Nunca he
presenciado tanta ternura y delicadeza en una escena de arte egipcio, sea relieve o
pintura, como la que exhibe el respaldo del trono de Tutankamón. Esa
mirada de complicidad entre el joven faraón y su delicada esposa desprende una
dulzura contagiosa. Ese gesto protector de su mano derecha sobre el hombro
izquierdo de su marido, al que está a punto de poner ungüento perfumado del
recipiente que sostiene en su mano izquierda, contribuye aún más a transmitir
amor, afecto y sensibilidad a la intimidad del momento. Si ahora detenemos nuestro examen en los pies de ambos,
observaremos, que mientras Tutankamón solo calza su pie izquierdo, su esposa
Anjesenatón hace lo propio en su pie derecho, símbolo inequívoco de que se complementan mutuamente. En fin, no encontramos en toda la etapa faraónica una representación de una pareja real tan enamorada como la que vemos en la imagen.
Por otra parte, me
gustaría hacer hincapié en las siguientes cuestiones técnicas como el gusto
más que evidente por el detalle; la elegancia de la vestimenta y la
transparencia de las telas, especialmente la de ella; los amplios y lujosos
pectorales; sus elaboradas y llamativas pelucas, además de las piezas
simbólicas que portan; y destacados brazaletes dignos de la realeza. Todo este
conjunto de elementos, muestran el interés del artista egipcio por alcanzar la
perfección en su obra. Para su consecución utiliza madera decorada con pan de
oro, plata, vidrio y piedras de adorno como lapislázuli, cornalina y turquesa. Y,
por último, advertir como el Sol situado en la parte superior inunda toda la composición de
luz y energía, y aprovecha dos de sus rayos para introducir en las bocas de la
feliz pareja el símbolo de la vida que, al final, no tuvieron. (De R.R.C. para Fina Pagán.)
R.R.C.