Se trata de una pintura al temple sobre tela (174 X 279 cm) actualmente en la Gallería de los Uffizi de Florencia. Pintada entre 1484 y 1486. La persona que encargó este cuadro a Sandro Botticelli para su casa de campo fue un miembro de la familia de los Médicis. El papel de la diosa fue interpretado por Simonetta Cattaneo de Candia, “ la bella Simonetta”, una musa florentina esposa de Marco Vespucci que fue retratada por el autor del cuadro en varias ocasiones. Era tal su belleza que todo noble de la ciudad quedó loco por ella, entre otros Lorenzo y Giuliano de Médicis, y por supuesto, el propio pintor, que estuvo toda su vida enamorado de ella e incluso después de su temprana muerte a los 23 años, unos diez años antes de que Botticelli terminase el cuadro. Todas las mujeres de los cuadros del artista se parecen a Simonetta, como se ha visto en muchos retratos póstumos que él pintó de ella. Llegó a solicitar ser enterrado a sus pies en la iglesia que los Vespucci poseen en Florencia y así se hizo a su muerte en 1510, más de 30 años después del fallecimiento de su musa.
En este lienzo se representa una escena con cuatro personajes en un idílico paisaje. Las dos figuras de la izquierda, Céfiro y Cloris, simbolizan la unión de la materia y del espíritu para insuflar la vida a Venus. Desde los tiempos de la Roma clásica nunca se había representado a esta diosa pagana desnuda con tal tamaño. El desnudo femenino considerado pecaminoso en el arte medieval cristiano, es recuperado en el Renacimiento como símbolo de inmaterialidad. La Venus de Botticelli no representa el amor carnal o el placer sensual, sino que, con su postura y sus finas facciones, se acerca más al ideal de la inteligencia pura o suprema sabiduría. A la derecha, la Hora de la primavera tapa con su manto a la diosa, en señal de que los misterios de Venus, como los del conocimiento, están ocultos. Los personajes adoptan el «paso de danza» con el que parecen flotar sobre el paisaje, realzando su carácter etéreo. Para algún autor es el más bello poema dedicado al cuerpo femenino. Es ritmo, melodía, poesía. Se mueve todo a impulsos del Céfiro, que incurva el cuerpo de Venus y riza las olas del mar.
En el aspecto técnico destaca el cuidadoso trabajo de Botticelli en la elaboración de cada personaje y cada símbolo. Para ello se sirve de un depurado dibujo en el que predomina la línea sobre el color. En la obra de este artista se revela el protagonismo del dibujo que caracteriza a la escuela florentina del Renacimiento. Destaca el delicado trabajo de las formas naturales en el tratamiento del paisaje. Pero no es un paisaje simbólico, que marcaría un retorno al tardogoticismo, sino más bien la representación de la naturaleza transfigurada. Una naturaleza que aporta sus elementos básicos que alcanzarán su esplendor al ser reinventados por la razón y la imaginación humanas. Aunque la perspectiva no es su preocupación fundamental, no se olvida de ella, como podemos ver en su recortada línea de costa que nos permite adentrarnos en el cuadro.
La venus de Botticelli es tan bella que no nos damos cuenta de ciertos errores técnicos. En el tratamiento del cuello y el hombro de Venus se observan ciertas deformaciones, la antinatural caída del brazo izquierdo, e incluso los pies hinchados de la diosa. Pero tales «errores» contemplados en la globalidad del cuadro, acentúan su idealización al crear líneas onduladas y suaves que incrementan la elegancia de esta Venus, que pasará a ser considerada como el modelo de belleza femenina del siglo XV.
Manual de Arte. Adaptado por R.R.C.