Avanzaba el día
11 de mayo de 1952 en un pequeño municipio de la provincia de Murcia. En Molina
de Segura empezaba a anochecer después de una tranquila jornada de un domingo cualquiera, cuando, de golpe,
y sin que nadie sospechara lo más mínimo, se produjo una tragedia que conmovió
las vidas de los habitantes de esta pacífica localidad. Una mano asesina y
cobarde surge por detrás de un pequeño grupo de hombres que escuchaban los
resultados de los partidos de futbol de aquel día, retransmitidos por una radio
que tenía un pequeño quiosco situado en la plaza de Los Caídos de la localidad,
entre las 8 y 8,30 de la tarde, clavó, sin mediar palabra alguna, un estilete
en el cuello de la víctima que le atravesó la arteria carótida y murió
desangrado en unos pocos segundos. Otros mantienen que utilizó su propia navaja de
barbero para cometer su horrendo crimen, ocasionándole un profundo corte en dicha
parte del cuerpo. Sus últimas palabras fueron: ¡qué pasa!, ¡qué
pasa!, antes de caer desplomado y ser recogido por un conocido que se encontraba
a su lado. Se llamaba Joaquín Marquina Jiménez, tan solo tenía 33 años y una
vida llena de proyectos por delante que le fue arrebatada sin saber el motivo.
La víctima tuvo una corta vida pero intensa. Era
farmacéutico, estudió la carrera en la Universidad de Granada y regentaba una
de las tres farmacias que había en esos momentos en el pueblo, en la actual
calle Mayor, muy cerca del lugar del crimen. Cuando comenzó la Guerra Civil
española, abandonó sus estudios de la carrera que ya tenía iniciada y se marchó
voluntario a la Unión Soviética para realizar un curso de formación para ser
piloto, que superó con éxito. Intervino a favor del bando republicano en esta
guerra que dividió a los españoles y que tuvo su inicio en Julio de 1936,
integrado en las fuerzas aéreas en su condición de piloto de combate. Tuvo la
mala fortuna de ser alcanzado su aparato en plena batalla por un avión alemán, uno
de los enviados por Hitler para ayudar al bando franquista, mientras iba
ametrallando la aeronave que llevaba delante, un avión enemigo que no detectó,
ametralló al suyo por detrás. Ante la adversidad, llevó a cabo un aterrizaje de
emergencia en una zona* controlada por sus oponentes del bando nacional. Años
después, contaba a sus amistades que solo recordaba despertar en un hospital
de sus adversarios, rodeado de vendas por todas partes y con heridas
importantes que, probablemente, le dejaron afectado un ojo y le fracturaron la
cadera provocándole la cojeara de una pierna para siempre, que aminoró con una
gruesa suela en uno de sus zapatos. Apenas contaba con unos 20 años.
Una vez que salió
del hospital fue encarcelado y juzgado por un Consejo de Guerra** por su
intervención en el otro bando, que lo condenó a varios años de prisión. No me
han podido precisar su número, pero sí, que al menos cumplió un mínimo de
cinco. Una de sus cualidades conocidas era que sabía tocar el acordeón, lo que
le ayudó a combatir, en este caso, la monotonía de la cárcel. Parece ser que se
le concedió un indulto, por lo que abandonó la prisión antes de cumplir la pena
dictada. Salió con la ilusión de concluir sus estudios de una manera brillante
en la Facultad que los había iniciado. Como así ocurrió, a pesar de los
inconvenientes que tuvo que superar por ser un estudiante que había luchado en
el bando perdedor, lo que provocó la animadversión y falta de cooperación del
resto de sus compañeros. Hacia la mitad de la década de 1940 decidió alquilar
un pequeño local en el centro de un pueblo próximo al suyo para abrir su
farmacia.
Él, era vecino de
Santomera, en donde sus padres Antonio y Ángeles regentaban una tienda grande
de alimentación, aunque vendían un poco de todo. Tenía tres hermanos, uno de
ellos abogado, guardaba un enorme parecido con él, llamado Antonio como su padre; y dos hermanas. Del menor, aunque buena persona, no se sentía orgulloso de sus
formas, su actitud no encajaba en la mentalidad de una época llena de
prejuicios y sinrazón, lo cual le producía cierto sonrojo cuando lo presentaba
a sus amigos, según me cuenta alguno de ellos. Fue su hermano el abogado,
casado y sin hijos, el que se hizo cargo del traslado del cadáver a su
localidad natal, para celebrar el funeral y el posterior traslado al cementerio
de Santomera, al día siguiente de su violenta muerte.
