Las informaciones abrumadoras que todos
los medios de información nos están ofreciendo estos últimos meses, mañana,
tarde y noche, sobre el comportamiento de familiares de políticos y
especialmente de la mujer del presidente del Gobierno español, en cuya
actividad no entraré ni me corresponde a mí juzgar, para eso están los
tribunales de justicia, me ha hecho recordar la famosa frase que se le atribuye
a Julio César, aunque él no la dijo, pero sí se le asigna: “Mi esposa no solo debe ser honrada, sino también parecerlo”. Me explico:
Todos los años se celebraba en Roma una
fiesta a la que solo podían asistir mujeres acomodadas, y la presencia
masculina estaba totalmente prohibida, dedicadas a la diosa Bona Dea (Buena
Diosa), asociada a la castidad y fertilidad femenina. En el año 63 a. C. Cayo
fue elegido Pontífice Máximo, cargo que le otorgaba un gran prestigio e
influencia, por lo que al año siguiente su mujer Pompeya fue la anfitriona para
que esos rituales festivos y religiosos se celebrasen en su casa en el centro
de Roma. Pero siempre hay alguien dispuesto a fastidiarla, y un aristócrata
llamado: Publio Clodio Pulcro, un imbécil en toda regla, se infiltró disfrazado
de mujer, posiblemente, con la intención de seducir a la anfitriona. Solo tuvo
que hablar para que su voz masculina le delatara. Se le juzgó y salió absuelto,
ya que ni el propio César presentó acusación alguna contra él.
No obstante, aunque el marido sabía que su
mujer (casado con ella desde el año 68 a.C.) no cometió infidelidad alguna se
separó de ella, por si le pudiese perjudicar en su ambiciosa carrera política
que tenía por delante (evidentemente, una decisión injusta donde las haya).
Según nos transmite Plutarco, César afirmó: "Mi mujer debe estar por
encima de toda sospecha". Fue Marco Tulio Cicerón, gran político, orador y
escritor romano de ideología conservadora, quién terminó dando la forma
definitiva a la famosa frase que hemos leído al principio
de esta entrada: “Mi esposa no solo debe ser honrada, sino también parecerlo”. Hoy en día, cabe
destacar que el concepto que sobrevuela la doctrina del Tribunal Europeo de
Derechos Humanos sugerida a los jueces goza de este mismo espíritu: “La
percepción de imparcialidad es tan importante como la imparcialidad misma”. Por
último, las infidelidades de César fueron una constante toda su vida, no era de
esos políticos de la antigua Roma, que para que un acuerdo entre ellos quedara
sellado definitivamente se acostaba el uno con la mujer del otro.
R.R.C.