Uno de los
personajes más populares del Génesis (primer libro de la Biblia) es, qué duda
cabe, José. Hijo del patriarca Jacob y
su esposa Raquel, ocupaba el puesto número once de un total de doce hermanos,
todos ellos varones. Por él, su padre siempre mostró una gran predilección, lo
que le valió la envidia del resto, salvo de Benjamín, el hijo menor y de la
misma madre que José. Los otros diez eran hermanos sólo por parte de padre.
Para deshacerse de él, los mayores decidieron venderlo a unos mercaderes de
esclavos que se dirigían a Egipto, y engañar a su progenitor contándoles la
historia de que había sido devorado por una fiera, no pudiendo hacer nada para
evitarlo. La fortuna, al final, se puso de parte de José en esa tierra extraña en donde alcanzó el puesto de visir real, sólo por detrás del faraón. Se casó
con una egipcia, que le dio dos hijos varones y tuvo una vida feliz y próspera,
después de haber conocido anteriormente la esclavitud y la cárcel. No abandonó
Egipto hasta su muerte y siempre se mantuvo fiel y confiado a su Dios.
La historia que nos narra el Antiguo
Testamento sobre este personaje es una “novela” didáctica, con un trasfondo
real verosímil, en opinión del exégeta García Cordero; vendría a ser una
historia providencialista que pudo surgir en Jerusalén en tiempos de Salomón,
allá por el siglo X antes de J.C. con propósitos moralizantes, en la cual las
virtudes del protagonista se ponen de manifiesto. Convirtiéndose en un modelo
para las nuevas generaciones de virtud y de sumisión a la voluntad de Dios, el
verdadero motor de la historia, con designios salvíficos para el pueblo
elegido. Hay quien ha señalado a José, como el personaje que tiene más
paralelismos con Jesucristo de todos los que aparecen en la Biblia.
Además de lo expuesto, la faceta por la
cual se le conoce más a José es su habilidad a la hora de interpretar los
sueños, tanto los propios como los ajenos; y los más importantes, pues de
ellos dependía el futuro de Egipto: los del faraón, aunque él siempre atribuye
a Dios esta facultad. Puedo adelantar que, todos los sueños que descifra tienen en común el hecho de presentarse como anuncios anticipados de lo que va
a ocurrir, como así sucedería.
Casi al comienzo de la historia de José,
ya tuvo un sueño que trasmite a sus hermanos, en el cual aparecían todos
atando gavillas en el campo, y sólo la suya se levantaba y se mantenía derecha,
mientras que las de sus hermanos se inclinaban hacia la de José. Éstos, se
enfurecieron contra él, porque interpretaron que reinaría sobre ellos, o que
los tendría dominados. No iban mal encaminados, pues más adelante así
ocurriría. Volvió a tener otro sueño complementario al aquí expuesto. En esta
ocasión, el Sol, la Luna y once estrellas se inclinaban ante él. En este caso,
además de a sus hermanos, se lo contó a su padre; y fue su progenitor quién se lo recriminó, ya que el mismo, su madre y sus hermanos se inclinarían ante él. Estos
últimos aumentaban su odio hacia José, mientras que su padre reflexionaba.
Mientras se encontraba en la cárcel en
Egipto, por la falsa acusación de la mujer de Putifar, se le presentó la
ocasión de interpretar acertadamente dos sueños que habían tenido antiguos
sirvientes del faraón, y que también estaban presos. El jefe de los coperos le
contó que había soñado que tenía una cepa, y que en ella había tres sarmientos,
que nada más echar yemas florecían enseguida, y maduraban las uvas en sus
racimos. Él exprimía aquellas uvas en la copa del faraón, y ponía la misma en
su mano. José le dijo: los tres sarmientos son los tres días que faltan para
que el faraón te reponga en tu antiguo puesto, y volverás a poner la copa en su
mano. Como así ocurrió. El jefe de los panaderos le contó el suyo, y le expone:
que sobre su cabeza había tres cestas de pan. En la superior había de todo lo
que come el faraón de panadería, pero los pájaros se lo comen de la cesta. José
le responde, que las tres cestas también son tres días, y una vez que pasen lo
ahorcarán y los pájaros se comerán su cadáver. Y, al igual que en el sueño anterior,
así ocurrió.
