También
conocido como Sínodo del Cadáver o Sínodo Cadavérico, puesto que se juzgó a una
persona ya fallecida. He preferido mantener la traducción de su denominación
latina Synodus horrenda. Con este nombre fue recogido uno de los
acontecimientos más lamentables de la historia de la Iglesia cristiana,
ocurrido en el mes de enero del año 897, en la primitiva y posteriormente
destruida por un terremoto basílica constantiniana o de Letrán de Roma, en donde
actualmente se levanta el Vaticano, cuando el papa reinante Esteban VI propuso desenterrar al papa anterior Formoso
para someterlo a juicio, en presencia de los obispos congregados al efecto y
someterlo a escarnio y humillación pública, anulando todas sus actuaciones como
Sumo Pontífice, además sufrir La damnatio memoriae, práctica que procedía de la
antigua Roma (borrarlo de la historia, como si jamás hubiese existido). El papa
Formoso murió de avanzada edad y después de un pontificado de cinco años
falleció el 4 de abril del 896 y, según parece, dotado de una gran
inteligencia, habilidad y santidad, lo cual de nada le sirvió para evitar el
esperpéntico juicio al que fue sometido su cadáver ya putrefacto. Para entender
lo ocurrido, si ello es posible, hay que tener presente algunas consideraciones
que veremos a continuación.
La creación de los Estados Pontificios, el
llamado “patrimonio de San Pedro” en el siglo VIII convirtió al papa, de hecho,
en una especie de señor feudal y dotó al cargo de un poder financiero
importante. Su puesto fue a partir de este momento codiciado por las grandes
y más poderosas familias de Roma y alrededores, convirtiéndose el papado en una
institución tan peligrosa como ansiada. Con el poder terrenal, el atractivo del
cargo se incrementó notablemente. A partir de Carlomagno, al que el papa León
III coronó emperador, sólo el Sumo Pontífice podía imponer tan sagrado símbolo,
aumentando, lógicamente, su poder e influencia política, al menos, entre los reinos
cristianos. Consciente de ello, utilizó este hecho como una de sus armas más
valiosas.
En la ciudad de Roma había distintas
facciones que luchaban frecuente e intensamente por ocupar el papado, lo que la
llevó al borde del colapso en los últimos años del siglo IX. En este contexto
de enfrentamientos encarnizados tuvo lugar el juicio al papa muerto, que marca, posiblemente, el momento en el que Roma queda sumida en la anarquía. La facción
que alcanza el poder en estos momentos es la acaudillada por el que decide
llamarse Esteban VI. Pronto pone en marcha un proceso solemne contra el papa
anterior Formoso, con la acusación formal de que había aceptado el título de papa siendo obispo de otra diócesis, contrariamente a lo que decía el derecho
canónico. Pocos serían, si es que había alguno, que se creyese semejante
acusación. El verdadero delito que había cometido era, simplemente, que había
sido jefe de la facción rival a la suya.
Mandó desenterrar el cadáver, ocho meses
muerto y en plena descomposición, lo vistieron y engalanaron con sus ropas y
tiara papales y lo trasladaron a la cámara del concilio. Lo sentaron en el
trono que había ocupado en vida. Y para revestir de legalidad este absurdo y macabro proceso, se le
proporcionó al fallecido un abogado defensor, que se le situó a su lado y a
malas penas podía soportar el hedor que desprendía. Los obispos que allí estaban
tuvieron que presenciar, horrorizados, semejante escena, plasmada por el pintor
academicista francés Jean Paul Laurens
en 1870 y que aparece al inicio de esta entrada. En ella, vemos sentado en su
trono y ataviado con lujosas vestimentas al papa muerto, acompañado por un
monje puesto a su disposición para que hablara por él en su defensa, y al papa
Esteban VI de pie con su dedo acusador profiriendo todo tipo de gritos,
insultos y acusaciones al muerto, mientras su defensor guardaba un prudente
silencio. Delante, observamos un incensario humeante para amortiguar los malos olores que se debían respirar en la sala. Al fondo de la escena aparecen los obispos asistentes al bochornoso
espectáculo, entre los que se encontraban aquellos que habían sido elevados a
dicho rango por el papa encausado. Se llegó incluso al absurdo, por parte de
Esteban, de pedir al muerto que replicase a las acusaciones. Pero como dice el
historiador británico E. R. Chamberlin no se produjo ninguna intervención divina
y no lo hizo. Y para más sorna añade: "¿Que hubiera ocurrido si lo hubiese hecho?
