Expuesta en
una de las salas que el Museo Arqueológico Nacional de Madrid dedica a las
antigüedades egipcias, esta malla elaborada en fayenza de color azul, y con
unas medidas de 140 cm de alto por 51 de ancho es una de mis piezas preferidas.
Data de la Época Baja, es decir, entre los siglos VII y IV a. de C. Formaba
parte del equipamiento que la momia debía de tener para sortear la muerte e
iniciarse en la vida eterna. Engarzada a base de canutillos de cerámica
vidriada conocida con el nombre fayenza, muy apreciada y profusamente empleada
por los antiguos egipcios. Está compuesta a base de rombos y rematada en los
bordes con pequeñas cuentas policromadas, que dan un toque de minuciosidad y
elegancia a la pieza evidente, sin olvidar la bella decoración geométrica que
podemos observar en el cuello.
Por lo tanto, la malla en su conjunto
colocada sobre el cuerpo del fallecido tenía un poder mágico, que colaboraba en
su resurrección. Además, en la parte superior nos encontramos con el disco
solar alado, símbolo de la eternidad del alma; y del que pende una inscripción jeroglífica
en la que aparece el nombre del difunto, que incluye al dios Amón y que se
refiere al finado como Osiris, término habitual para aludir a los muertos. Bajo
el texto vertical nos encontramos con el típico escarabajo alado, un potente
amuleto que ayudaba a resucitar en el Más Allá, y que estaba vinculado con el
dios Jepri, símbolo de la vida eterna. A su alrededor descubrimos los cuatro
hijos de Horus, cuya misión principal era preservar de la descomposición las
vísceras que se habían extraído de la momia, y que se habían depositado junto a
esta en los cuatro vasos canopos y, de paso, proteger al difunto al hallarse
sobre él.
Por último, debió de pertenecer a una
persona poderosa del momento, por el alto costo que tendría un trabajo
artesanal tan meticuloso.
R.R.C.