternamente” hace referencia a la eternidad cíclica en la que interviene la tierra; mientras que “para siempre” hace referencia a la “eternidad luminosa” en la que interviene el Sol. De ambas maneras los antiguos egipcios se pronunciaban sobre la eternidad.
       R.R.C.      
NOTA: Imágenes descargadas de Internet.

sábado, 7 de junio de 2014

El escarabajo de Tutankamón

     Aunque se trata de un pectoral, he denominado así esta entrada porque ya hay otra en este mismo blog titulada “El pectoral de Tutankamón”. Además, como veremos a continuación, el material del que está hecho el escarabajo que aparece en la parte central de la joya ha dado mucho de qué hablar. Este impresionante colgante de 14.9 cm. de altura y 14.5 cm. de anchura, fue descubierto en la tumba de este faraón en el Valle de los Reyes en 1922 por Howard Cartel, junto con un rico ajuar de más de cinco mil piezas, y que hoy podemos ver en el Museo de El Cairo. Como todo lo hallado en este lugar tiene una antigüedad de más de 3200 años.
     Empezando por el misterioso escarabajo, no viene mal recordar como aparece descrita la gema en el diario de su descubridor: “calcedonia amarilla verdosa”, es decir, pensaba que se trataba de una piedra del grupo del cuarzo, un anhídrido silícico (SiO2), y eso se pensaba hasta 1999, en el que un geólogo italiano estudió el mineral y llegó a la conclusión de que era un cristal natural del desierto, concretamente del Gran Mar de Arena situado en el desierto Líbico, al noroeste del Sahara, cerca de la frontera con Egipto. Por lo tanto, nos encontramos ante un mineral raro y escaso, a cientos de kilómetros de la civilización, en un desierto dentro del desierto y que los antiguos egipcios fueron los primeros en utilizarlo para realizar una joya. ¿Cómo llegó hasta allí una expedición, coger el material y ponerlo en manos de los orfebres del faraón? Todavía no hay respuesta a esta pregunta. Otra interpelación que nos podemos hacer es ¿cómo se formó aquí este mineral y a partir de qué? Bien, para esta última cuestión parece que sí hay respuesta.
     Las hipótesis científicas más verosímiles vienen a coincidir en el hecho, de que hace 29 millones de años cayó en esta zona un meteorito que no llegó a impactar directamente en la superficie, pues no se ha encontrado cráter alguno que lo confirme, pero que podría haber explotado (hay quien apunta a unos 8 kilómetros de altura) poco antes de establecer contacto con el suelo, provocando un extraordinario aumento de la temperatura y la presión, fundiendo la arena del desierto y, al enfriarse, dio lugar a este atípico cristal de aspecto lechoso y traslúcido que aparece en mitad de los corredores que forman las cadenas de dunas. Sólo lo encontramos diseminado en una zona muy pequeña, de unos 40 kilómetros cuadrados aproximadamente. Por otra parte, a pesar de ser conocido como cristal líbico, no es un cristal, sino un vidrio, pues no se puede clasificar en ninguno de los siete sistemas cristalinos que conocemos, al no tener orden atómico en su estructura molecular. Otra evidencia que avala la teoría del meteorito es el hecho, de que en el interior, llamándolo ya con propiedad, de este vidrio, se han encontrado burbujas con elementos de meteoritos que podríamos considerar como impurezas, que junto con la intensidad del color y la transparencia determinan la calidad de esta piedra.
     Centrándonos ahora en el conjunto de esta hermosa pieza de joyería egipcia, está hecha de oro, piedras de adorno y cristal coloreado, con una técnica llamada cloisonné, pues está ejecutada a base de numerosos y pequeños compartimentos (cloisons en francés), en donde se incrustan los diversos materiales que producen un bonito efecto cromático. Como es habitual en la orfebrería egipcia, el lapislázuli de gran calidad importado de Afganistán tiene un papel destacado en el conjunto del colgante. Y, al igual que ocurre en otras piezas de este faraón, su Nombre de Trono*: “Jeperu neb Ra” que traducido sería: “El Señor de las manifestaciones es Ra” se encuentra implícito en el pectoral, junto con otras alusiones y símbolos que pasamos a ver.
     Si empezamos por el espectacular escarabajo alado, tenemos el signo jeroglífico “jeper” (manifestación). Éste, sostiene con sus patas delanteras y la punta de sus alas la barca conducida por el Sol, que podemos identificar con otro signo de la antigua escritura egipcia que se pronunciaría “neb” (señor), y el disco solar que nos encontramos en la parte superior es el dios Ra. Por último, el plural de “jeper” se consigue con las tres flores de loto que hay en la parte inferior (junto a otras de papiro colgantes y cabezas de semilla de amapola), que equivaldrían a los tres trazos con los que se indicaba el plural, así, obtendríamos “jeperu” (manifestaciones). Además, el escarabajo agarra una flor de papiro con una de sus patas y tres flores de loto con la otra. Flanqueado por dos cobras (uraeus) con el disco solar sobre sus cabezas, símbolos del Bajo Egipto, sin olvidar, que como atributo de la realeza, sólo las podían portar los faraones. Tanto las cobras como las flores de loto que emergían del fondo de las aguas eran alegorías de la resurrección.
     No podía faltar en una joya que tenía un carácter protector de su dueño, el conocido Ojo de Horus, “el que está completo” (Udyat) que vemos sobre la barca solar, por cierto, flanqueado también por dos cobras. Aparece coronado por la luna en cuarto creciente hecha de oro y por el disco solar elaborado en plata, con las imágenes en pequeño tamaño de los dioses Thot y Ra-Horajty coronando al faraón que aparece en el centro. Udyat es un potente protector, es uno de los amuletos más usados por los antiguos egipcios. Símbolo del orden, lo estable, lo imperturbable, que potenciaba la vista y que protegía a los difuntos. El conocido Libro de los Muertos en su capítulo 112 nos dice al respecto: “El Ojo de Horus es tu protección, Osiris, Señor de los Occidentales, constituye una salvaguarda para ti: rechaza a todos tus enemigos, todos tus enemigos son apartados de ti.”
     En definitiva, una obra maestra de la orfebrería en un magnífico estado de conservación, rebosante de colorido, orden, equilibrio y simetría, que en ningún momento resulta abigarrada, o excesiva, a pesar de la gran cantidad de detalles que podemos apreciar en ella.
* Tengamos presente que los faraones podían recibir hasta cinco nombres y éste era uno de los más utilizados. Podrá encontrar el lector una explicación un poco más amplia en la otra entrada ya mencionada “El pectoral de Tutankamón”.

     R.R.C.