Desde un
punto de vista científico los milagros no existen, no tienen explicación, la
Física no tiene respuesta para ellos. La medicina o las ciencias que se
encargan del estudio de la naturaleza no pueden admitirlos, y probablemente
nunca puedan explicarlos. Por lo tanto, no se encuentran dentro de su ámbito de
actuación. Ahora bien, esto no significa que no puedan ocurrir, la naturaleza
misma del milagro implica, necesariamente, que no se comporta conforme a las
leyes físicas que conocemos y, precisamente por ello, no lo podemos comprender.
Son muchos los científicos cristianos que admiten esta posibilidad. Pero desde
un punto de vista histórico ¿qué podemos decir de la actividad taumatúrgica de
Jesús? ¿Se puede afirmar que Jesucristo hizo milagros con los documentos
históricos en la mano? ¿Qué nos puede aportar la crítica histórica al respecto?
Todos sabemos que los Evangelios y demás
fuentes cristianas los dan por sentados, tanto los textos bíblicos como otros
muchos extrabíblicos. El inconveniente que presentan estos documentos es que
siempre se podría decir que son escritos interesados de gente partidaria de
Jesús, que son subjetivos, y que los utilizaban para convencer al mayor número
posible de personas para una causa en la que ellos creían.
Ahora, nos podríamos hacer la siguiente
pregunta: ¿además de las fuentes cristianas, existen otras que informen sobre
los milagros de Jesús? Planteado así la respuesta es no, ya que si esas
fuentes existieran sus autores se hubieran convertido al cristianismo al
admitir sus milagros. Pero sí tenemos informaciones de otros autores no
cristianos, e incluso los podríamos clasificar de anticristianos, que nos
revelan que Jesús hizo cosas, llamémosle extrañas, con las que convenció a sus
seguidores, pero que estos escritores no pueden calificar como milagros, pues
los hubiese convertido en discípulos suyos. Vamos a ello.
Historiadores romanos de la época como Tácito menciona a Jesucristo en sus Anales redactados a principios del
siglo II, el cual fue entregado al suplicio por el procurador Poncio Pilato bajo el principado de Tiberio, y poco más. Suetonio, un biógrafo de aquel
período, casi no dice nada de Cristo, salvo que el emperador Claudio expulsó de
Roma a los cristianos. Anteriormente, un historiador romano o samaritano
llamado Talo menciona las tinieblas que sobrevinieron a la muerte de Jesús
explicándolas como un fenómeno natural. Plinio el Joven también nombra
brevemente a los cristianos. En fin, de estos autores poco más se puede
obtener, y no podemos esperar nada sobre el
tema que nos ocupa.
El historiador judío Flavio Josefo en su
crónica Antigüedades Judaicas escrita hacia el año 93 o 94, en los párrafos
63 y 64 del capítulo XVIII, habla de Jesús de Nazaret, y una vez eliminadas las
interpolaciones que algún copista cristiano, probablemente, añadió al texto
original, éste quedaría como sigue: Por
ese tiempo existió Jesús, un hombre sabio. Era, en efecto, hacedor de obras
extraordinarias y maestro de hombres que acogen con placer la verdad. Atrajo a
sí a muchos judíos y también a muchos griegos. Aunque Pilato, por denuncias de
los hombres principales entre nosotros, lo castigó con la cruz, no lo
abandonaron los que desde el principio lo habían amado. En efecto, todavía
ahora sigue existiendo la tribu de los que por éste son llamados cristianos.
Josefo vivía en Roma cuando escribió esto, y ya existía una comunidad cristiana
en esta ciudad en esos momentos, que pudo informar al historiador sobre la
existencia y obra de Jesús. Este texto, a pesar de su brevedad, nos resulta muy
valioso, pues sabemos que no era cristiano, y no tuvo inconveniente en afirmar
que Jesús fue hacedor de obras
extraordinarias. También hay que reconocer, haciendo crítica histórica
razonable, que su aportación no se puede considerar decisiva para el tema, pero
tampoco se puede menospreciar. Digamos que es una información importante para
la reflexión.
