lunes, 20 de octubre de 2014

Historia de un crimen en la España de la posguerra

     Avanzaba el día 11 de mayo de 1952 en un pequeño municipio de la provincia de Murcia. En Molina de Segura empezaba a anochecer después de una tranquila jornada de un domingo cualquiera, cuando, de golpe, y sin que nadie sospechara lo más mínimo, se produjo una tragedia que conmovió las vidas de los habitantes de esta pacífica localidad. Una mano asesina y cobarde surge por detrás de un pequeño grupo de hombres que escuchaban los resultados de los partidos de futbol de aquel día, retransmitidos por una radio que tenía un pequeño quiosco situado en la plaza de Los Caídos de la localidad, entre las 8 y 8,30 de la tarde, clavó, sin mediar palabra alguna, un estilete en el cuello de la víctima que le atravesó la arteria carótida y murió desangrado en unos pocos segundos. Otros mantienen que utilizó su propia navaja de barbero para cometer su horrendo crimen, ocasionándole un profundo corte en dicha parte del cuerpo. Sus últimas palabras fueron: ¡qué pasa!, ¡qué pasa!, antes de caer desplomado y ser recogido por un conocido que se encontraba a su lado. Se llamaba Joaquín Marquina Jiménez, tan solo tenía 33 años y una vida llena de proyectos por delante que le fue arrebatada sin saber el motivo.
     La víctima tuvo una corta vida pero intensa. Era farmacéutico, estudió la carrera en la Universidad de Granada y regentaba una de las tres farmacias que había en esos momentos en el pueblo, en la actual calle Mayor, muy cerca del lugar del crimen. Cuando comenzó la Guerra Civil española, abandonó sus estudios de la carrera que ya tenía iniciada y se marchó voluntario a la Unión Soviética para realizar un curso de formación para ser piloto, que superó con éxito. Intervino a favor del bando republicano en esta guerra que dividió a los españoles y que tuvo su inicio en Julio de 1936, integrado en las fuerzas aéreas en su condición de piloto de combate. Tuvo la mala fortuna de ser alcanzado su aparato en plena batalla por un avión alemán, uno de los enviados por Hitler para ayudar al bando franquista, mientras iba ametrallando la aeronave que llevaba delante, un avión enemigo que no detectó, ametralló al suyo por detrás. Ante la adversidad, llevó a cabo un aterrizaje de emergencia en una zona* controlada por sus oponentes del bando nacional. Años después, contaba a sus amistades que solo recordaba despertar en un hospital de sus adversarios, rodeado de vendas por todas partes y con heridas importantes que, probablemente, le dejaron afectado un ojo y le fracturaron la cadera provocándole la cojeara de una pierna para siempre, que aminoró con una gruesa suela en uno de sus zapatos. Apenas contaba con unos 20 años.
     Una vez que salió del hospital fue encarcelado y juzgado por un Consejo de Guerra** por su intervención en el otro bando, que lo condenó a varios años de prisión. No me han podido precisar su número, pero sí, que al menos cumplió un mínimo de cinco. Una de sus cualidades conocidas era que sabía tocar el acordeón, lo que le ayudó a combatir, en este caso, la monotonía de la cárcel. Parece ser que se le concedió un indulto, por lo que abandonó la prisión antes de cumplir la pena dictada. Salió con la ilusión de concluir sus estudios de una manera brillante en la Facultad que los había iniciado. Como así ocurrió, a pesar de los inconvenientes que tuvo que superar por ser un estudiante que había luchado en el bando perdedor, lo que provocó la animadversión y falta de cooperación del resto de sus compañeros. Hacia la mitad de la década de 1940 decidió alquilar un pequeño local en el centro de un pueblo próximo al suyo para abrir su farmacia.
     Él, era vecino de Santomera, en donde sus padres Antonio y Ángeles regentaban una tienda grande de alimentación, aunque vendían un poco de todo. Tenía tres hermanos, uno de ellos abogado, guardaba un enorme parecido con él, llamado Antonio como su padre; y dos hermanas. Del menor, aunque buena persona, no se sentía orgulloso de sus formas, su actitud no encajaba en la mentalidad de una época llena de prejuicios y sinrazón, lo cual le producía cierto sonrojo cuando lo presentaba a sus amigos, según me cuenta alguno de ellos. Fue su hermano el abogado, casado y sin hijos, el que se hizo cargo del traslado del cadáver a su localidad natal, para celebrar el funeral y el posterior traslado al cementerio de Santomera, al día siguiente de su violenta muerte.
Recordatorio de su fallecimiento

