Nos dice el capítulo dos del Génesis, que en el mismo momento de la creación del hombre Dios lo situó en un jardín paradisíaco, situado por la tradición entre los ríos Tigris y Éufrates, en donde más tarde surgieron las primeras civilizaciones. En el centro de ese jardín, al que habitualmente se denomina Paraíso. El Creador hizo brotar toda clase de árboles deleitosos y en su centro colocó los dos más importantes, a saber, el árbol de la “vida” que suele pasar más desapercibido, pero no por ello es menos importante, y el árbol de la “ciencia del bien y del mal”. De éste último, el hombre tenía prohibido comer, pues el día que lo hiciese moriría sin remedio. Si seguimos leyendo dicho capítulo, fue más adelante cuando Dios creó a la mujer que, a la postre, fue la responsable de que el hombre le desobedeciera, cuando engañada por la serpiente propuso a su marido comer sus frutos, después de haberlo hecho ella previamente. A partir de aquí, empezaron todas las desgracias para el género humano: el hombre tendrá que ganarse el pan con el sudor de su frente; la mujer parirá con dolor; y perderán definitivamente la posibilidad de ser inmortales, para regresar al barro terrenal del que fueron formados.
En este relato, la serpiente encarna el
principio anti-Dios para muchos exégetas cristianos, que en textos bíblicos
posteriores se le identificará con el diablo. Respecto al árbol de “la ciencia
del bien y del mal"y siguiendo las opiniones de M. García Cordero en su libro La Biblia y el legado del Antiguo Oriente,
parece aludir a la línea divisoria entre lo permitido y lo prohibido, señalada
por la misma divinidad, cuya voluntad es fuente de toda moralidad. En la
perspectiva teológica de los hagiógrafos del Antiguo Testamento, Dios es
omnipotente y totalmente libre en la imposición de sus mandatos, señalando la
línea divisoria entre lo bueno y lo malo; de tal forma, que querer apropiarte
de esa facultad es atentar contra la misma divinidad. Justo lo que le dice la
serpiente a Eva: “Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal” si coméis
la fruta de ese árbol. El resultado de esta tentativa humana no podía ser otro
que el castigo de soportar las penas, el dolor y la muerte.
Muy anterior al relato bíblico, nos
encontramos con una historia bien estructurada, máxime, si tenemos en cuenta su
antigüedad, y con paralelismos innegables con lo visto hasta ahora,
concretamente en la biblioteca que mandó construir en Nínive el rey asirio
Asurbanipal II, en el siglo VII antes de Cristo. Apareció entre sus más de
veinticinco mil tabletas, el Poema de
Gilgamesh, qué recogiendo tradiciones más primitivas, ya que procedían del
tercer milenio antes de nuestra era, narra las hazañas de un curioso personaje
que vivió en esa época ancestral. El profesor de Historia Antigua de la Univ.
Complutense de Madrid, Lara Peinado, nos ofrece una versión al español del texto
acadio compuesto por doce tablillas: las seis primeras centradas, principalmente, en la búsqueda de la gloria por parte del mencionado Gilgamesh, y las seis
últimas en su búsqueda de la inmortalidad.
La que más nos interesa en la cuestión
aquí planteada es la tablilla número once, en donde el héroe de esta historia está punto de conseguir la eterna juventud y, en un descuido, una serpiente pone
fin a su anhelo mientras tomaba un baño relajante. Precisamente una serpiente.
Una vez que, el que podríamos considerar el Noé mesopotámico Utnapishtim, le
comunica a Gilgamesh que en el fondo del mar se encuentra una planta que lo
hará joven de nuevo, se pone manos a la obra, se sumerge en su búsqueda y la
encuentra. Se dirige con ella a su ciudad natal: Uruk, pero en el camino es
cuando decide tomar ese imprudente baño, momento que aprovecha la astuta
serpiente para comerse la planta, privando así al protagonista de esta historia
de su ansiada inmortalidad*, mientras ella conservará para siempre su juventud.
Creencia extendida entre los pueblos de este vasto territorio es, que las
serpientes renacían de nuevo. El hecho de que el hagiógrafo que escribió estos
primeros capítulos del Génesis conocía esta obra resulta evidente, lo cual no
impide que el contenido teológico que nos ofrece en su versión la convierta en
una narración diferente. Por otra parte, parece ser que la planta no concede la
inmortalidad, sino que te hace volver a una juventud perdida.
Es necesario tener presente, que, en el
Museo Británico de Londres, se conserva un famoso cilindro sumerio datado en el
tercer milenio antes de Cristo, en el que aparecen dos personajes sentados con
dos cuernos (símbolo del poder de la divinidad), como deseando tomar el fruto
que cuelga de un árbol y, detrás del personaje de la izquierda, aparece una
serpiente erguida. A principios del siglo XX, se encontró otro cilindro
similar, procedente de la ciudad sumeria de Ur (casualmente de donde era
Abraham). Por último, en otro cilindro descubierto en Nippur en la misma fecha
que el anterior, aparecen dos personas desnudas: un hombre y una mujer, entre
ambas hay una planta; los dos individuos tienen una hoja en la mano y, junto a
la planta, aparecen dos serpientes. Bien, todas estas evidencias le han llevado
a pensar al exégeta ya mencionado más arriba, García Cordero, que quizá el
relato bíblico haya sido estructurado en función de una antigua leyenda
mesopotámica, en la que la serpiente aparece como culpable de que nuestros
primeros padres cometieran el pecado original.
