Resplandeciente
en una de las galerías del Museo de El Cairo y en una vitrina de cristal y
madera, rodeado de otras piezas de la tumba, se expone el vistoso trono junto
con el escabel en donde reposarían sus
pies del famoso faraón del Imperio Nuevo egipcio, que vivió una corta vida (probablemente
19 años), allá por el mil trescientos treinta antes de Jesucristo. Al igual que
otros objetos que completaban su ajuar, fue el arqueólogo británico Howard
Carter quién lo halló en su sepulcro en el Valle de los Reyes, cerca de la
antigua ciudad de Tebas. A pesar de ser un objeto funerario, son muchos los que
piensan que lo pudo utilizar en vida (desde luego, hubiese sido una lástima que
no lo hubiera hecho).
Tiene una altura de poco más de un metro y
los materiales empleados para su elaboración son: oro, madera, plata, vidrio; y
piedras de adorno como lapislázuli, cornalina y turquesa. El estilo que se
observa es el típico de la época de Amarna, que como consecuencia de la reforma
religiosa de Amenofis IV, se produjo un cambio en las concepciones artísticas
del momento, volviendo al estilo anterior después de la muerte de este faraón,
que dicho sea de paso, era el padre de Tutankamón. La parte más interesante del
trono la podemos contemplar en el interior de su respaldo laminado en oro, con
imágenes en bajo relieve en donde podemos advertir al joven rey en una escena
íntima con su Gran Esposa Real, que fue una de las seis hijas de Nefertiti y
del propio padre de Tutankamón. Por lo tanto, eran hermanastros, algo habitual
en las parejas reales de aquella época en Egipto. La joven reina se inclina en
actitud cariñosa frente a su esposo que aparece sentado y atento a sus tiernos
gestos, e incluso, parece dar protección con su mano posada sobre su hombro
izquierdo, a la vez que le está poniendo ungüento perfumado. Como ya he
advertido antes, el estilo amarniense lleva al anónimo ejecutor de la obra a
representaciones con cuellos largos y estilizados; cráneos alargados y vientres
abultados; entre otras consideraciones. Los personajes aparecen ataviados con
ricas y coloridas vestimentas típicas de grandes acontecimientos y ceremonias.
Además, el dios Atón preside desde una posición central y desde lo alto la
simpática escena, mientras resguarda con sus rayos llenos de vida a la feliz
pareja.
Las cuatro patas del sillón son impresionantes
extremidades y garras de león, y su parte frontal se encuentra rematado con dos
cabezas de este fiero animal. Entretanto, sus brazos representan dos serpientes
aladas que portan las dos coronas egipcias (alta y baja), y la cabeza de una
cobra y de un buitre como símbolos de la unificación del Alto y Bajo Egipto.
También aparece el nombre del faraón en sus respectivos cartuchos: a la derecha
el de Tutanjatón y a la izquierda, el más reciente, de Tutankamón.
Otra pieza interesante es el escabel que
aparece frente al trono, en donde el faraón ponía sus pies asegurados con
elegantes sandalias. Está hecho en madera recubierta de estuco y pan de oro. En
él aparecen los enemigos de su patria, simbolizados en tres asiáticos y tres
nubios que, evidentemente, quedaban pisoteados bajo las suelas de su calzado.
Por si quedaba alguna duda, un texto egipcio dice lo siguiente: «Todas las
grandes tierras extranjeras están bajo tus sandalias.» Como vemos, la idea que
tenían de la diplomacia es completamente distinta a la que se tiene hoy en día
entre los países desarrollados y, no digamos nada, sobre lo “políticamente
correcto”.
En definitiva, nos encontramos con una
pieza del arte egipcio que presenta una gran calidad técnica y artística. Una
de las obras más entrañables del Tesoro de Tutankamón.
Nota: me ha
sido de gran ayuda a la hora de elaborar estas líneas el Blog del profesor en
Hª del Arte Dr. Josué Llull.
R.R.C.