     Por la información que he podido recoger de gente que lo trató, Marquina era una persona muy culta, tenía un saber enciclopédico y era muy aficionado a la botánica. De personalidad inquieta y aventurera, estaba dispuesto a abandonar España para emigrar a Argentina. También escribía poesías, algunos todavía recuerdan la que le dedicó a la novia que tenía en Molina en su 18 cumpleaños. Él era 11, o 12 años mayor que ella. Inteligente, amable, espléndido, valiente, sincero, chistoso, alegre, son algunos de los epítetos, que sus conocidos destacan, de la gran persona que debió de ser el infortunado farmacéutico. Una prueba de su valentía es que no ocultaba su ideología comunista, lo que le podía acarrear más de un disgusto y ninguna ventaja, en aquella España de la posguerra. Está claro, que su estancia en la Rusia de Stalin, no le sirvió para conocer el verdadero rostro del comunismo, o bien, de cómo el marxismo se estaba llevando a la práctica en aquel país. No obstante, asistía a misa en los domingos y fiestas de guardar, probablemente, para congraciarse con sus vecinos, dicho con la máxima cautela, pues desconozco sus creencias religiosas, nadie me las ha podido aclarar con certeza.
     Su novia Antoñita tenía una hermana y dos hermanos, tan guapa y hermosa como poco letrada, sus aspiraciones se limitaban, como la mayoría de las jóvenes del momento, a echarse un buen novio para casarse. Vivía al otro lado del río Segura, conocido como El Paraje, sus habitantes se consideraban de Molina, aunque pertenece al municipio de Alguazas. Allí vivía con su familia, entre los que se encontraba su padre, que gozaba de gran desahogo económico, a pesar de su carencia de estudios, algo habitual en la España de la posguerra. La novia se dejó al novio que tenía de una conocida familia de Molina apodada los “Zambombos”, para salir con Marquina con el consentimiento de su padre, pues creía que así alcanzaba una posición social superior. En principio, la pareja pensaba casarse, a pesar de las diferencias tan grandes, no solo de edad, que sus vecinos y amigos veían, y, que no presagiaban un futuro feliz y duradero como hubiera sido deseable.
     Un tiempo después, Joaquín Marquina tuvo un grave problema en un ojo, probablemente afectado desde la caída de su avión, un glaucoma (hipertensión en el globo ocular), que le produjo un fuerte dolor y le obligó a hospitalizarse en la capital de la provincia. Ingresado varios días, al final, perdió el ojo, que le fue sustituido por uno de cristal. A partir de ahora llevaría gafas de sol. Ni la novia, ni ningún familiar de ella se dejó caer por allí, hecho que sentó muy mal al enfermo, hasta el punto, que dejó plantada a Antoñita y a toda su familia de manera definitiva. El padre, según me dicen, lo tomó como una afrenta personal. Lo que casi nadie sabía es que a Marquina le quedaba un as en la manga, una antigua novia que se había marchado a Argentina y que todavía se escribía con ella. Era el momento para tratar de recuperarla. Se puso en contacto con la misma a través del correo, aunque realmente nunca dejó de escribirle, incluso, cuando tenía la novia de aquí. Ya consideraba los preparativos muy avanzados para reencontrarse con ella en Argentina. El crimen truncó en seco sus planes. Antoñita, por su parte, no se vino abajo, pronto se echó un nuevo novio de Cieza.

