Se trata de una pintura al óleo sobre soporte de
madera de 124 x 168 cm conservada en el Museo de Historia del Arte de Viena, ejecutada
en 1567 por el pintor flamenco Pieter Brueghel, que trata de mostrarnos una
escena costumbrista de la sociedad campesina del siglo XVI. El autor reflejó
fielmente la vida del pueblo de este lugar del norte de Europa y fue uno de los más grandes artistas de su
época, que se corresponde con el Renacimiento. En él, el gusto por la anécdota
se da paralelamente a una amplitud compositiva, además de ser fieles retratos, como
podemos observar en ésta y otras obras suyas. Por otra parte, no es un cuadro
habitual del autor, pues prefiere representar escenarios al aire libre como: aldeas, paisajes..., y no interiores como el que nos ocupa.
La fiesta
tiene lugar en un granero, organizada de tal manera, que no aparezca apiñada y
confusa, pese al elevado número de personajes. El espacio está lleno de gente y
de vida. Al fondo aparece un numeroso grupo preparado para entrar y participar
en el festín, mientras dos corpulentos porteadores de comida situados en un
primer plano, transportan sobre una puerta descerrajada platos de gachas preparados para servir. Dos
músicos amenizan el banquete con sus gaitas, éstos serían juglares que
recorrían Europa y que pasaban grandes carencias, como podemos comprobar en los
ojos desorbitados mirando las viandas de uno de ellos. Mientras tanto, los
comensales disfrutan de la comida, dispuestos a ambos lados de una improvisada
y larga mesa, que sigue una línea diagonal. Es evidente la preocupación por situar a los
personajes en un espacio real, y el empleo de vivos colores que acentúen la
celebración.
Siguiendo
las opiniones aportadas en una conferencia pronunciada por la doctora Paloma García Picazo, es sorprendente que nadie ríe, pese al carácter festivo del
acontecimiento, pues el acto de comer es solemne. Aparece un mantel sobre la
enorme mesa que concentra la atención de la pintura; todo un lujo, si se tiene
en cuenta la extracción humilde de los participantes, aunque es preciso
recordar, que estamos en Flandes y Países Bajos, en donde la industria textil es
su carta de presentación. Llaman la atención los zapatones anudados que calzan los personajes, tenemos
que tener presente, que Brueghel trabajó para el gremio de zapateros en su
juventud, en cierto modo, estos serían los zapatones de su infancia. Los
pequeños papeles escritos sobre las cabezas de los comensales podrían indicar, que parte de los presentes estaban alfabetizados. La novia, que aparece al otro
lado de la mesa, es la única mujer que va destocada, detrás de ella, pende un
paño de color verde símbolo de la esperanza, por lo tanto, el color adecuado
para la contrayente sobre la que cuelga
un pequeño cestillo a modo de dosel. Con los pulgares cruzados (gesto que no es
casual, pues el pulgar es el dedo de Venus y tiene una connotación sexual), su
rostro, un tanto inocente, muestra
satisfacción. La doctora García Picazo va más allá, y apunta que, posiblemente, la novia le ha dado su virginidad al noble del que dependía, y su primer hijo sería
del Señor, como era costumbre en la época, para que éste tuviese asegurada su descendencia.
En el cuadro aparecen representados los tres estamentos: el noble a la derecha,
con la espada al cinto, símbolo de su estatus y su poder. Al lado, el perro
galgo que le acompañaba en la caza, actividad reservada exclusivamente a los
señores, por lo tanto, un perro de estas características de nada serviría a los
campesinos. A continuación, vemos a un fraile franciscano representante de la
iglesia conversando con el noble. Como podemos comprobar, ninguno de ellos se
interesa por la comida, no la necesitan, estaban bien comidos. Otro tanto
podríamos decir de la pujante burguesía que también aparece representada, el único sentado en una silla
con respaldo al lado de su mujer, dedicado al comercio o las finanzas, posiblemente
burgueses judíos, que tampoco muestran interés por lo que allí se sirve. Hay
quién indica, que esta pareja podrían ser los padres de la novia. Y, todos los
demás, personifican el tercer estamento, el pueblo bajo, el que aprovecha el banquete para
comer y beber, acción que no podían realizar todos los días, como sería deseable.
Las dos gavillas de paja con un rastrillo que cuelgan de la pared de adobe
enlucida, pueden simbolizar la separación del trigo de la paja, como manifiesta el Evangelio, pero tampoco
podríamos excluir que podía hacer referencia al duro trabajo que realizaban los
campesinos durante todo el año. Por último, la niña regordeta que se chupa el
dedo untado en el plato, vendría a ser el pueblo ignorante que se limita a
comer, y no a hablar entre ellos.
Bueno, ya
va siendo hora de que hablemos del novio, del que todavía no hemos dicho nada,
el problema es que no se sabe quién podría ser, no está nada claro. Podría
apuntar los tres candidatos más probables, y que el lector elija: en primer
lugar, el crítico de arte E. Gombrich se inclina por el personaje que está con
plato y cuchara en mano a la derecha de la novia, y que no parece atender al
comensal que le habla, pues sólo muestra interés por la comida; otros, sugieren
que el novio podría ser el personaje de negro sentado frente a la novia, que se
echa hacia atrás jarra en mano y podemos ver parte de su rostro; y el hombre que
aparece inclinado llenando jarras de vino blanco, o cerveza, que aparece a la
izquierda del cuadro y con una buena vestimenta de color verde, lo podríamos
incluir entre los posibles candidatos.
R.R.C.