A falta de otros medios, como tenemos
actualmente, las monedas fueron un invento perfecto allá por el siglo VII A. C.
en el reino de Lidia, para transmitir: mensajes, propaganda política o
religiosa de cualquier tipo, ideas… y también arte y esplendor. Los antiguos
gobernantes fueron muy conscientes de ello, y casi desde el principio,
utilizaron este práctico medio de pago que facilitó el comercio tanto local,
como nacional e internacional. También se utilizaron como herramientas
diplomáticas entre los países, y el prestigio que les daba tener una buena,
atractiva y valiosa moneda. Simbolizaban el poder de los gobernantes y eran la
envidia de los que no se la podían permitir. Algunas piezas muy valiosas
circularon poco como medios de pago, y se utilizaron más como regalos a
personajes importantes para ganar su confianza. Otras, las valoramos más como
“pequeñas” obras de arte, ya que algún acuñador, consciente de ello, estampaba
su nombre en las piezas que martilleaba, Kimon de Siracusa, por ejemplo. Aunque
lo normal en la antigüedad es que la valoración de la moneda solo tenía en
cuenta su peso y el material que se había empleado: oro, plata y bronce
fundamentalmente.
Hoy en día, las monedas antiguas se
valoran teniendo en cuenta multitud de factores y no el valor intrínseco que
tienen por ellas mismas, así que, una moneda de bronce o plata puede sumar más
que una de oro del mismo peso. Una de bronce podría alcanzar un millón de euros,
mientras que una de oro valdría menos. Todo dependerá de la rareza; estado de
conservación; belleza; datos que se tengan sobre la misma; grado de certeza de
que no es una falsificación; calidad de los cuños empleados, que se
deterioraban con un uso prolongado; presencia de pátina que pueda embellecer o
afear la pieza (algo que no ocurre con las de oro, ya que no se oxidan); por
ser de impresión manual unas están mejor centradas que otras; información
histórica que transmitan, máxime si tenemos escasez de otras fuentes; tanto
oferta como demanda de la misma… En fin, muchos factores que el mundo antiguo
no tuvo en cuenta, pues lo importante para ellos era su peso y el metal utilizado.
Por cierto, en la antigüedad también había muchas falsificaciones de distinto tipo; desde
particulares, al propio Estado. Todo lo que tiene valor si se puede falsificar
se falsifica.
Cada moneda es un pequeño trozo de
historia, que si la sabemos escudriñar nos puede transmitir tanta información
como un texto escrito, o confirmar una fuente histórica. También, en muchas de
ellas hay arte en su impronta, es decir, en las imágenes y leyendas que
aparecen en sus caras. Ambas cosas atraen a muchos compradores y museos. Aunque
coleccionar monedas antiguas es un lujo muy caro, y que pocos se pueden
permitir, yo desde luego no, ya que vivir de una pensión pública no te ofrece
esa oportunidad, pero queda una alternativa, pues con el avance de la tecnología
se pueden hacer precisas réplicas, muy parecidas a las originales por muy pocos
euros en Internet, entre cinco o diez euros normalmente, por ejemplo. No es lo
mismo una réplica que una moneda falsa, pues la réplica se limita a imitar la
original y se vende como tal, mientras que la falsa hace pasar por original una
réplica.
R.R.C.