Ahora vienen los sueños más interesantes:
los del faraón, pues de su interpretación, como ya sabemos, depende el destino
de toda una nación. En el primer sueño que refiere a José, aparecen siete vacas
hermosas y gordas que se pusieron a pacer a orillas del Nilo, pero detrás de
ellas aparecen otras siete de mal aspecto y flacas, que terminan comiéndose a
las gordas. A continuación, tiene otro sueño, en el que siete espigas lozanas y
buenas fueron devoradas por otras siete flacas. Bien, ningún mago de Egipto fue
capaz de saber que significaban esos sueños. José compareció ante el faraón y
le contó ambos sueños. El hebreo los interpretó como si de uno solo se tratara,
informando al faraón que las siete vacas gordas, o las siete espigas hermosas,
anunciaban siete años de abundancia para Egipto, a los que seguirían otros
siete de escasez, como simbolizaban las vacas flacas o las espigas marchitas.
Para José, lo que Dios va a hacer se lo ha mostrado al faraón en sueños, y por
eso le aconseja poner en el gobierno del país un hombre sabio que sepa afrontar
la situación. Para hacer frente a tal desafío nombra a José visir de Egipto,
tan solo por debajo del propio faraón. Contaba con una edad de treinta años
cuando alcanzó tan alto rango. Su Dios, en el que siempre confió, nuca le
abandonó y colmó de dicha a José hasta el final de sus días.
Una vez expuestos los sueños y su
correspondiente interpretación, considero harto interesante, la lectura que
hace del lenguaje onírico el narrador de este episodio bíblico, que pone en
boca de José, o en sus propios sueños, una lógica interpretativa de lo más
actual. El propio Jung, uno de los mayores expertos en psicología analítica del
siglo XX, o el ya mencionado Erich Fromm, destacado psicoanalista y psicólogo
social fallecido en 1980, no tendrían inconveniente en aceptar; ya que ambos
admiten la posibilidad de que, cuando soñamos, nos podemos dar cuenta de cosas que nos han pasado desapercibidas cuando estábamos despiertos. El faraón pudo
tener noticias informado por sus asesores, o alguno de ellos, de que había
indicios que presagiaban cambios negativos y, posiblemente, la etapa de
prosperidad que vivía Egipto en esos momentos se podría revertir. Respecto al
hecho de ser siete el número de años de abundancia o de escasez, parece
evidente que se trataría de un número simbólico. Luego, existiría en el
ambiente de la corte, la intuición de ese cambio, que el faraón no terminaba de
reconocer en estado de vigilia y sólo fue capaz de concretar por medio del
lenguaje típico de los sueños. En este caso, podemos asegurar que el faraón fue
más inteligente dormido (en sueños) que despierto.
El significado de los sueños es algo que
desde el comienzo de la civilización ha preocupado al hombre a lo largo de la
historia. Pensadores de las diferentes culturas se han interesado e incluso
investigado sobre este tema. Ya que estamos ante una narración del pueblo
judío, no viene mal recordar que, para El Talmud, que es una obra que recoge
las discusiones de los rabinos sobre leyes judías, costumbres, historias,
tradiciones y leyendas: “Un sueño que no ha sido comprendido es como una carta
que no ha sido abierta”. Para entender
un poco mejor como se ha manejado este tema a lo largo de la historia, baste
este breve recorrido:
En las culturas orientales más antiguas los sueños eran mensajes enviados a los hombres por los dioses. Precisamente, el
tema que nos ocupa sería un buen ejemplo, ya que el Dios de José envía al
faraón los sueños expuestos para advertirle de lo que va a ocurrir y tome
precauciones. Sin embargo, otras interpretaciones llevadas a cabo en la India y
en Grecia le atribuían al lenguaje onírico la función de pronosticar y
diagnosticar enfermedades.
Para Sócrates, los sueños representan la
voz de la conciencia, por lo tanto, tenemos que tomarlos en serio y
observarlos, tal y como sostiene en Fedón, escrito por Platón. En contraste con
su admirado maestro, la teoría de Platón es casi una anticipación de lo que
mucho tiempo después propondría Freud, el fundador del Psicoanálisis, ya que
considera los sueños como la expresión de nuestra parte más irracional (el Ello
de Freud). Mientras tanto, Aristóteles destaca la naturaleza racional de los
mismos, pues supone que mientras dormimos podemos advertir con más claridad
nuestro estado corporal, pero no siempre ocurre así, y que no todos los sueños
tienen significado.
