Esta maravillosa
moneda es un tetradracma de plata emitida por el rey Filipo II de Macedonia,
acuñada en la ceca de Pella en el segundo tercio del siglo IV a. C. Presenta un
peso de 14g y medio y un diámetro de unos 25 mm, teniendo en cuenta la
dificultad de esta última cifra al no mostrar una forma redonda. La pieza se
halla en el Museo Arqueológico Nacional (MAN) de Madrid. Fueron muchas y de
gran calidad la cantidad de monedas que este rey macedónico mandó a emitir y,
posiblemente, la mayor parte de ellas fueron supervisadas por él mismo, con el
objetivo de tener una buena carta de presentación en las polis griegas, que a
los macedónicos no terminaban de aceptarlos como verdaderos griegos, aunque si
admitían que tenían cosas en común, pero que también eran descendientes de
antiguos pueblos bárbaros. Sin embargo,
los habitantes de Macedonia sí se consideraban griegos de propio
derecho. Por ello, desde el principio quisieron participar en los juegos que se
celebraban en la polis de Olimpia cada cuatro años desde el 776 a. C., aunque
tuvieron que esperar unos tres siglos para poder competir en estos deportes, ya
que para ello, tenías que ser griego. Por lo tanto, este hecho supuso un gran
avance para que el mundo heleno reconociese como tal al reino de Macedonia. Y,
si además, los caballos de Filipo ganaron las carreras que se realizaron hacia
la mitad del siglo IV en tres olimpiadas consecutivas; en las modalidades de
carrera de caballos, cuadrigas (carro tirado por cuatro caballos) y bigas
(carro tirado por dos caballos), para qué queremos más. Aunque el participante
no fuera el propio rey, el dueño de los corceles sí lo era.
Si ahora nos fijamos en el anverso de la
moneda, observamos que ocupa casi todo su campo una impresionante y monumental
efigie, con un semblante sobrecogedor del propio Zeus, el dios helénico más
importante, el dios más poderoso de todos los del Olimpo, incluso dejando al
margen sus aventuras amorosas o sexuales con otras diosas o mujeres terrenales,
en cuyas hazañas era imbatible. Además, lleva sobre su cabeza la corona de
laurel que lo convierte en vencedor de los juegos de Olimpia. El reverso
aparece ocupado por un jinete un tanto presuntuoso, que cabalga con seguridad y
soltura con la leyenda: ΦΙΛΙΠΠΟΥ (Filipo). Mientras el
anverso es anepígrafo, es decir, no muestra leyenda alguna. Todo indica que el
caballero es el propio rey que desfila con su brazo derecho en alto saludando a
sus contemporáneos. En fin, que se había ganado a pulso ser reconocido como
griego, tanto él como a todo su pueblo.
Por último, señalar que Filipo II de
Macedonia fue uno de los mejores políticos de la historia de todos los tiempos.
Sin duda, su fama sería mucho mayor de no haber sido eclipsado por su hijo
Alejandro Magno educado, nada menos, que por Aristóteles.
R.R.C.