Lo podemos
comprobar en la lectura de un curioso texto que tiene una antigüedad superior a
los cuatro mil años, y cuyos fragmentos escritos en cuneiforme en una tablilla
de arcilla cocida han sido traducidos por el sumerólogo Samuel Noah Kramer, en
su conocido libro: La historia empieza en
Sumer, que narra la crónica del “primer pelotilla oficial” del que se tiene
noticia. Es un ensayo sumerio compuesto por un maestro de escuela anónimo de la
vida cotidiana de un estudiante. En él nos informa con palabras sencillas hasta
qué punto la naturaleza humana, en opinión de Kramer, ha permanecido inmutable
desde hace miles de años.
El estudiante sumerio de quién se habla en
el ensayo teme llegar tarde a la escuela y que el maestro lo castigue por esto.
Al despertar apremia a su madre para que rápidamente le prepare el desayuno. En
la escuela, cada vez que se porta mal, es azotado por el maestro o uno de sus
ayudantes (que no se preocupen los padres con niños que eso ahora no pasa, más
bien al revés). En cuanto al salario del maestro era tan escaso como lo es hoy
en día (ya sé que mucha gente piensa que ganan mucho, no hacen nada y tienen
demasiadas vacaciones, el problema es que no es verdad, recuerden que el presidente del Gobierno español Zapatero ya
les bajó el sueldo y el Ejecutivo del Partido Popular se lo congeló, le aumentó
la jornada laboral y le quitó la paga extra entre aplausos de sus diputados).
En esta situación de escasez económica, el maestro aprovechaba cualquier
ocasión de mejorar con algún suplemento por parte de los padres.
El texto en cuestión comienza con esta
pregunta directa al alumno: ¿Adónde has ido desde tu más tierna infancia? Él
responde: he ido a la escuela. El autor insiste: ¿qué has hecho en la escuela?
Acto seguido viene la respuesta del alumno, que ocupa más de la mitad del
documento y en esencia dice: “he recitado mi tablilla, he desayunado, he
preparado mi nueva tablilla, la he llenado de escritura, la he terminado;
después me han indicado mi recitación y, por la tarde, me han señalado mi
ejercicio de escritura. Al terminar la clase he ido a mi casa, he entrado en
ella y me he encontrado con mi padre que estaba sentado. He hablado a mi padre
de mi ejercicio de escritura, después le he recitado mi tablilla, y mi padre se
ha quedado muy contento… Al día siguiente, muy temprano me he vuelto hacia mi
madre y le he dicho: dame mi desayuno, que tengo que ir a la escuela”. Mi madre
me lo ha dado y me he puesto en camino. En la escuela, el vigilante de turno me
ha dicho: “¿por qué has llegado tarde?” Asustado y con el corazón que se me
salía por la boca, he ido al encuentro de mi maestro y le he hecho una
respetuosa reverencia.
De nada le sirvió, pues ese día tuvo que
aguantar el látigo varias veces, castigado por uno de sus maestros por haberse
levantado en la clase, castigado por otro por haber hablado o por haber salido
indebidamente por la puerta grande. Y encima el profesor le dice: “tu escritura
no es satisfactoria”, por lo que tuvo que sufrir un nuevo castigo. En fin, todo
esto fue demasiado para el chico, ¡lo que hubiese ganado si no hubiera ido a la
escuela ese día! En consecuencia, insinuó a su padre que tal vez fuera una
buena idea invitar al maestro a la casa y suavizarlo con algunos regalos. Lo
cual constituye un acto de adulación en toda regla y del que tenemos noticia
por primera vez.
El padre dio la razón a su hijo (como
tantas veces ocurre hoy en día, la tenga, o no), pero en este caso invitaron
al maestro a casa del alumno y nada más entrar lo sentaron en el sitio de
honor. El muchacho le sirvió y le rodeó de atenciones y de todo lo que había
aprendido sobre escritura hizo ostentación ante su padre. El progenitor no se
quedó corto, ofreció vino al maestro y le agasajó, le vistió con un traje
nuevo, le ofreció un obsequio y le puso un anillo en el dedo. Conquistado por
tanta generosidad, ahora el maestro tomó la palabra y empezó a hacer
comentarios elogiosos al alumno, entre otros, deseándole que pudiera conseguir
el más alto rango entre los escolares. Afirmaba que cumplió bien sus tareas académicas
y que se había transformado en un hombre de saber. Con estas entusiastas
palabras por parte del maestro termina el ensayo, redactado en escritura
cuneiforme sobre arcilla. De esto hace, más de cuatro mil años.
Por último, hay que decir que esta pequeña
obra tuvo que ser muy popular in illo tempore, como prueba el hecho de haber
encontrado más de veinte copias de la misma, repartidas por distintas ciudades
del mundo.
Nota: La imagen que encabeza el texto la
he obtenido de Internet, aunque no aparece firmada, todo indica que su autor es
Forges.
R.R.C.