“¿No hubiera huido gritando de terror, toda aquella asustada muchedumbre? ¿Quién hubiera juzgado entonces
a Formoso?” recogiendo a Eugenius, 828.
También molestó mucho al Sumo Pontífice
reinante, que el fallecido coronase emperador a uno de los descendientes
ilegítimos de Carlomagno, después de haberlo hecho anteriormente con un
candidato apoyado por la facción de Esteban VI. Finalizado el juicio, no hubo
sorpresas, pues el Sínodo reunido a tal efecto lo halló culpable de todas las
acusaciones vertidas contra él. Se condenó al papa Formoso y se anularon todos
sus actos, a la vez que desnudó su cadáver y le cortaron los tres dedos de la
mano derecha que utilizaba para bendecir. A continuación, lo arrastraron por
toda la sala para entregárselo a una multitud vociferante que aguardaba en la
puerta, compuesta por seguidores del papa reinante, que lo arrastró por las
calles de Roma hasta el río Tíber para arrojarlo a sus aguas. Poco tiempo
después, sus restos salieron en las redes de unos pescadores y se le volvió a
enterrar, al menos, lo que quedaba de él. En realidad, en opinión de
Chamberlin: “La degradación del cadáver fue un acto de magia, un medio para que
su facción fuese degradada y quedara desprovista de poder”.
Poco tiempo después, tuvo lugar un
fenómeno curioso; esto es, un movimiento sísmico derribó la basílica laterana en donde se había producido el incalificable
juicio, lo que fue interpretado como un presagio favorable a Formoso por sus
partidarios, que cogieron fuerzas suficientes para capturar al papa Esteban,
que terminó con sus huesos en la cárcel y estrangulado en agosto de ese mismo
año. Así que poco le duró su victoria, si es que se puede llamar así. Sus
seguidores eligieron como papa a un cardenal llamado Sergio. Simultáneamente,
la facción opuesta eligió a su propio candidato. Pero en fin, esa ya es otra
historia y nos salimos del guion. Tan solo añadiré que Sergio III lo volvió a
exhumar para volver a ser enterrado de nuevo. En la actualidad descansa, esta
vez de manera definitiva (lo que quede de él), en la basílica del Vaticano, tal
y como figura en la inscripción que pone fin a esta entrada. R.I.P. (descanse en paz).
Nota 1. En el listado de papas que vemos en
la lápida de mármol de la basílica del Vaticano en donde se mencionan todos los papas enterrados allí, Esteban VI, aparece con el numeral de VII y esto se debe
a lo siguiente: El papa Esteban II falleció a los tres días de haber sido
elegido pontífice en el 752 y la elección era válida siempre que se le ordenara
previamente obispo de Roma. Su pronta muerte lo impidió, por lo que se
consideró nula su elección y fue borrado de la lista de pontífices. Pero en el
siglo XII este requisito fue abolido y pasó de nuevo a ser considerado papa,
hasta que bajo el pontificado de Juan XXIII se decidió, finalmente, que no era papa legítimo y se eliminó de la lista de sumos pontífices. En conclusión, en
listados anteriores a 1961, este papa aparece como Esteban VII en lugar de
Esteban VI. Y en la lista de papas que expongo a continuación, lo hace como
Esteban VII, tal y como vemos en el recuadro señalado en rojo.
Nota 2. Al papa Formoso le sucedió Bonifacio
VI que murió dos semanas después. A éste le siguió Esteban VI (o VII).
Nota 3. Todas las actas de este sínodo
fueron destruidas y quedan pocas fuentes históricas que nos informen de ello.
No obstante, historiadores como Liutprando de Cremona y alguno más, como el
anónimo autor de la"Invectiva in Romam pro Formoso papa", nos
transmiten información que resulta de gran valor, ante la ausencia de
documentos oficiales. Poco tiempo después, un nuevo papa prohibió que se celebrase un juicio a una persona ya fallecida.
Nota 4. Recordar que nunca ha existido otro papa con el nombre de Formoso II. Aunque en el siglo XV un cardenal elegido
para el cargo renunció finalmente a ese nombre y tomó el de Pablo II.
R.R.C.
Nota: enmarcados en rojo por el autor.