«...No hay nada que no pueda
expresarse con un bloque de mármol...». Extraer de un montón de piedra un
cuerpo humano era la máxima ambición de Miguel Ángel. En 1505, el Papa Julio II
le encarga un gran mausoleo para su sepultura. Traza grandes proyectos, para
una obra que habría de ocupar el centro de San Pedro, bajo la cúpula que
cubriría el crucero. En 1513, muerto Julio II, se ve obligado a reducir su idea
original, y al final el proyecto queda
convertido en una sencilla tumba adosada a uno de los muros de San Pietro in
Vincoli, pequeña iglesia situada en el centro de Roma, decorada con la estatua
del profeta Moisés, y dos estatuas femeninas, alegoría de la vida activa y la
contemplativa, Lía y Raquel.
Moisés,
tallado en mármol de carrara alcanza una altura de 2,35 metros, aparece
sentado, en una posición que nos recuerda al Laocoonte (descubierto en 1506 y
comentado en otra página de este blog), con una pierna firmemente apoyada en el
suelo, mientras que la otra se desplaza hacia atrás, proporcionando mayor
volumen a la figura. El contraposto
también se da en los brazos, pues mientras el derecho se apoya en las Tablas de
la Ley formando
un ángulo agudo, el izquierdo reposa en ángulo recto sobre su torso. Las manos
son expresivas de su desencanto y se aferran a su espesa y agitada barba,
mientras que la poderosa cabeza de la que salen dos cuernos de luz, símbolo de
la visión de Dios, mira hacia la izquierda y es la expresión más elocuente de
la terribilitá con que Miguel Ángel
dota a esta figura: con fiereza en la mirada, con la musculatura en tensión,
las venas se inflaman indignado por el descubrimiento de que su pueblo ha
traicionado al Altísimo adorando un becerro de oro (ahora que somos más modernos adoraríamos el oro del becerro), mientras que él se encontraba en el monte del Sinaí
recibiendo, precisamente, los Diez Mandamientos de Dios.
Con
esta obra, Miguel Ángel rompe con la armonía y el equilibrio del primer
Renacimiento, a pesar de que sus ropajes están dispuestos a la manera clásica.
Hay una plasmación de una mayor expresividad y movimiento que hace que esta
escultura pertenezca ya al alto Renacimiento y anuncie una nueva manera de
concebir la obra de arte.
Hay una bonita anécdota que relata
que cuando Miguel Ángel finalizó la estatua de Moisés se colocó delante de esta
monumental obra, la golpeó con un martillo en la rodilla y se dirigió al profeta
diciéndole: ¡ahora habla!. Lo que indica, como fue capaz de llenar de vida un
bloque de mármol.
R.R.C.
APÉNDICE (13-8-2019) Los cuernos de Moisés
Posiblemente ha sido la estatua que Miguel
Ángel realizó de Moisés para la tumba del papa Julio II en el siglo XVI, y que
hoy podemos contemplar en la iglesia de San Pietro in Vincoli de Roma, la que
popularizó una imagen del profeta del Antiguo Testamento con cuernos.
Cuando Moisés desciende del monte Sinaí
con las tablas de Los Diez Mandamientos, tenía su rostro desfigurado por haber
estado ante la presencia de Dios, según nos dice el libro del Éxodo en el cap.
34, vers. del 29 al 35. Los israelitas quedaron tan asustados que se vio en la
necesidad de cubrirse la cara con un velo el resto de sus días, descubriéndose
solo cuando volvía a estar en presencia de Dios.
¿Qué pudo ocurrir? El meollo de la
cuestión se centra en la palabra hebrea “KRN”, lógicamente escrita sin vocales,
ya que esta lengua carece de ellas. Cuando el papa Dámaso I encarga a San
Jerónimo en el siglo IV que traduzca la Biblia del hebreo y el griego al latín,
la famosa Vulgata latina, reconocida como la Biblia oficial de la Iglesia
católica, interpreta la palabra consonántica como: karan, que significa cuerno
y, de aquí, que a Moisés se le represente con estos “adornos”. Ahora bien,
actualmente se ha optado por otra traducción muy diferente del mismo término:
keren, que se podría traducir por radiante, e incluso, como rayos de luz. De
haber conocido el autor renacentista esta última versión del texto bíblico
¿cómo hubiera representado los rayos de luz a partir de un bloque de mármol?
Seguro que hubiera encontrado la forma perfecta de hacerlo.
NOTA: ¿Por
qué San Jerónimo optó por karan (cuerno) y no keren (rayo de luz)? Cuando,
además, tenía a su disposición la versión griega del Antiguo Testamento (Biblia
de los Setenta o Septuaginta), en la que para nada aparecía la palabra
cuernos. Parece evidente que el significado que quería dar al término era otro
muy distinto al que interpretamos hoy en día, es decir, que hace referencia a
la infidelidad, o al que se le dio en la Edad Media, que representaba todo lo
demoniaco. Por lo tanto, nos encontramos ante una metáfora que aludía (al igual
que en otras culturas antiguas) a la sapiencia, la fuerza, la energía, la
experiencia…; y si no a la divinidad misma, al menos a haber estado en contacto
con Dios. Obviamente, este último significado no ha llegado hasta hoy.
R.R.C.