No sé el motivo
que le ha llevado al Papa Francisco a declarar hace unos días (espero que no
haya sido el calor de este mes de junio), que si no se establecía una fecha
fija para la Semana Santa, en cuestión de unos sesenta años terminaríamos
celebrándola en el mes de agosto. Supongo, que esta afirmación atribuida al
Sumo Pontífice debe ser cierta, y no una mala interpretación de la prensa,
porque la he leído en diferentes medios de comunicación y todos coinciden en la
misma frase. Para que esto tuviera lugar, tendría que producirse un cataclismo
a escala planetaria, e incluso del sistema solar; algo no previsto por ninguna
autoridad científica actual. Por otra parte, desde hace millones de años los
solsticios y equinoccios vienen dándose en la misma fecha que todos conocemos,
y no hay ningún indicio que nos lleve a pensar que este asunto va a cambiar.
Entiendo, que
Francisco quiera llegar a un acuerdo con las distintas iglesias ortodoxas para
celebrar esta Semana de Pasión y Gloria en las mismas fechas, pero de ahí, a
decir lo que ha dicho, hay un largo trecho. Ya que puede resultar curioso, que
cuando los católicos celebran la resurrección del Señor, para los ortodoxos,
todavía estaba predicando y ni si quiera se había dictado una orden de
detención contra Él. La explicación a esta insólita situación se remonta al
siglo XVI, cuando el Papa Gregorio decidió unilateralmente adelantar el
calendario juliano diez días, precisamente para evitar un desfase en las
estaciones. Y alguna pequeña modificación más. La Iglesia ortodoxa no aceptó
esta reforma y siguió sus ritos litúrgicos celebrándolos de acuerdo al antiguo
calendario, por lo que actualmente, el desfase es de once días. Así que, sus
principales y más conocidas celebraciones ocurren con once días de retraso con
respecto a la Iglesia católica. No obstante, hay que advertir que en todo lo
demás los ortodoxos siguen nuestro calendario, que es internacional.
El hecho de que
la Semana Santa cambie de fecha todos los años, se debe a que se elige el
primer domingo de luna llena después del equinoccio de primavera (que cae
alrededor del 21 de marzo) cómo día de la Resurrección del Señor (Domingo de
Pascua). Era la única festividad religiosa que celebraban
los cristianos en los tres primeros siglos de su existencia. Fue el Concilio de
Nicea en el año 325 el que estableció la fecha en que se debía celebrar la
Semana Santa, tomando como referencia la Pascua judía que, como todos sabemos,
conmemoró Jesús en la Última Cena, poco antes de ser detenido, martirizado y
crucificado en el penúltimo día de la semana hebrea, que concluía en el Sabbat
(el sábado), su jornada más señalada. A los primeros cristianos no les hubiese
gustado coincidir con dicha celebración, pero les fue inevitable. Luego, el Domingo de Pascua sobreviene en un paréntesis de 35 días, entre el 22
de marzo y el 25 de abril, contados ambos.
Por último, sin
ánimo de llevar la contraria al Papa Francisco, estaría bien que todos los
cristianos celebraran la semana más importante de su calendario litúrgico al
mismo tiempo pero, que a la vez, conservara la estrecha relación que la vincula
a la Pascua judía en la que festejaban su salida de Egipto y el fin
de la esclavitud en ese país. De esta manera, no habría contradicción alguna entre
tradición religiosa y rigor histórico.
R.R.C.