Acaba de fallecer
en Londres el actor británico Christopher Lee, un artista prolífico que filmó
unas 250 películas y dio vida a distintos personajes; pero yo, siempre lo
recordaré en el papel de Conde Drácula que tanto me impactó en mi infancia y
juventud. Sencillamente, me producía terror. Me quitaba el sueño, ya que por la
noche era cuando él recobraba la vida que el día le negaba, y cometía todas sus
tropelías. Elegantemente vestido con su capa negra, prominentes colmillos y
ojos sanguinolentos, inquietaba a cualquiera. Su enorme altura de casi dos
metros (1,96 cm) colaboraba a su imagen turbadora. Todos recordamos que como
muerto viviente y sin alma, no se reflejaba en los espejos, no podía soportar
los ajos y retrocedía ante la presencia de la cruz, su principal enemigo.
Tampoco podía soportar la luz del Sol que lo hacía volver a su tumba.
La famosa novela
publicada en 1897 por el escritor irlandés Bram Stoker, lo convirtió en el
vampiro más famoso de la historia. Situó al personaje en Transilvania, en la
actual Rumanía, concretamente en el precioso castillo de Bran con un entorno
natural maravilloso, que sirvió al escritor de inspiración para su novela y del
que hay una entrada en este blog.
Pero el verdadero
Drácula, el histórico, el que existió de verdad, se llamaba Vlad Tepes; hijo de
Vlad II Dracul (dragón), nacido en 1431, en Sighișoara, Rumania, y murió, no se
sabe bien cómo, batallando contra los turcos en Bucarest en 1476. Gobernó con
el título de Príncipe de Valaquia Vlad Tepes III (el Empalador) Draculean (el
hijo del Dragón). Simplificando: Vlad Tepes Draculean. Declarado héroe de
Rumanía por el gobierno comunista de Nicolae Ceaușescu en 1976, al cumplirse el
quinto centenario de su muerte.
Vlad Tepes fue un
personaje muy cruel, basó su gobierno en el terror sobre súbditos y
extranjeros. El empalamiento y la tortura fue lo que habitualmente empleó para
mantener el control dentro de sus dominios y atemorizar a sus adversarios. Lo
primero que hizo al llegar al poder, fue eliminar físicamente a los boyardos,
nobles que se oponían a él. Lo mismo hizo con ciudades que no quisieron
someterse a su autoridad como Brasov o Sibiu, ejecutando por empalamiento a
hombres mujeres y niños de estas localidades. Sus enemigos exteriores fueron
los turcos musulmanes, aunque también se enfrentó y trató con igual dureza a
cristianos ortodoxos, según conviniese a sus intereses. Su reinado, en fin, se
caracterizó por la crueldad, la tortura, la guerra y la muerte, que él mismo
encontró, probablemente, en el campo de batalla.
Según la tradición,
en el monasterio del lago Snagov cerca de Bucarest hay una tumba con su nombre,
sin embargo, sus restos no se han encontrado allí, ya que han aparecido en su
lugar restos de animales. No obstante, apareció un cadáver decapitado y con
vestimentas propias de su rango al lado de su sepultura, pero se perdieron en
la década de 1940.
Ahora bien,
investigadores de la Universidad de Tallín, Estonia, consideran que Vlad Tepes
fue hecho prisionero por los turcos en su última batalla. Enviaron a su hija
María con la familia gobernante de Nápoles con la que su padre estaba aliado. Y
después de ser encarcelado por los turcos, sus parientes napolitanos habrían
pagado el rescate, para pasar los últimos días de su vida con su descendiente.
Esta hipótesis explicaría que en la iglesia de Santa María la Nova de esta
ciudad italiana; Erika Stella, estudiante de doctorado, hallara una lápida con
bajos relieves del siglo XV con toda la simbología de Vlad, o sea, su nombre
estaría escrito en esta lápida simbólicamente; en donde los dragones hacen
referencia a Drácula y las esfinges opuestas a la ciudad de Tebas, también
conocida como Tepes. De momento, esta tumba no se ha abierto para comprobar si
esta teoría está en lo cierto. Habrá que esperar. Por otra parte, en este mismo
lugar, se encuentra la tumba de su hija y su yerno, según aseguran los mismos
investigadores.
R.R.C.