En principio, quiero advertir que el color rosa en general
es muy escaso en la naturaleza, y escasísimo en los diamantes en particular que
alcancen la categoría de gemas, e insignificante con un tamaño suficiente que
se puedan emplear. Este es el caso que nos ocupa, que presentaba un peso en
bruto que no alcanzaba los 24 quilates, y una vez tallado ha quedado reducido a
unos 10 quilates y medio (poco más de 2.1 g). Fue descubierto en 2019 en una
mina de Botsuana, y hace unos pocos años fue valorado en unos 35 millones de
euros.
     Su grado de
pureza es máximo, que añadido a su color lo convierten en una piedra más
insólita si cabe. Presenta una forma mixta, es decir, una talla entre cojín y
esmeralda, lo cual maximiza el brillo de la gema que les llevó medio año. Sobre
su color, las primeras investigaciones apuntaban a la presencia en manganeso en
su red cristalina; al igual que se sabe que el nitrógeno está presente en los
diamantes amarillos y el boro en los azules. En una investigación más a fondo
se cree que su color se debe a distorsiones en su red cristalina, por el exceso
de calor y presión en la formación del diamante y su salida a la superficie,
luego su tonalidad se debe a una deformación en la red cristalina del carbono
puro del que está formado, y no a la presencia de otros elementos como ocurre
en otros diamantes de colores.
     En fin, es lo que
ocurre cuando la naturaleza y el hombre van de la mano. Cada uno hace su parte
y el resultado es una pieza de enorme belleza.
      R.R.C.

