martes, 1 de enero de 2013

El calendario Gregoriano: nuestro calendario actual

                                        Reloj astronómico de Praga (detalle)

      El término calendario deriva del latino calendas que se empleaba para denominar el día inicial de cada mes. Calendas, a su vez, procede del verbo calare (llamar). A primero de mes los cobradores reclamaban los tributos y, para ello, llamaban a los ciudadanos a gritos. El libro en el que estos cobradores anotaban sus cuentas se denominaba calendarium... Nosotros tenemos un calendario solar, basado en el movimiento de traslación de la Tierra alrededor de este astro y que dura trescientos sesenta y cinco días y casi seis horas, repartidos en doce meses, con un año bisiesto cada cuatro por las horas sobrantes cada año, razón por la que se añade un día más al mes de febrero que tendrá veintinueve en lugar de los veintiocho habituales. Pero hay que hacer una corrección cada cierto tiempo, concretamente cada final de siglo, ya que todos aquellos cuyas dos primeras cifras no sean múltiplos de cuatro, aunque les corresponda ser bisiestos no lo serán, para ajustar el calendario por ser menos de seis horas las sobrantes cada año. Así, por ejemplo, el dos mil cien que le correspondería ser bisiesto no se le añadirá un día, porque veintiuno, que serían las dos primeras cifras, no son divisibles por cuatro.
     Sus orígenes se remontan al antiguo calendario romano que era lunar. En la antigua Roma, varios siglos antes de nuestra era, el año era una sucesión de diez meses: Martius (dedicado a Marte), Aprilis (del latín aperire, abrir, por los brotes vegetales), Maius (por la diosa Maia), Junius (por Juno), Quintilis (el mes quinto), Sextilis (sexto), September (séptimo), October (octavo), November (noveno), y December (décimo). El año comenzaba el primer día (calendas) de Marzo, pues esta era la fecha que marcaba el inicio de las campañas militares con la designación de los cónsules. Numa Pompilio, rey de Roma, trató de acompasar el calendario romano a las estaciones añadiendo dos meses al final: Ianarius (dedicado a Jano, mes 11) y Februarius (de februare, purificación, mes 12). Más adelante Quintilis pasó a denominarse Julius en honor de Julio César y Sextilis Augustus en honor de Octavio Augusto.


     Existen una serie de puntos destacables en la órbita de La Tierra alrededor del Sol. Estos puntos son los solsticios y equinoccios (que marcan el comienzo de las cuatro estaciones), el perihelio (el punto en el que La Tierra está más cercana al Sol) y el afelio (el punto en el que la Tierra está más alejada del Sol). Todos ellos son perfectos candidatos para marcar el comienzo del año, los más lógicos son los que marcan el comienzo de las estaciones. Si el perihelio realmente afecta poco a la vida diaria, los solsticios y los equinoccios en realidad sí que afectan, marcan el inicio y el fin de las estaciones. Sin embargo no es así, ¿por qué?, ¿por qué el año empieza el 1 de enero?
    
     El motivo  fue un pueblo celtíbero en el interior de la Península Ibérica, Segeda, antecedente de lo que hoy es la pequeña localidad zaragozana de Mara, en la comarca de Calatayud.  Roma declaró la guerra a Segeda y, para adaptar organizativamente el mando de las tropas, cambió el calendario que regía hasta entonces en el mundo occidental. Segeda había adquirido fuerza y valor estratégico para que la República romana decidiera declararle la guerra, lo que conllevó la modificación del calendario que se utilizaba hasta entonces, porque hacía falta elegir los cónsules y eso ocurría de ordinario el 15 de marzo, «primer día» del año político-administrativo romano. Pero como corría prisa, se optó por fijar como fecha de elección el 1 de enero, y aquel acontecimiento hizo que, desde entonces, el calendario adelantara el primero del año a ese día. Importante tuvo que ser Segeda como para que el Senado romano tomara decisiones de tanto calibre. Algunas crónicas de la época se refieren a esa ciudad celtíbera como «grande y poderosa». En el año 153 a.C. se fijó el principio del año en el día 1 de Ianarus (en lugar del 1 de Martius), fecha en que se pasó a realizar el nombramiento de los cónsules, esto es, dos meses antes del comienzo de las campañas militares.

     Fue Julio César (100 – 44 a.C.) bien asesorado quien en el 45 a.C. (año 708 de Roma) decidió realizar una reforma definitiva del calendario. Encargó el trabajo al prestigioso astrónomo griego Sosígenes que estaba establecido en Alejandría. Sosígenes ajustó la duración de los meses para fijar la duración total del año en 365,25 días por término medio, es decir, unos 11 minutos más cortos que el año trópico (el de las estaciones, que dura 365,2422 días). Como resultaba conveniente que el año tuviese un número entero de días, se fijó el año ordinario en 365 días  y para que no se acumulase un desvío con las estaciones se decidió intercalar un día extra cada cuatro años. Este calendario, denominado juliano en memoria de Julio César, permaneció válido durante más de dieciséis siglos. Pero durante muchos de estos siglos, los católicos se resistieron a celebrar el principio del año en un mes dedicado a una deidad pagana.

     El inicio del año el 1 de enero se hizo obligatorio en muchos estados europeos a partir del siglo XVI. Se impuso en Alemania mediante un edicto hacia 1500; Carlos IX lo decretó en 1564 en Francia y entró en funcionamiento en 1567; en España se generalizó hacia el siglo XVII (en el XVIII en Cataluña), y en Inglaterra hubo que esperar hasta 1752.
     Del calendario Juliano, se pasó al Gregoriano. Con el transcurso de los siglos, los 11 minutos de diferencia en la duración del año juliano y del trópico, generaron una deriva muy significativa. A finales del siglo XVI, a pesar de la corrección introducida en el concilio de Nicea (año 325 d.C.), el equinoccio de primavera (muy importante para la Iglesia, pues determina la fecha de la Pascua) caía hacia el 11 de Marzo, es decir, 10 días antes de la fecha que la Iglesia le había impuesto en Nicea. Esta situación llevó al papa Gregorio XIII a realizar una importante reforma en 1582, año al que recortó 10 días, pasando del cinco al quince de octubre.

     La fecha del 1 de enero se mantuvo con la llegada del cristianismo porque enlazaba bien con la tradición cristiana, recordar que Jesucristo era judío, y el momento en el que se presenta en sociedad un niño judío es en su circuncisión 8 días después de su nacimiento. Así, Jesucristo, según la tradición,  habría nacido la noche del 24 al 25 de diciembre (el solsticio de invierno) y el 1 de enero se celebraría el comienzo del nuevo año coincidiendo con el día de la circuncisión de Jesús. En tiempos de Julio César el solsticio era el 25 de diciembre, pero en la época del Concilio de Nicea (casi cuatrocientos años después) éste ya se había retrasado tres días, siendo el solsticio de invierno el 21 de diciembre y no coincidiendo con la Navidad. ). ¿Por qué este desfase? porque el calendario Juliano no era exacto y provocaba una pequeña diferencia con el paso de los siglos (en concreto unos tres días cada cuatrocientos años). De esta forma, el Concilio de Nicea, al establecer el solsticio de invierno el 21 de diciembre lo desligó para siempre de la Navidad.

      R.R.C.