Fue el Papa del siglo IV Dámaso I, quién encomendó en el año 383 una versión al latín vulgar de la Biblia al monje Jerónimo de Estridón, ciudad de la provincia romana de Dalmacia, aunque su localización es desconocida en la actualidad, probablemente estaría en Croacia o Eslovenia. Era un personaje inteligente, cultivado, viajero y políglota, que en estos momentos vivía en Roma. Inmediatamente se puso manos a la obra y sometió a revisión todas las antiguas versiones latinas que circulaban, con el objetivo de unificarlas y, por supuesto de mejorarlas. El primer libro que analizó fue el de los Salmos.
Poco tiempo
después, a la muerte de su protector Dámaso se trasladó a Belén, en donde
corrigió este texto basándose en manuscritos que conoció por Oriente. Terminó
revisando todo el Antiguo Testamento latino, teniendo presente el texto hebreo
del mismo, esencialmente idéntico al posterior texto masorético establecido en
esta lengua en los siglos IX y X en Tiberíades, por dos familias de eruditos:
las escuelas de Ben Aser y Ben Neftalí; así como otros escritos en griego
conocidos como Biblia de los Setenta. Pues era una versión a este idioma de los
libros del Antiguo Testamento, traducida del hebreo y arameo por presuntamente
setenta y dos expertos en el siglo III antes de J.C. en la ciudad de
Alejandría, para los judíos de la diáspora que hablaban griego, además de
atender a las explicaciones de los rabinos judíos. Para la traducción del Nuevo
Testamento utilizó como base un texto griego muy parecido al Códice Vaticano
(1) y la misma Vetus Latina, que era una gran colección de libros bíblicos
traducidos al latín, anteriores a San Jerónimo. Ya en el año 405 tenía
concluido su trabajo que es la base de la Vulgata.
Por lo tanto, la
Vulgata es la versión al latín vulgar (el que hablaba el pueblo llano) de la
Biblia, que realizó San Jerónimo y adoptó como propia la Iglesia de Roma. Sin
embargo, las antiguas versiones latinas no desaparecieron, afectando al texto
de la Vulgata, en el que se introdujeron elementos de dichas versiones con el
transcurrir de los años, dando lugar a la lógica confusión textual. Con lo cual, se tuvieron que llevar
a cabo nuevos esfuerzos para establecer de nuevo el texto de la Vulgata.
La IV sesión del
Concilio de Trento celebrada en 1546 declaró la Vulgata latina como la Biblia
oficial de la Iglesia Católica, pero no obvió la necesidad de fijar un texto
definitivo para el futuro, que fuese lo más fiel posible a los originales. Por
lo que se editó en 1590 bajo el pontificado de Sixto V, la versión que llevaba
su nombre: la Vulgata Sixtina, pero como se demostró insuficiente, volvió a ser
revisada poco después a finales del siglo XVI, siendo Papa Clemente VIII, por
lo que se le denominó: Vulgata Clementina, y ésta fue, de momento, la que quedó
en Vigor.
Hay que esperar
hasta Pio X, ya en el siglo XX, para que este pontífice encomiende un nuevo
análisis de la Vulgata a la Orden Benedictina. Como consecuencia del trabajo
emprendido, han ido apareciendo durante el siglo anterior un nuevo texto
revisado de los distintos libros que componen la Biblia. Incluso el Concilio
Vaticano II dio un nuevo impulso a su revisión. Tal como la conocemos hoy se le
denomina Neo Vulgata y fue aprobada en 1979 por Juan Pablo II. Su contenido es
casi idéntico a la Vulgata Clementina; lo que cambió fue los nombres de algunos
libros, y la posición de pocos versículos, que se adaptaron para un mejor
entendimiento, pero nunca cambió el texto. La Biblia que se escucha en la
actualidad en la Iglesia Católica traducida a los distintos idiomas: español,
francés, portugués, italiano, etc. es la Neo Vulgata, escrita en latín popular.
Cabe señalar, que
la división de los libros de la Biblia en capítulos apareció en la Vulgata por
primera vez en el siglo XIII. En cambio, la división en versículos procede del
texto hebreo del Antiguo Testamento, ya que los judíos no admiten el Nuevo. No
obstante, estas divisiones pueden variar según las distintas versiones que se
tienen de la Biblia, además de la Neo Vulgata.
Por último, todos
los estudios y análisis que, como hemos visto, se han ido haciendo a lo largo
de los siglos de los materiales bíblicos por parte de la Iglesia de Roma, han
tenido como objeto establecer el texto sagrado original de la manera más fiel
posible.
(1) Llamado así porque se conserva en la Biblioteca Vaticana. Manuscrito en griego sobre pergamino, se considera que es la copia más antigua que existe de la Biblia, ya que fue escrito en la primera mitad del siglo IV y recoge una de esas recensiones bíblicas que circulaban en el siglo III.
R.R.C.