Desde el tercer milenio antes de
Jesucristo en las ciudades- estado sumerias existían las edubba, que vendría a
significar “casa de las tablillas”, término utilizado para referirse a la
escuela, en donde se trataba de enseñar y difundir los conocimientos que
entonces se tenían. La enseñanza no era obligatoria, ni mucho menos gratuita,
sólo para aquellos niños y jóvenes que pudieran pagársela. Se enseñaba
fundamentalmente el arte de la escritura cuneiforme y aritmética, materias muy
necesarias para adquirir la prestigiada condición de escriba, que permitía
trabajar al interesado al servicio del Estado, de un templo, o de un rico
particular que necesitara de su asistencia. El horario escolar era extenso, pues
se prolongaba desde la mañana temprano hasta la tarde, y las sesiones de trabajo
eran duras y disciplinadas, con severos castigos corporales si al juicio del
maestro o de sus ayudantes, los alumnos no seguían sus indicaciones y hacían lo
correcto. El período de escolarización duraba unos doce años y, después de
los cuales el joven se convertía en un escriba profesional. Los escribas eran
los hijos de los ciudadanos más ricos de las comunidades urbanas. No consta ni
una sola mujer como escriba, hay que esperar a la época babilónica hacia el
1800 antes de Cristo para encontrarlas.
En las edduba se enseñaba a manejar el
cálamo, que consistía en una caña hueca cortada oblicuamente en uno de sus extremos, y se obtenía del tallo de una planta o de una pluma de ave, y con ella
escribían en una tablilla de arcilla húmeda. Con el descubrimiento en la ciudad
de Uruk de tablillas que llevan listas de palabras con el posible objetivo de
memorizarlas, hay quién deduce que en el
año 3000 antes de Cristo ya había escribas que pensaban en términos de
enseñanza y de estudio. Pero hubo que esperar unos quinientos años para que
apareciesen cierto número de escuelas por toda Sumer, en donde se enseñara la
práctica de la escritura. A principios del siglo XX, ya se descubrieron un número
importante de “tablillas escolares” en una vieja ciudad sumeria, con una
antigüedad de cuatro mil quinientos años aproximadamente. No obstante, la
mayoría de las tablillas de barro cocido que aparecen en las excavaciones son
de carácter económico y administrativo, lo cual es indicativo de la gran
cantidad de escribas que había dedicados a estos a estos menesteres, y la
facilidad que tenían los mismos para encontrar trabajo.
Hasta que no llegamos al segundo
milenio antes de Cristo, no encontramos información en los textos que nos han
llegado sobre el sistema educativo sumerio, su organización, o los métodos que
utilizaban. Sin embargo, en esta época aparecen tablillas escritas por los
alumnos, que vendrían a ser los deberes que estaban obligados a realizar y que
los especialistas suponen que formaban parte de sus tareas escolares diarias. Estos
ejercicios varían desde los típicos garabatos de los más pequeños, hasta los
signos mejor escritos. Así que, lo que podríamos considerar estos primigenios
cuadernos, nos informan sobre los métodos pedagógicos de las escuelas sumerias
y sobre sus programas educativos. Además, los maestros sumerios eran proclives
a dejarnos por escrito como se desarrollaba la vida escolar y nos transmiten
una valiosa información de cómo era la escuela sumeria, sus tendencias, sus
objetivos, sus maestros, sus estudiantes y sus métodos de enseñanza. Algo
completamente excepcional y único si tenemos en cuenta el período al que nos
estamos remontando, prácticamente cuatro mil años hacia atrás en la historia
del hombre.
Las primeras escuelas sumerias se
dedicaban a la formación de escribas, en previsión de sus futuros trabajos como
administradores de los templos o funcionarios de Palacio. Pero más tarde, se
transformaron en centros de cultura y el saber sumerio, en donde se formaba en
las distintas ramas del conocimiento: botánica, zoología, mineralogía,
geografía, matemáticas, gramática, etc. Además, con el paso del tiempo fue
adquiriendo un carácter más laico, a la vez que se separaba de los templos.
Había alumnos que consagraban su vida a la enseñanza y el estudio.
A la
cabeza de la escuela se encontraba el ummia, el profesor, que recibía el título
de “padre de la escuela”, que equivalía al cargo de Director. Contaba con la
ayuda de un auxiliar que se le denominaba “gran hermano” (nada que ver con el
famoso programa televisivo que, dicho sea de paso, no se me ha ocurrido ver en
mi vida) y los alumnos, que eran llamados “hijos de la escuela”,
quiero pensar que era la forma más habitual de referirse a ellos. Había, además,
vigilantes encargados de controlar la asistencia y la disciplina (las
amonestaciones que empleaban era el látigo, mucho más convincente que un parte
por escrito). Respecto a la cuestión económica, “el padre de la escuela” se
encargaría de cobrar el montante del proceso educativo y, éste, de suministrarle el salario a los subalternos (pensando que no era un "chorizo", por supuesto).
En cuanto al aspecto que tendría una
escuela en estos tiempos tan remotos, parece ser, que contaban con una o dos
habitaciones, equivalentes a nuestras aulas actuales, y contenían varias filas
de bancos fabricados con adobe, en donde podían sentarse entre uno y cuatro
alumnos. Debo de advertir que, como el Partido Popular siga con la política de
recortes, las escuelas públicas de ahora van a terminar envidiando a las
sumerias.
R.R.C.