Alfonso XII |
Decían los romanos que “Mater semper certa est”, la madre es
lo único seguro. El padre puede ser cualquiera (“pater semper incertus est”). Esta última afirmación alcanza su
máxima razón en el título de esta entrada. A su madre la reina Isabel II, el gobierno le arregló un
matrimonio de conveniencia, y con tan solo 16 años la casó con su, digamos,
primo hermano al cuadrado (primo hermano por parte de padre y por parte de
madre) Francisco de Asís (al que llamaban Paco Natillas). Ya desde el primer
momento, al conocer el nombre de su futuro marido se negó diciendo: ¡No, con
Paquita, no! El problema era que ella tenía un insaciable deseo, si es que no
era, como muchos opinan, una ninfómana en toda regla. Mientras a él, se le ha
calificado de no importarle nada el sexo, de impotente, e incluso de
homosexual. La propia reina contribuyó a ello cuando afirmó: « ¿Qué podía
esperar de un hombre que en la noche de bodas llevaba más encajes que yo?». Si
a este desahogo real añadimos que tenía que orinar sentado por un defecto en su
aparato genital que, posiblemente, lo convertiría en impotente, ya que una
malformación en la uretra impedía que la orina saliera por el sitio habitual y
lo hiciese, acaso, entre la unión del escroto y el pene.
A todo lo
anterior habría que añadir que durante largos períodos vivieron en
residencias distintas, y la propia reina solicitó al Papa la nulidad del
matrimonio. No obstante, la soberana quedó embarazada en once ocasiones, pero
tuvo muchos abortos y solamente un varón llegó a adulto, el futuro rey Alfonso XII, pero no a viejo, pues tan solo tenía 28 años
cuando falleció de tuberculosis. Por la alcoba de la reina desfilaron desde el
general Serrano, el político Salustiano Olózaga, un dentista estadounidense, su
primo C.L. de Borbón, un turco-albanés, y un sin fin de personajes que haría la
lista interminable. Luego, las palabras del papa Pio IX para definir a la
soberana: "Es puta, pero pía" no deberían extrañar a nadie. Su vida era una fiesta continua. Se acostaba a las cinco de
la mañana y se levantaba a las tres de la tarde.
Pero todavía no
queda resuelta la cuestión principal. ¿Quién es el padre del futuro rey de
España? Todo indica que se trata de un capitán valenciano al servicio de la
reina apellidado Puigmoltó, como podemos deducir de una conversación de Isabel
II con el general Narváez, cuando éste le recriminó su relación con este
oficial, ella le contestó qué si quería que abortara. No lo hizo y nació su
hijo Alfonso. Este militar recibió multitud de condecoraciones y ascensos. Unos
años antes de morir en 1900, recibió la Cruz de San Hermenegildo por los
servicios prestados a la Corona. ¡Vaya que si los prestó! Por último, de haber
existido entonces el test de ADN, ¿qué resultado nos habría deparado? No estoy
tan seguro de que ella misma supiera quién era el padre de su hijo.
Para enredar más
la historia, nos podríamos preguntar ahora ¿quién era el abuelo de la reina?
Oficialmente el rey Carlos IV, que también estuvo casado con otra prima hermana
suya, María Luisa de Borbón Parma, con la que solo tuvo catorce hijos después
de veinticuatro embarazos, de los cuales seis llegaron a adultos, entre los
que se encontraba, lógicamente, el padre de Isabel II (esta vez parece que sí) Fernando VII.
María Luisa de Parma |
María Luisa era tan
intrigante como indiscreta, y tenía dominado absolutamente a su marido,
apartándolo de toda actividad política. Mientras ella tomaba las riendas del
poder, para lo cual se valió de su valido y amante sin escrúpulos Manuel
Godoy, que ascendió en poco tiempo de teniente, a teniente general, y lo nombró
Primer ministro para poder acostarse con él. Entretanto, su marido no se
enteraba de nada. No es casualidad que su padre Carlos III lo llamara tonto en
más de una ocasión. Como ejemplo nos puede servir esta anécdota: “Padre, hay
una cosa que no comprendo… Si todos los reyes somos designados por la gracia de
Dios ¿Cómo pueden existir malos reyes? ¿No deberían ser todos buenos reyes?”
Carlos III mira a su hijo y le contesta “Pero que tonto eres, hijo mío”. Por
cierto, también recordó a su descendiente en otro momento que “las princesas
también podían ser putas”. Lección que olvidó rápidamente, en vista de los
resultados que después se vieron.
Un canónigo
que conocía a María Luisa, la describía como una mujer de constitución ardiente
y voluptuosa, casada con un esposo lleno de inocencia, de una ignorancia
absoluta en temas amorosos, educado como un novicio, pero de una gran bondad,
con un corazón que no le cabía en el pecho. Por el contrario, ella tenía un
corazón vicioso por naturaleza, un egoísmo extremo, y una capacidad para el
disimulo increíble. Solo se entregaba al vicio para satisfacer su alma
corrompida.
Escrito del confesor de la Reina |
¿Quién da más?