Resulta harto interesante y, por supuesto,
muy bien argumentada, la hipótesis que expone el profesor Frazer (ya mencionado
por mí en otras entradas de este blog), en su libro El folklore en el Antiguo Testamento, sobre la cuestión que aquí
nos ocupa. Parte de la base, que el relato sobre la caída de nuestros primeros
padres y, especialmente, el papel que desempeña la serpiente, nos ha llegado
incompleto; y en consecuencia, desdibujado. En primer lugar, el árbol de “la
vida” en el relato original no desempeñaría un papel puramente pasivo, como se
le atribuye en la versión actual, en donde todo el protagonismo recae en el
famoso árbol de la “ciencia del bien y del mal”, que en el fondo, se trataría
de un árbol de la muerte y no del conocimiento, como se le ha venido
atribuyendo en contraposición al anterior, y estaría cerca de él en el centro
del paraíso, al alcance del hombre para que comiese su fruto, del que sí le
estaba permitido comer. Si es que no se le conminó a ello por parte de la
divinidad, para convertirse en inmortal. Si el uno te condenaba a morir, el
otro te brindaba la inmortalidad. Pero el hombre eligió mal engañado por la
perversa serpiente, primero seduciendo a Eva, para que después conminase a Adán
a hacer lo mismo.
Respecto a la serpiente, Frazer le otorga
un papel de intermediaria entre Dios y el hombre, y eso explicaría que fuese el
único animal del Paraíso que estuviese dotado del don de la palabra. También
habría que aclarar, qué ganó la serpiente con su engaño, más aún si era tan
astuta como se afirma, pues al final, ella fue maldecida por Dios, y condenada
a arrastrarse para siempre con su vientre y comer el polvo de la tierra. Frazer
nos dice lo siguiente: Viendo que pasaba el tiempo y sus criaturas no comían la
fruta que concedía la inmortalidad, Dios envió a la serpiente a comunicarle que
lo hiciesen. Pero cambió el mensaje indicándole a Eva el árbol equivocado,
mientras tanto, ella comió del árbol que daba la vida eterna. Por eso creían
muchas civilizaciones antiguas, que las serpientes eran inmortales y gozaban de
una permanente juventud, pues mudaban su piel cada año, sin embargo, el hombre
no podía hacerlo, precisamente porque la serpiente le arrebató tal posibilidad.
Envejecería y moriría, ese sería su cruel destino.
La comparación con otros relatos de
pueblos primitivos en los que se plantea la historia del mensaje alterado, y el
hecho de la muda de la piel, lleva a Frazer a sostener la probabilidad, de que
sea esta la historia que estuviese en la forma original del texto, o alguna
parecida. No obstante, a mí me resulta un tanto forzada la reconstrucción que
hace de la misma. Lógicamente, como autor no creyente descarta cualquier
posibilidad de revelación llevada a cabo por la divinidad.
Para finalizar, el propio lector sacará
sus propias conclusiones sobre el significado de este hermoso y, a la vez,
dramático relato, que nos transmite, prácticamente, desde el comienzo el texto
bíblico. Son muchos los que han querido ver en él, una explicación sobre los
motivos por el que el ser humano tiene que soportar el dolor y la muerte,
siendo como es el protagonista de la Creación divina. El autor del escrito nos
transmitiría con su narración, una respuesta sencilla y clarificadora a estas
cuestiones, que tanto han interesado al hombre desde los primeros tiempos de la
civilización.
*Es de gran interés la publicación que podemos consultar en
Internet:
POEMA DE GILGAMESH: UN VIAJE FALLIDO A LA INMORTALIDAD.
Federico Lara Peinado. Universidad Complutense de Madrid.
R.R.C.
P.D. 1 de junio de 2020
P.D. 1 de junio de 2020
LA TABLILLA DE LA DISCORDIA
Una tablilla de arcilla del año 1500 a. C.
escrita en lengua acadia puede emprender en los próximos días viaje de vuelta
a Irak desde EEUU, ya que se considera que fue un botín de la guerra del Golfo,
y por lo tanto saqueada de su lugar de procedencia. La tablilla se descubrió en
un palacio babilónico en el siglo XIX, y se la conoce con el nombre El sueño de Gilgamesh, pues este rey legendario cuenta un sueño a su madre para que lo interprete. Monarca sumerio de la ciudad de Uruk hacia 2750 a. C. buscó la
inmortalidad con todas sus fuerzas, hasta que una serpiente se comió una planta que otorgaba este privilegio mientras tomaba un refrescante baño. Nuestro héroe
se quedó siendo un simple mortal mientras que la ávida serpiente se convirtió
en inmortal, tal y como creían los antiguos habitantes de estas tierras por el hecho de mantenerse siempre joven: consecuencia del cambio de piel que periódicamente llevan a cabo estos
animales.
Algo así debió de ocurrir a nuestros
primeros padres Adán y Eva por comer del árbol prohibido, mientras que la
astuta serpiente, probablemente, comió del otro árbol de la vida que también se
encontraba en el centro del paraíso, cerca del árbol de la “ciencia del bien y
del mal” cuyos frutos provocaban la muerte.
R.R.C.