Paseando por la ribera norte del Támesis,
cerca del parlamento británico y del conocido Big Ben, aparece imponente un
auténtico obelisco egipcio levantado originariamente en Heliópolis, importante
ciudad del Bajo Egipto. El faraón Tutmosis III ordenó su construcción allá por
el siglo XV a. de C., junto con otro similar conocidos como agujas de
Cleopatra, y que podemos contemplar hoy en Central Park de Nueva York. Como
tantas veces ocurre en la historia con los nombres, nada tienen que ver con la
famosa reina, salvo que estuvieron en su ciudad cuando Julio César se empeñó en
trasladarlos. Son de granito rojo de Asuán, sobrepasan los 20 m. de altura y
las 180 toneladas de peso.
Centrando nuestra atención en el obelisco
de Londres, fue un regalo que Mehemet Ali hizo a la reina Victoria en 1819,
aunque su traslado a la capital británica se llevó a cabo posteriormente. A
finales del siglo XIX se le añadieron dos esfinges de bronce de Tutmosis III
que se copiaron de las originales. Aparecen caracteres jeroglíficos divididos
en tres bandas en sus cuatro caras. La banda central (más desgastada) contiene
elogios dirigidos a Tutmosis III, mientras las laterales, con un huecorrelieve
mucho más profundo fueron añadidas por Ramsés II, experto en aprovechar
monumentos de otros para su enaltecimiento personal. Desgraciadamente, una
bomba lanzada durante la I Guerra Mundial, causó varios desperfectos aún
visibles en este magnífico monumento.
Hay que recordar que obeliscos egipcios
hay más fuera del país de los faraones, que en el propio Egipto; y si la
memoria no me falla, la ciudad que más obeliscos tiene es Roma. También los
podemos ver en París, Estambul… En fin, manifestaciones del glorioso pasado
faraónico repartido por el mundo.
R.R.C.
NOTA: Foto del autor.