Por la información que he podido recoger de gente que lo trató, Marquina era una persona muy culta, tenía un saber enciclopédico y era muy aficionado a la botánica. De personalidad inquieta y aventurera, estaba dispuesto a abandonar España para emigrar a Argentina. También escribía poesías, algunos todavía recuerdan la que le dedicó a la novia que tenía en Molina en su 18 cumpleaños. Él era 11, o 12 años mayor que ella. Inteligente, amable, espléndido, valiente, sincero, chistoso, alegre, son algunos de los epítetos, que sus conocidos destacan, de la gran persona que debió de ser el infortunado farmacéutico. Una prueba de su valentía es que no ocultaba su ideología comunista, lo que le podía acarrear más de un disgusto y ninguna ventaja, en aquella España de la posguerra. Está claro, que su estancia en la Rusia de Stalin, no le sirvió para conocer el verdadero rostro del comunismo, o bien, de cómo el marxismo se estaba llevando a la práctica en aquel país. No obstante, asistía a misa en los domingos y fiestas de guardar, probablemente, para congraciarse con sus vecinos, dicho con la máxima cautela, pues desconozco sus creencias religiosas, nadie me las ha podido aclarar con certeza.
Recordatorio de su fallecimiento |
Por la información que he podido recoger de gente que lo trató, Marquina era una persona muy culta, tenía un saber enciclopédico y era muy aficionado a la botánica. De personalidad inquieta y aventurera, estaba dispuesto a abandonar España para emigrar a Argentina. También escribía poesías, algunos todavía recuerdan la que le dedicó a la novia que tenía en Molina en su 18 cumpleaños. Él era 11, o 12 años mayor que ella. Inteligente, amable, espléndido, valiente, sincero, chistoso, alegre, son algunos de los epítetos, que sus conocidos destacan, de la gran persona que debió de ser el infortunado farmacéutico. Una prueba de su valentía es que no ocultaba su ideología comunista, lo que le podía acarrear más de un disgusto y ninguna ventaja, en aquella España de la posguerra. Está claro, que su estancia en la Rusia de Stalin, no le sirvió para conocer el verdadero rostro del comunismo, o bien, de cómo el marxismo se estaba llevando a la práctica en aquel país. No obstante, asistía a misa en los domingos y fiestas de guardar, probablemente, para congraciarse con sus vecinos, dicho con la máxima cautela, pues desconozco sus creencias religiosas, nadie me las ha podido aclarar con certeza.
Su novia Antoñita tenía una hermana y dos hermanos, tan guapa y hermosa como poco letrada, sus
aspiraciones se limitaban, como la mayoría de las jóvenes del momento, a echarse un buen novio para casarse. Vivía al otro
lado del río Segura, conocido como El Paraje, sus habitantes se consideraban de
Molina, aunque pertenece al municipio de Alguazas. Allí vivía con su familia,
entre los que se encontraba su padre, que gozaba de gran desahogo
económico, a pesar de su carencia de estudios, algo habitual en la España de la
posguerra. La novia se dejó al novio que tenía de una conocida familia de
Molina apodada los “Zambombos”, para salir con Marquina con el
consentimiento de su padre, pues creía que así alcanzaba una posición social
superior. En principio, la pareja pensaba casarse, a pesar de las diferencias
tan grandes, no solo de edad, que sus vecinos y amigos veían, y, que no
presagiaban un futuro feliz y duradero como hubiera sido deseable.
Un tiempo
después, Joaquín Marquina tuvo un grave problema en un ojo, probablemente
afectado desde la caída de su avión, un glaucoma (hipertensión en el globo
ocular), que le produjo un fuerte dolor y le obligó a hospitalizarse en la
capital de la provincia. Ingresado varios días, al final, perdió el ojo, que le
fue sustituido por uno de cristal. A partir de ahora llevaría gafas de
sol. Ni la novia, ni ningún familiar de
ella se dejó caer por allí, hecho que sentó muy mal al enfermo, hasta el punto,
que dejó plantada a Antoñita y a toda su familia de manera definitiva. El padre, según me dicen, lo tomó como una afrenta personal. Lo que casi nadie sabía es que a
Marquina le quedaba un as en la manga, una antigua novia que se había marchado
a Argentina y que todavía se escribía con ella. Era el momento para tratar de
recuperarla. Se puso en contacto con la misma a través del correo, aunque
realmente nunca dejó de escribirle, incluso, cuando tenía la novia de aquí. Ya consideraba los preparativos muy avanzados para reencontrarse con ella en Argentina. El
crimen truncó en seco sus planes. Antoñita, por su parte, no se vino abajo,
pronto se echó un nuevo novio de Cieza.
Ahora toca hablar
del personaje más siniestro y desagradable de esta historia: su asesino Andrés Meseguer.
Trabajaba en una barbería del centro de Molina, de cortas luces y personalidad oscura.
