Transcurría
el año 1976 cuando se decidió que la momia de Ramsés II abandonara su tranquila
sala de reposo en El Cairo, para viajar al Museo del Hombre de París, con
objeto de someterla a un riguroso estudio por más de 200 científicos, y así,
poder comprender por qué se había deteriorado más desde que fue descubierta,
allá por el año 1886 por Maspero y Brugsch, que desde su muerte acaecida hacia
el 1213 a. de C. Aunque la momia del faraón fue enterrada en la KV7 del Valle
de los Reyes, fue trasladada unos 250 años después a un escondite en Deir
el-Bahari, conocido como La tumba DB320. Tras un concienzudo análisis
descubrieron que estaba infectada por 89 tipos de hongos, debido a la humedad
de la sala donde se encontraba, siendo sometida a un proceso de limpieza y
preservación para, posteriormente, ser devuelta al Museo de El Cairo.
Para realizar este viaje necesitó que el Gobierno egipcio le emitiera un pasaporte, como un ciudadano más, o como una
momia más, con fotografía incluida de su rostro: pelirrojo y nariz aguileña; y
con la profesión que ejerció: Rey fallecido. En París fue recibido con honores
de Jefe de Estado, incluso la comitiva dio una vuelta por la plaza de la Concordia,
donde, precisamente, se encuentra un obelisco suyo. Sería la última vez que
monumento y personaje se encontraran tan cerca. Por desgracia, no se ha publicado
su pasaporte original, y tan solo contamos con una reproducción elaborada por
el arqueólogo David S. Anderson. ¿Qué cara pondría el funcionario de aduanas
cuando le presentaran el pasaporte para sellar? Seguro que ese documento no lo
olvidará nunca.
R.R.C.