La tarea del historiador es, sobre todas las cosas, el conocimiento del presente a través del pasado. En la medida que éste evoluciona cambian también las preguntas que el hombre formula a su pasado. Tal es la causa de que casi cada generación necesite hacer su Historia, pues las respuestas dadas por las generaciones que la precedieron ya no satisfacen los nuevos interrogantes que se plantean. El concepto de Historia ha evolucionado enormemente desde los tiempos de Heródoto hasta los nuestros. Veamos con brevedad:
La Historia
comienza con la aparición de la escritura en la antigua Mesopotamia y el
antiguo Egipto en los albores del III milenio a. de J.C. Ahora bien, hay que
esperar a la civilización griega y más concretamente a la época clásica, para
que aparezcan los primeros hombres en preocuparse por registrar acontecimientos
que habían vivido ellos, de los que
habían oído hablar, u observado en textos escritos, y que consideraban de interés para legarlos a la
posteridad. El hombre no empezó a tomar conciencia de escribir su propia Historia
hasta hace cerca de dos mil quinientos años.
En Grecia, se
comienza elaborando una serie de recuerdos en orden cronológico, por ejemplo, listas
de magistrados o reyes. La primera concepción de la Historia la encontramos en
los poemas homéricos y en Hexiodo, es enteramente religiosa. La marcha de la
humanidad constituye para ellos un proceso de degradación y se toma como punto
de partida un tiempo ya pasado, en el que los hombres, habrían vivido en un
estado de perfección, una edad de oro. En definitiva, la Historia aparece con
un sentido narrativo, escribiendo lo que sucede cada año sin análisis ni
crítica. Escriben solo los grandes acontecimientos, pero no como vivía un
campesino.
Podemos
considerar a Herodoto como el padre de la Historia. La coyuntura que domina en
este momento es la religiosa, la cual, es rebajada por él, así como todo
aquello que parezca leyenda. Un gran paso adelante supone Tucídides, pues
aspira a conocer las causas de los hechos que se producen y a contarlos con
total objetividad.
Los historiadores
romanos son semejantes a los griegos. Para ellos la Historia tiene un valor de
ejemplo, de ahí la atención minuciosa que prestan al estudio de los caracteres
humanos, como Plutarco, que aunque era
griego de nacimiento, ya escribió en el siglo I bajo el dominio romano sus Vidas paralelas, que eran biografías de
griegos y romanos famosos, para comparar sus virtudes y defectos comunes, o Las vidas de los doce césares del
historiador romano Suetonio de los siglos I y II. Es necesario señalar, que también
se da una tendencia a la acumulación de datos.
En la Edad Media
predomina una concepción cristiana de la Historia. Esta concepción es
providencialista, cuyo máximo representante es San Agustín. Por otra parte,
continúa el estilo narrativo y la tendencia a anotar las efemérides más
interesantes, así como la ausencia de sentido crítico, con lo cual, se daba
cabida a leyendas y fantasías.
En el
Renacimiento continúa el providencialismo, pero aparecen nuevas concepciones de
la Historia de corte profano. Maquiavelo, por ejemplo, le achaca al hombre los
aciertos y fracasos de los hechos históricos, e intenta conocer las causas de
los mismos.
Durante la Ilustración,
la teoría de que la Historia siempre progresa y no regresa, es una novedad de
este período. Voltaire, dice, que la humanidad progresa por el esfuerzo de los
hombres. Ahora, todo se reduce al hombre como centro.
En el Idealismo,
concretamente en la primera mitad del siglo XIX, se desarrolla en Alemania un
nuevo espíritu científico aplicado a la Historia. Sus tres puntos fundamentales
eran: los pueblos colectivamente considerados son los protagonistas de la Historia;
en segundo lugar, la naturaleza humana no es igual e inmutable sino cambiante;
y tercero, la creencia en el progreso indefinido del hombre. Para Fichte, la
tarea del historiador no es conservar el pasado, sino comprender el presente.
Para Hegel, el suceder histórico es tan solo la realización del pensamiento.
Las ideas son anteriores a los hechos. Así pues, el motor de la Historia es la
razón del hombre.
Ya en el Positivismo,
la Historia se declara ciencia. Se fija su método basado en el análisis y la
crítica, con el cual, se eliminarán fábulas y supercherías en este campo. Para
Comte, la Historia se ocuparía únicamente de descubrir y establecer los hechos,
mientras que la Sociología sería la encargada de interpretarlos.
Para el Marxismo,
el motor de la Historia es la lucha de clases sociales que se produce en la
humanidad como consecuencia de su división, pues según Marx, se encuentra
dividida en dos clases: la de los opresores, que identifica con la burguesía en
su época, propietarios de los medios de producción; y la de los oprimidos, que
identifica con el proletariado desposeído de dichos medios. Toda la sociedad
está presidida por esta lucha, que se resolverá en el proceso histórico, en el
cual, tras una etapa de transición que denomina Dictadura del proletariado, se
abrirá camino una sociedad sin clases.
Cuando llegamos
al siglo XX, nos encontramos con una metodología madura y un arsenal de
conocimientos comprobados. Pero entonces, se plantea el problema del progreso o
la decadencia dentro de la historia universal, sobre todo cuando se tiene la experiencia que suponen dos guerras
mundiales en un corto período de tiempo. Hay quien niega la necesidad de un
progreso, por lo tanto, el carácter más importante de la Historia es su
continuidad, pero no, progreso. Otros opinan, posiblemente la mayoría, que ésta
progresa. Para el pensamiento de este siglo, la Historia es una ciencia que
tiene como, cualquier otra, sus principios propios de estudio e investigación.
Hay que destacar la labor de Arnold Toynbee en cuanto al concepto de la materia
que nos ocupa, cree, que cada civilización tiene unas características propias,
pero siempre relacionada con otras, una civilización decae como resultado de su
impotencia para enfrentarse a los desafíos que se le presentan. Dio gran
importancia a los factores religiosos en la formulación de las respuestas a los
desafíos, negando que éstas deban perecer finalmente. Defendía que podía
esperarse, que la moderna civilización Occidental pueda escapar a la norma
general de la decadencia de las civilizaciones.
R.R.C.
NOTA: Foto del autor.