Estaba completamente enamorado de Antoñita, en su interior pensaba que podría
entenderse perfectamente con ella y, por supuesto, se quedó prendado con su
belleza. He escuchado distintos testimonios de gente que le conoció; y sobre los
motivos que llevaron a este hombre a cometer un acto tan horroroso. Un crimen
premeditado y cobarde. Huyó para esconderse en la huerta de alrededor del
municipio, en donde fue detenido por la Guardia Civil unos días después. Unos
apuntan que lo hizo por celos. Es una posibilidad, pero ya la había dejado. Otros
que fue un crimen político por ser comunista y el asesino ser de derechas,
animado incluso por otros derechistas violentos que había en la villa. A mí,
esta posibilidad no me parece suficiente. Hay quién dice, que se le fue la
cabeza, pues tendría algún tipo de locura y no se explican cómo lo pudo hacer. Por
último, se apunta que todo obedece a una venganza de alguien que no se
puede precisar, pero que lo utilizó llegando a decirle: “que no tenía cojones
si no lo mataba” dándole a entender, que la novia que tanto le gustaba sería
para él, y en sus cortas luces se lo creyó. Bien, esta última opción parece la
más razonable de las expuestas, aunque no podamos descartar otras, u otras
causas añadidas, o un conjunto de todas.
El hecho que no
ofrece lugar a dudas fue, que la tarde-noche
de ese fatídico domingo de mayo, frente al quiosco que regentaban los
hermanos “Meollo”, como se les conocía en la localidad, le clavó un estilete o su navaja de barbero en
el cuello, con la esperanza de que nadie lo percibiese aprovechando el jaleo
que había, pero le vio un tal Jeromo que se encontraba al lado de la víctima llenándolo completamente de sangre, hasta el punto de que parecía él quién
había cometido el crimen. Los gritos de éste fueron los que lo delataron. Como
pudo, cogió el moribundo cuerpo de Joaquín para llevarlo a Don Ernesto, médico
de la localidad que se encontraba en la misma calle a unos 250 metros más
arriba, prácticamente en la acera de enfrente donde la víctima tenía la
farmacia. Cuando llegó hasta aquí, ya no tenía pulso y había dejado de
respirar. Nada se pudo hacer por salvar su vida. Ni que decir tiene, que este
hecho conmocionó a todo un pueblo, pues la personalidad y bondad del fallecido
suscitaba admiración en una parte importante del vecindario, al menos, en todos
aquellos que le conocían.
El juicio que se
celebró contra el asesino dictaminó que no se encontraba bien de la cabeza, y
se le confinó en un manicomio de Murcia hasta el día de su muerte en la década
de 1970. Su familia lo enterró en el cementerio de Molina con la mayor
discreción posible. Me cuentan, que la hermana monja que tenía, debió de tener
alguna influencia en la benévola sentencia del tribunal, que sustituyó el
sanatorio psiquiátrico por la cárcel, e incluso se libró de una posible condena
de ejecución.
Las fuentes
utilizadas para escribir esta historia no han sido documentos escritos, pues
ignoro si existen y, en su caso, donde se encuentran. La información la he
obtenido de distintas personas que le conocieron y le trataron en su momento,
unas más que otras, pero todas ellas vinieron a coincidir en lo esencial de
esta descripción, tanto de hechos como de intenciones. Son ya mayores, pero
mantienen una gran claridad de ideas y recuerdos, por lo tanto merecen toda la
credibilidad, no menos que un texto escrito. Por otra parte, es necesario
reconocer que tenían lagunas y eran muy inconcretos en cuestiones cronológicas,
las horquillas temporales que me apuntaban eran muy amplias, lo cual me ha
impedido ser más preciso en el relato y no poder ofrecer fechas exactas, salvo
la del crimen. Si algún asunto se ha quedado un tanto vago o confuso es por
el mismo motivo, he preferido dejarlo así, antes que suponer algo que no se
corresponda con la realidad de los hechos.
Por último, esta
historia ha merecido la atención del escritor de Molina de Segura, que ha publicado una
novela basada en ella. En
Santomera, localidad de origen de la víctima, una calle lleva el nombre de
Joaquín Marquina Jiménez. Por mi parte, quiero recordarlo en esta entrada del
blog con respeto y afecto, con el deseo de que alguien la lea y sepa de su
existencia para que no caiga en el olvido lo que pasó. Que descanse en paz.
*Probablemente en la provincia de Teruel.
**Ubicado en San Javier (Murcia) para juzgar a personal del ejército del aire. Lo condenó a 12 años y un día de reclusión mayor. Tras cuatro años de prisión fue indultado quedando en libertad. Toda esta información no la he podido contrastar.
Nota: Fotografía del finado en la puerta de su farmacia pocos días antes de su asesinato.
*Probablemente en la provincia de Teruel.
**Ubicado en San Javier (Murcia) para juzgar a personal del ejército del aire. Lo condenó a 12 años y un día de reclusión mayor. Tras cuatro años de prisión fue indultado quedando en libertad. Toda esta información no la he podido contrastar.
Nota: Fotografía del finado en la puerta de su farmacia pocos días antes de su asesinato.
R.R.C.