Se trata de un
cartón para tapiz (269 X 350 cm.) conservado en el Museo del Prado. Fue pintado
por Goya en 1788-89 con destino al dormitorio de las infantas en el Palacio del
Pardo. Se trata de la cuarta serie de cartones que el pintor realizó entre 1788
y 1792, dedicados al ocio y las diversiones campestres. Según sus propias palabras, «representa un corro de varios jóvenes y señoras jugando al cucharón».
Los jugadores visten trajes que hablan de su elevada posición y vestidos
populares de majas y majos, con redecillas en el pelo. El traje popular estuvo
de moda entre las clases altas y demuestra, según Ortega y Gasset, la voluntad
de plebeyización de la sociedad española del siglo XVIII. La composición se
resuelve colocando a los personajes del fondo en los huecos que dejan los
situados en primer plano. Podemos destacar el joven que se agacha para evitar
ser tocado con el cucharon y la mujer que se inclina hacia atrás, mientras el
compañero de su derecha lo hace hacia delante, lo cual, contribuye al dinamismo
amable de toda la escena. Si profundizamos un poco más en la actitud de los
personajes, la pareja que aparece situada a la izquierda, están más pendientes
de “ligar” entre ellos, que del juego en el que están inmersos, que por otra
parte, exige concentración, lo que nos podría llevar a interpretar la escena
como una alusión al amor ciego. Sea como fuere, todo transmite un momento
encantador y de disfrute de la vida, sin las preocupaciones que genera ésta en
su discurrir cotidiano, sobre un paisaje idílico de fondo lleno de luz y color.
La inspiración
populista de Goya, iniciada en La vendimia, se vuelve más sutil en este
apreciado cartón. Las figuras son más pequeñas. Los colores blancos y grises
ayudan a valorar más la fuerza de los tonos calientes -rojos, pardos y ocres-
que reflejan la evolución de su paleta. Utiliza la perspectiva aérea que tanto gustaba
a Velázquez, del que Goya era un firme partidario El ambiente de la escena es
amable y galante, en una línea de estilo rococó, tendente a idealizar la
realidad. En esta obra se nos ofrece una visión optimista, alegre y
despreocupada de una aristocracia que en algunas cuestiones tenía gustos que no
eran propios de su clase. Según Hauser, en estos cartones, «El arte se hace más
humano, más accesible, con menos pretensiones; para comunes mortales ya no
expresa la grandeza y el poder, sino la belleza y la gracia de la vida».
R.R.C.