martes, 8 de julio de 2025

TURBA SIN DIOS

 

     “Es mi mejor cuadro” declaró el pintor Francisco Soria Aedo, granadino y fallecido en Madrid en 1965. Presentado en la capital de España durante la II República en 1934, se vio obligado a cambiarle el nombre original, por la perturbación que causaba, llamándolo “Composición”. Menudo eufemismo, como si su nuevo título cambiara en algo lo que el espectador que se arrimaba al cuadro para su meditación, no le causara un profundo sentimiento de compasión. El mismo autor presenció la bárbara escena en una iglesia de Madrid, lo que convierte a la pintura en un documento histórico de primer orden, es una fotografía de los hechos vistos por un católico apenado,  que además tuvo que ser protegido por sus amigos después de ser liberado por una checa. Para proteger el cuadro hubo que sacarlo de España para regresar finalmente en 1972. En este contexto, viene bien recordar ante la falta de actuación o silencio de las autoridades: “Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano” llegó a decir el propio Azaña.

     Es un lienzo de pintura figurativa del siglo XX español, con un armonioso y rico colorido, así como una distribución de la luz que destaca el dramatismo de la escena, ante el escarnio que está sufriendo Jesucristo en la cruz, junto con otros objetos litúrgicos, como la custodia eucarística, una dalmática (vestidura litúrgica), por ejemplo, con un fondo oscuro (casi neutro), con personajes oscuros, sin la mínima expresión de empatía a todo lo que representaba el cristianismo de aquellos momentos en la sociedad española. Los dos personajes clave que producen más perturbación son: el que aparece con una gran piedra apoyando su pie en el crucificado, con el objeto de chafarle la cara y el pecho; y el que se muestra inclinado para atarle una soga, probablemente, con la intención de arrastrarlo por el suelo. Según Elisa Sáez las figuras son pintadas con “sayones de pasión, es decir, personajes que aparecen en las procesiones como los malvados (soldados romanos, verdugos, y demás sujetos desagradables).

Resumiendo estamos frente a un cuadro académico, ante un lección de pintura del realismo español del siglo XX, en el que el autor toma de aquí y allá de destacados artistas españoles anteriores a su tiempo, para denunciar la situación de persecución de las autoridades republicanas a los católicos de la época. Al virtuoso artista se le trató con desprecio y olvido, y de hecho, todavía no se ha expuesto al público en un museo público. Esta situación tiene un nombre: Damnatio memoriae

      R.R.C.