Es posible
que un diamante sea la cosa más antigua que una persona pueda tener en la mano.
Su origen se remonta a cientos de millones de años, cuando en el interior de la
Tierra, a profundidades que superan los 100 Km se unieron dos fuerzas
elementales: el calor y la presión, que al unísono, actuaron sobre carbón común
dando lugar a un proceso de cristalización que culminó en la formación del rey
de las gemas. Alcanzó la corteza y la superficie terrestre transportado por el
fuego de las erupciones volcánicas; de esta manera, la naturaleza lo ha puesto
en las manos del hombre, que sólo se ha tenido que preocupar de quitarle lo que
le sobra y admirar la belleza, el fuego y la luz que se encuentra en el
interior de cada una de estas piedras.
El diamante se conoce desde antiguo, pero
el hombre no sabía qué hacer con él; precisamente procede del griego adamas que
significa indomable, invencible. Prácticamente hasta el siglo XIX no se pudo
tallar con arreglo a unas proporciones minuciosamente estudiadas para que estas
piedras se manifiesten en todo su esplendor. No obstante, desde algunos siglos
anteriores ya empezaron a utilizarse como adornos, pero era un privilegio de la
realeza y de los hombres. Hay que esperar a 1477 para que el Archiduque
Maximiliano de Austria le regale a una mujer, María de Borgoña, una sortija de
diamantes.
Un
diamante es un elemento químico, el sexto de la tabla periódica, carbono
puro cristalizado en el sistema cúbico, si estuviese en el hexagonal sería
grafito, la punta de nuestros lápices, que en nada se parece al diamante, salvo
que ambos son átomos de carbono cristalizado en estado sólido.
El diamante tiene una serie de cualidades
físicas y ópticas que lo convierten en algo especial. Su dureza y durabilidad
no tienen parangón; su fulgor excepcional, si se consigue una perfecta
conjunción de la vida (luminosidad) y el fuego (destellos) a la hora de
tallarlo; la lisura de sus caras; la viveza de sus aristas. En definitiva, un
nivel de perfección imperturbable que no se puede alcanzar en ninguna otra
piedra natural o artificial.
Los diamantes son piedras únicas, no hay
dos iguales. Los hay más grandes y más pequeños; más blancos y más
amarillentos, también los hay de colores: azules, amarillos, verdes..., e
incluso negros; los hay prácticamente puros y otros menos puros que presentan
inclusiones de otros minerales; y a la hora de tallarlos se puede hacer de
distintas maneras,
El peso de los diamantes y las piedras
preciosas en general se expresa en quilates o puntos; 1 quilate equivale a la
quinta parte de un gramo (200 mg), luego un diamante que tenga el peso de 1
gramo será de 5 quilates. Cuando bajamos del quilate podemos hablar de puntos o
partes de quilate (1 quilate = 100 puntos). Por ejemplo, un diamante que pese
50 mg tendría 25 puntos o un ¼ de quilate. Como es sabido, el peso está
relacionado con la densidad; la del diamante es poco más de tres veces y media
la del agua; luego tiene un peso elevado si tenemos en cuenta que el carbono es
un elemento ligero, lo cual indica que nos hallamos ante una piedra muy
compacta.
Por último, habrá observado el lector, que
los quilates de los diamantes no tienen nada que ver con los quilates en el
oro, o metales preciosos. Mientras en los primeros significan peso, en los
segundos están relacionados con el porcentaje de metal noble que contiene la
pieza, por ejemplo: 18 quilates de una joya de oro, quiere decir, que es una
aleación de dos o más metales con un 75% de oro, ya que el oro puro se
considera que tiene 24 quilates.
La talla más conocida de todas es la
redonda con 57 facetas. A esta talla se la denomina brillante (luego, el
diamante es la materia prima, Carbono 12, y brillante es la forma redonda que
le damos al diamante). Como su nombre indica es la que más brilla de todas, y
se llegó a ella después de elaborados cálculos matemáticos para que se
aprovechasen las óptimas cualidades físicas del diamante. Si variamos las
proporciones derivadas de dichos cálculos, el recorrido que sigue la luz dentro
de la piedra lo variaremos y no saldrá por la corona (la parte superior) la luz
que penetra, sino que parte de ella se perderá por la culata (la parte
inferior). Además de la talla brillante existen otras, aunque brillen menos.
A los diamantes de una cierta envergadura
es normal conocerlos con un nombre propio. Entre los más conocidos del mundo
podemos citar el Cullinan que es el de mayor tamaño, en bruto pesó 3106 quilates
y del que se obtuvieron varias piedras talladas de distintos tamaños; la mayor
de ellas engastada en el cetro del rey británico Eduardo VII tallada en forma
de pera, de una gran pureza y blancura dio un peso de 530.20 quilates, el mayor
del mundo y conocido con el nombre de Estrella de África o Cullinan I.
El diamante de la imagen ha sido hallado
recientemente en Botswana, país situado en el continente africano, con un peso de 2492
quilates en bruto, es el segundo más grande de la historia. Según cuentan los
expertos es de alta calidad. Botswana, también ocupa el segundo lugar en
producción de diamantes del mundo. Viendo esta
hermosa piedra y la forma que tiene, un tallador excepcional sabrá ver en ella
el diamante tallado que se “encuentra” dentro, igual que el gran escultor
Miguel Ángel veía en el bloque de mármol que tenía delante, la escultura que
dormía en su interior, y según decía el mismo se limitaba a quitar el material
que sobraba para darle vida a la figura que portaba. Así que, ¿se podría obtener
un diamante tallado mayor que el Cullinan I? Quién sabe.
R.R.C.
NOTA: Imagen bajada de Internet.