Es un óleo sobre lienzo (266 X 345 cm.) expuesto en el Museo
del Prado de la capital de España. Es un cuadro parejo al 2 de Mayo, en el que
podíamos ver la carga de los mamelucos del ejército napoleónico a las órdenes
de Murat, aplastando a sangre y fuego el levantamiento popular que tuvo lugar
en la Puerta del Sol de Madrid contra el invasor francés. Pintado seis años
después de los trágicos acontecimientos que representa, con objeto de
"perpetuar por medio del pincel las más notables y heroicas acciones de
nuestra gloriosa insurrección contra el tirano de Europa".
La técnica
empleada, totalmente expresionista, está en la línea progresiva y libre del
Goya de San Antonio de la Florida y de la Quinta del Sordo. El cuadro no figura
en el catálogo de 1858 del Museo del Prado, pero probablemente se colgaron
antes de 1865, ya que Manet se inspira en él para pintar a Maximiliano de
México en 1867.
El hecho que Goya
quiere conmemorar es el drama que vivió en Madrid a partir de la mañana del 2
de mayo y que finalizó con los fusilamientos de la madrugada del día siguiente,
después del ataque del pueblo a la caballería de Murat a su paso por
la Puerta del Sol. Murat, lugarteniente de Napoleón, acalló Madrid con
sangre, como ya hemos apuntado. Comenzaron los fusilamientos en las tapias del
Convento de Jesús en el Buen Retiro, en las orillas del río, en la Casa de
Campo, en Leganitos, en Santa Bárbara, en la Puerta de Segovia, en Buen Suceso
y en la montaña del Príncipe Pío, durando éstos hasta las cuatro de la mañana,
momento final escogido por Goya.
Es la composición
más rotunda del artista por las angustias y terribles expresiones de los que
esperan la muerte o de los caídos ya, pero sobre todo, por la figura central
del patriota desesperado que "alza terrible sus brazos al cielo en señal
de protesta, como poniendo a Dios por testigo de la brutal injusticia que le
hace morir por la dignidad y la independencia de su patria", según
palabras de L. Ferrari.
Las víctimas, con
sus gestos, parecen una apología de las diferentes actitudes que toma el ser
humano ante la muerte, mientras, detrás aguardan la misma suerte más
condenados. El pelotón de ejecución no muestra sus rostros al espectador, sino
que aparece como una fría máquina de matar y, como tal, impersonal y sin
mostrar sentimiento alguno. La nota violenta la dan los cadáveres que en primer
plano aparecen caídos sobre un charco de sangre.
Los cuadros
cobran toda la fuerza al ser vistos juntos, ya que lo que en uno es movimiento
y griterío, en el otro es calma y silencio contenidos. Nos muestran toda la
fuerza del romanticismo goyesco: exaltación del color, del movimiento y de los
sentimientos, junto a novedades técnicas innegables como el sombreado y
perfilado de las figuras.
Por otra parte, nos encontramos ante un cuadro
que es un auténtico documento histórico. Además de ser un homenaje al pueblo
inocente como víctima inevitable de cualquier guerra.