Francisco
Salzillo, escultor de padre napolitano, se afincó en Murcia, y perteneció a la
cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, la cual le confió la ejecución de
ocho pasos procesionales. Como nos estamos acercando a la Semana Santa, sería
procedente recordar uno de ellos realizado en 1754, “La Oración del Huerto”. Tallado
en madera policromada tiene un peso de 1120 kilos, y es portado en procesión el
día de Viernes Santo por las calles murcianas por veintiocho nazarenos a la
usanza tradicional. Tanto en ésta como en otras obras, el autor demuestra sus
grandes dotes compositivas y su realismo nativo, libre de las limitaciones
ideológicas clásicas, a cuya influencia muy pocos artistas de la época lograron escapar. Recoge la
narración que hace el Nuevo Testamento del momento en que Jesús se hace
acompañar por tres discípulos para orar en el huerto de Getsemaní, en donde
horas más tarde será arrestado por una patrulla romana conducida por Judas. A
partir de este momento comenzará su Pasión y muerte, que Salzillo plasmará en sus
obras procesionales.
Su firme y
preciso cincelado no reprime su ímpetu intencionado y bien definido, con el
que revitaliza la escultura religiosa reforzándola con una nueva inquietud
emocional. Destaca en la sabia composición de las escenas con grandes dotes
escenográficas. Las figuras emanan una gran
ternura y son portadoras de sentimientos profundos.
El paso de la
Oración del Huerto es seguramente su obra cumbre. El grupo está formado por el
ángel, Cristo y los apóstoles Juan, Santiago y Pedro. El conjunto escultórico
está compuesto por dos grupos: el ángel que conforta a Jesús, forma el
principal; y el grupo barroco de apóstoles dormidos en perfecta armonía, en
segundo término.
El grupo de
Cristo y el ángel es un magnífico estudio anatómico de la agonía de Jesús; que
aparece arrodillado, a punto de desplomarse, con un rostro lleno de melancolía que refleja la angustia del momento. Destaca la perspectiva de visión frontal
y sus extremos escenográficos. El grupo es creado en un espacio diferenciado
que queda un tanto distante del espectador.
El ángel (mide
1'65) es una obra incomparable. Aparecido a Jesús en el momento más triste de su
aceptación de la voluntad del Padre, conforta al Dios-hombre en su agonía. Las
hojas de un olivo sirven de marco a este encuentro. Por los rasgos de rostro y
cuerpo que presenta, este ángel es un ser sin determinación en cuanto a sexo. La cabeza es
de una belleza incomparable, y guarda un perfecto equilibrio y armonía en sus
elementos. De cintura para arriba logra una figura en movimiento que rodea y da
vida al conjunto. De cintura para abajo se puede observar una posición forzada en su
pierna izquierda. Merece la pena destacar y observar el delicado gesto que
representa el brazo extendido. Por último, hay que poner de relieve el impresionante
plumaje del que hace gala en sus alas extendidas, pues acaba de posarse sobre
la tierra.
El grupo de
apóstoles se muestran dormidos en perfecta unión. San Juan aparece dormido
profundamente sobre su propio brazo extendido. Santiago duerme en posición
descuidada; mientras San Pedro lo hace con espada en mano, en expresiva
posición de alerta y guardia al Cristo que ora a unos metros, probablemente, la
figura más lograda por su expresivo rostro, la perfecta anatomía de su brazo izquierdo dispuesto a intervenir, y el
gran naturalismo conseguido en su pié descalzo que deja ver unos magníficos
pliegues.
R.R.C.