Según informes
que proceden de la Baja Edad Media y posteriores, en la ciudad de León se
guardaba el salero que se utilizó en la Última Cena, la que celebró Jesucristo
con sus apóstoles en la misma noche que fue detenido. Este objeto era una escudilla (pequeña pieza ahuecada que permitiese meter los dedos para coger la sal) elaborada en calcedonia, una clase de cuarzo con vetas
que le dan una gran vistosidad a esta piedra. De este mismo mineral es el
cuenco del Santo Grial que se guarda en la catedral de Valencia, y que según la
tradición es el que utilizó Jesús para bendecir el vino (aunque en todo caso,
sería solo el mencionado cuenco, puesto que el resto de la estructura de la
copa es medieval. De todas formas, no entraré ahora en este asunto). Respecto
al salero, se le perdió la pista después de la entrada de las tropas napoleónicas
en León, durante la guerra de la Independencia en el siglo XIX.
En la famosa
pintura de Leonardo da Vinci “La última cena” que podemos contemplar en el
refectorio (comedor) de un convento de Milán: Judas con su brazo derecho vuelca
sin querer el salero, y la sal que contenía queda derramada encima de la mesa.
Constancia histórica de que esto ocurriera no tenemos, pero el hecho de que
Leonardo pintara esta acción no es fortuito. Hay que recordar que Jesús les
dice a sus apóstoles que ellos son la sal de la tierra, y que derramada no
sirve de nada. No es casualidad que al agua bendita se le eche sal. El
simbolismo de este mineral es muy importante para la religión cristiana.
El producto de la
sal era muy valorado en el mundo antiguo y medieval, ya que le permitía, ante
la falta de otros medios como los actuales, conservar los alimentos. Los
soldados romanos, por ejemplo, cobran en ocasiones su paga en este producto, e
incluso en la Edad Media se usaba como medio de pago. Precisamente, la palabra
salario proviene de sal. No poseerla solo te traería desgracias, al no poder
garantizarte provisiones para el futuro. Su desperdicio era suicida y, hasta
era lógico pensar, que derramar algo tan valioso te traería mala suerte.
Con lo escrito
hasta ahora, podemos entender mejor la creencia supersticiosa de que volcar el
salero y derramar su contenido traería mala ventura a la persona implicada. Aunque,
evidentemente, sea un acto involuntario al igual que le ocurrió a Judas. ¿Qué
podemos hacer ante semejante desgracia? Hay, al menos, una solución: echar un
poco de sal hacia atrás por encima del hombro izquierdo; y ¿por qué por el
hombro izquierdo? Porque es justo ahí, detrás de nosotros en nuestra parte
izquierda, donde se encuentra el diablo para tentarnos según una vieja
tradición popular. Así que, con nuestro gesto, sin darnos cuenta, le echaríamos
directamente la sal al demonio en la cara, acción que no le debe de agradar,
por lo que se nos compensaría liberándonos del castigo que conlleva derramar este
producto.
Volviendo al
principio de estas líneas, no podía ser otro comensal el autor de semejante
acción. Solo podía ser Judas Iscariote, que con su traición, materializada al
vender a su Maestro perdió su condición de apóstol, y al derramar el contenido
del salero ya no podía ser “la sal de la tierra”, es decir, la que haría surgir
el cristianismo.
Nota: debido al
deterioro actual que presenta “La última cena” de Leonardo, podemos ver mejor
este hecho en un mosaico del siglo XIX que reproduce esta pintura, elaborado
por Giacomo Raffaelli en una iglesia de Viena. El nombre de Judas y el óvalo
rojo es una indicación mía. También se puede ver que lleva la bolsa de las
monedas que le pagaron por su traición en la mano, entonces no existían sobres
como ahora.
R.R.C.