En la cultura romana, Lucrecio sostiene
que los sueños se ocupan de aquellas cosas que nos interesan durante el día, o
de las necesidades corporales que luego el sueño nos las satisface. Más
completa, me parece a mí, la teoría de interpretación onírica que propone Artemidoro en el siglo II y que
tuvo gran influencia en la Edad Media. Llegó a distinguir cinco clases de sueños
que tienen distintas propiedades. Destacaré dos: en primer lugar, llama sueño
al que descubre la verdad bajo una figura encubierta, precisamente como los que
tuvo el faraón; en segundo lugar, denomina oráculo, a aquel sueño que nos
advierte o nos revela un ángel mientras dormimos, como le ocurrió a San José,
el esposo de la Virgen, cuando un ángel enviado por Dios le informa mientras
duerme, que María se encuentra embarazada del Espíritu Santo. Bueno, de
Cicerón, mejor ni hablar, pues para él, los sueños no merecen ningún crédito ni
respeto. La voz del escepticismo más completo.
En tiempos de Jesús, en Jerusalén, el
rabino Jisdá afirmaba que todos los sueños tenían significado, excepto los
provocados por el ayuno. Los autores del Talmud suponen que ciertos tipos de
sueños nos pueden ofrecer un pronóstico que se cumple, entre otros, aquellos
que se repiten. Tengo que advertir, que para la psicología moderna los sueños
que se repiten son de una gran relevancia en la vida de la persona que los
tiene.
En el siglo IV podríamos destacar al discípulo
predilecto de Hipatia: Sinesio de Cirene cuando escribe: que unos con
lecciones son ilustrados; mientras otros, por el sueño son inspirados. Los
sueños serán al mismo tiempo verdaderos y oscuros, y aún en su oscuridad, residirá la verdad.
En la Edad Media, la línea que se sigue en
la interpretación onírica es parecida a la época clásica. Judíos como
Maimónides propone que se debe separar la parte racional del sueño de su velo
simbólico. Santo Tomás de Aquino señala cuatro clases distintas de sueños, y que
ciertos sueños son enviados por Dios.
Ya en tiempos más modernos, Hobbes afirma
con gran acierto por su parte, que todos los sueños son consecuencias de
estímulos somáticos, como prueba el hecho del gran consenso que ha suscitado
hasta hoy. Voltaire no cree que los sueños profeticen, pero admite que a menudo
hacemos uso durante el sueño de nuestras facultades más elevadas. Kant opina de
una manera similar. Tampoco aceptaba que en los sueños tengamos inspiraciones
sagradas. Pero también decía, que las ideas que tenemos durmiendo pueden ser
más claras que cuando estamos despiertos. Goethe afirma que nuestra capacidad
racional aumenta durante el sueño. Emerson reconoce que nuestro carácter se
refleja en los sueños y, sobre todo, aquellos aspectos que no aparecen en la
conducta observable. Al igual que vemos el carácter de los demás, a
menudo podemos predecir acciones futuras. Bergson, al igual que Nietzsche, cree
que los sueños tienen su origen en estímulos somáticos, pero difiere de él, en
que esos estímulos no deben ser interpretados por los anhelos y las pasiones
dominantes que poseemos.
Capítulo aparte merecería la obra de Freud, pero desbordaría esta entrada. Tan
solo me limitaré a decir qué para el padre del psicoanálisis, los sueños son
realizaciones de deseos inconscientes, muchos de ellos sexuales, que durante la
vigilia no hemos podido satisfacer, es decir, el sueño nos da lo que la
realidad nos niega, además, se da rienda suelta a los sentimientos más oscuros
y reprimidos por nuestra conciencia moral. Otros como Jung piensan que todos
los sueños son revelaciones de una sabiduría superior. Pero otros muchos
especialistas, como el ya mencionado Erich Fromm, por ejemplo, proponen que en
los sueños participan las dos
características del hombre: la irracional y la racional. Y la interpretación de
los sueños consistiría en averiguar, cuándo exponemos lo peor de nosotros
mismos, o bien, lo mejor y más elevado moral e intelectualmente.
R.R.C.
La copa de José
P.D. El cap. 44 del Génesis nos informa
de otra habilidad que tenía José: adivinar lo que iba a suceder utilizando una
copa de plata de su propiedad, que no solo utilizaba para beber, sino para ver
el futuro en ella, probablemente, llenándola de agua o añadiendo algún producto
a la misma, aceite, por ejemplo. Pero a diferencia de cuando José interpretaba
sueños con la ayuda de Dios, este asunto de la adivinación parece estar más
relacionado con la magia que con la religión.
R.R.C.