Tenemos el testimonio de un enemigo
declarado de Cristo y de los cristianos, el filósofo griego del siglo II Celso,
que escribe una obra contra ellos temeroso de las conversiones de paganos a
esta nueva religión. En su Libro Primero, acusa a Cristo de aprender en Egipto
algunos de los poderes mágicos de los que se ufanan los egipcios, y después
volvió a Israel para ponerlos en práctica proclamándose dios. Más adelante, en
el Libro I, 12 afirma: Se cuenta, es
verdad, y exageran a propósito, muchos prodigios sorprendentes que operaste,
curaciones milagrosas, multiplicación de los panes y otras cosas semejantes.
Mas esas son habilidades que realizan corrientemente los magos ambulantes sin
que se piense por eso en mirarlos como Hijos de Dios. Evidentemente está
admitiendo que Jesús, para ganarse a sus seguidores, realizaba obras difíciles
de explicar a la luz de la razón, aunque no los podía considerar milagros por
tener a Cristo y sus partidarios como enemigos suyos.
Pero el documento de más valor sobre este
tema procede de fuentes judías no cristianas, esta es la opinión, al menos, del
crítico neotestamentario Herranz Marco, y lo encontramos en un pasaje del
Talmud* conservado en el tratado Sanedrín, que forma parte del Talmud de
Babilonia escrito en el siglo III, dice
como sigue en 43a: La víspera de la
Pascua se prendió a Jesús el Nazareno. El heraldo había marchado cuarenta días
delante de él diciendo: Éste es Jesús el nazareno que va a ser lapidado,
porque ha practicado la brujería y ha seducido y extraviado a Israel. Que todos
los que conozcan alguna cosa en su descarga vengan a interceder por él. Pero
como nada se presentó a su favor, fue colgado en la víspera de la Pascua...
Ulla (así se llamaba un rabino)
replicó: ¿Suponéis que Jesús era alguien por quien se pudiera formular una
defensa? ¿Acaso no era un embaucador, acerca del que dice la Escritura: ‘No lo
perdonarás, ni lo ocultarás’ (Dt. 13, 8). En el caso de Jesús, sin embargo,
era distinto, porque se relacionaba con la realeza (era influyente).
En el pasaje anterior nos encontramos con
un texto escrito por judíos que rechazaron a Jesús, y que nada tiene que ver
con fuentes cristianas. Más aún, afirma que Jesús fue condenado justamente por
un tribunal judío por practicar la hechicería. Sus adversarios, precisamente,
lo acusan de esta práctica maliciosa, como nos informan los propios evangelios.
Pero a la vez, y esto es lo importante para el tema que tratamos, se está
reconociendo que hizo obras inexplicables, que llamaron la atención de la gente
por su carácter extraordinario. Sus discípulos no dudaron de que eran milagros
que manifestaban su poder divino. Sus oponentes no podían reconocer lo mismo,
pues automáticamente se habrían convertido en seguidores suyos. Si los
cristianos se hubiesen inventado tales hechos, los judíos no se hubieran
molestado en buscarle una interpretación distinta, con negarlos sería
suficiente. Si no lo hicieron, están admitiendo que desde el principio Jesús
realizó obras que la razón humana no podía comprender.
Con lo expuesto hasta ahora y
especialmente con esto último, desde el punto de vista de la crítica histórica,
no debe de existir ningún problema a la
hora de admitir la historicidad de los milagros de Jesucristo. El argumento
que podemos exhibir en su contra sería, como ya apunté al principio, que no
tenemos una respuesta racional para los mismos, es decir, la ciencia no los puede explicar.
Por último, el científico de prestigio
internacional y director del programa que descifró el genoma humano Francis
Collins, no rechaza la existencia de milagros. Ateo en su juventud, se
convirtió al cristianismo, y afirma, que la ciencia no debe descartar esa
posibilidad, a la vez que argumenta, que a Dios no sólo lo podemos visitar en
las iglesias, también lo podemos encontrar en el laboratorio. Por otra parte,
no se entendería la predicación, ni la actuación de Jesús sin la existencia de
los milagros. La creencia en Cristo conlleva la creencia en los milagros.
*Es una obra
que recoge las discusiones de los rabinos judíos sobre sus leyes, costumbres,
tradiciones, historias e incluso leyendas. Nos encontramos con dos versiones: El Talmud de Jerusalén, que se redactó aquí cuando los romanos crearon la
provincia llamada Filistea, y El Talmud de Babilonia escrito en esta región. Ambos
fueron redactados a lo largo de varios siglos.
R.R.C.