     Ahora toca hablar del personaje más siniestro y desagradable de esta historia: su asesino Andrés Meseguer. Trabajaba en una barbería del centro de Molina, de cortas luces y personalidad oscura. Estaba completamente enamorado de Antoñita, en su interior pensaba que podría entenderse perfectamente con ella y, por supuesto, se quedó prendado con su belleza. He escuchado distintos testimonios de gente que le conoció; y sobre los motivos que llevaron a este hombre a cometer un acto tan horroroso. Un crimen premeditado y cobarde. Huyó para esconderse en la huerta de alrededor del municipio, en donde fue detenido por la Guardia Civil unos días después. Unos apuntan que lo hizo por celos. Es una posibilidad, pero ya la había dejado. Otros que fue un crimen político por ser comunista y el asesino ser de derechas, animado incluso por otros derechistas violentos que había en la villa. A mí, esta posibilidad no me parece suficiente. Hay quién dice, que se le fue la cabeza, pues tendría algún tipo de locura y no se explican cómo lo pudo hacer. Por último, se apunta que todo obedece a una venganza de alguien que no se puede precisar, pero que lo utilizó llegando a decirle: “que no tenía cojones si no lo mataba” dándole a entender, que la novia que tanto le gustaba sería para él, y en sus cortas luces se lo creyó. Bien, esta última opción parece la más razonable de las expuestas, aunque no podamos descartar otras, u otras causas añadidas, o un conjunto de todas.
     El hecho que no ofrece lugar a dudas fue, que la tarde-noche  de ese fatídico domingo de mayo, frente al quiosco que regentaban los hermanos “Meollo”, como se les conocía en la localidad, le clavó un estilete o su navaja de barbero en el cuello, con la esperanza de que nadie lo percibiese aprovechando el jaleo que había, pero le vio un tal Jeromo que se encontraba al lado de la víctima llenándolo completamente de sangre, hasta el punto de que parecía él quién había cometido el crimen. Los gritos de éste fueron los que lo delataron. Como pudo, cogió el moribundo cuerpo de Joaquín para llevarlo a Don Ernesto, médico de la localidad que se encontraba en la misma calle a unos 250 metros más arriba, prácticamente en la acera de enfrente donde la víctima tenía la farmacia. Cuando llegó hasta aquí, ya no tenía pulso y había dejado de respirar. Nada se pudo hacer por salvar su vida. Ni que decir tiene, que este hecho conmocionó a todo un pueblo, pues la personalidad y bondad del fallecido suscitaba admiración en una parte importante del vecindario, al menos, en todos aquellos que le conocían.
     El juicio que se celebró contra el asesino dictaminó que no se encontraba bien de la cabeza, y se le confinó en un manicomio de Murcia hasta el día de su muerte en la década de 1970. Su familia lo enterró en el cementerio de Molina con la mayor discreción posible. Me cuentan, que la hermana monja que tenía, debió de tener alguna influencia en la benévola sentencia del tribunal, que sustituyó el sanatorio psiquiátrico por la cárcel, e incluso se libró de una posible condena de ejecución.
     Las fuentes utilizadas para escribir esta historia no han sido documentos escritos, pues ignoro si existen y, en su caso, donde se encuentran. La información la he obtenido de distintas personas que le conocieron y le trataron en su momento, unas más que otras, pero todas ellas vinieron a coincidir en lo esencial de esta descripción, tanto de hechos como de intenciones. Son ya mayores, pero mantienen una gran claridad de ideas y recuerdos, por lo tanto merecen toda la credibilidad, no menos que un texto escrito. Por otra parte, es necesario reconocer que tenían lagunas y eran muy inconcretos en cuestiones cronológicas, las horquillas temporales que me apuntaban eran muy amplias, lo cual me ha impedido ser más preciso en el relato y no poder ofrecer fechas exactas, salvo la del crimen. Si algún asunto se ha quedado un tanto vago o confuso es por el mismo motivo, he preferido dejarlo así, antes que suponer algo que no se corresponda con la realidad de los hechos.
     Por último, esta historia ha merecido la atención del escritor de Molina de Segura, que ha publicado una novela basada en ella. En Santomera, localidad de origen de la víctima, una calle lleva el nombre de Joaquín Marquina Jiménez. Por mi parte, quiero recordarlo en esta entrada del blog con respeto y afecto, con el deseo de que alguien la lea y sepa de su existencia para que no caiga en el olvido lo que pasó. Que descanse en paz.

*Probablemente en la provincia de Teruel.
**Ubicado en San Javier (Murcia) para juzgar a personal del ejército del aire. Lo condenó a 12 años y un día de reclusión mayor. Tras cuatro años de prisión fue indultado quedando en libertad. Toda esta información no la he podido contrastar.

Nota: Fotografía del finado en la puerta de su farmacia pocos días antes de su asesinato.

      R.R.C.

viernes, 3 de octubre de 2014

La patena de Cástulo

     El miércoles 1 de octubre de 2014 en el Museo Arqueológico de Linares (Jaén), ha sido presentado un magnífico hallazgo descubierto en la cercana ciudad iberorromana de Cástulo, aunque el asentamiento es mucho más antiguo, ya que se remonta al final del Neolítico. Cuando los arqueólogos excavaban los restos que quedaban del interior de un edificio religioso pagano de la segunda mitad del siglo IV, encontraron una patena de vidrio verdoso de 22 centímetros de diámetro por unos 4 de altura y dos milímetros de espesor, fragmentada en pequeños pedazos maravillosamente conservados y posteriormente pegados con una resina de restauración, con el resultado final que podemos ver en la imagen que acompaña esta entrada. Se ha conservado poco más del 80% de la misma y tan solo pesa 175 gramos. Por las características que presenta y siguiendo a los expertos en este tipo de piezas de vidrio, fue elaborada en uno de los talleres del puerto de Ostia, en Roma, y no en esta zona.
      La importancia del descubrimiento radica en las imágenes realizadas con incisiones (técnica denominada esgrafiado), que aparecen en el fondo de la patena, pues en ella podemos ver con total claridad una representación de Cristo en Majestad acompañado, probablemente, por los apóstoles Pedro y Pablo. Un Jesús imberbe, con cabello corto y rizado, con apariencia de filósofo griego, como observamos en otras imágenes suyas de esta época y de las que ya teníamos constancia en otros lugares del Imperio romano. Así que, por el modo de representar a Cristo y por el estrato en el que apareció, indica que nos encontramos con una de las primeras imágenes de Jesús, con una antigüedad de más de 1600 años, momento en el que la iglesia cristiana ya ha salido de las catacumbas y podía celebrar el culto a plena luz del día.
     Cristo destaca sobre los presentes por su tamaño y posición, ataviado, al igual que los otros dos personajes, con una dalmática (túnica característica de los miembros de la iglesia), aureola, y haciendo entrega de las Sagradas Escrituras al apóstol de su izquierda, mientras sostiene con su mano derecha una gran cruz símbolo de su resurrección. San Pedro y San Pablo que todavía no aparecen con sus atributos característicos, llevan sendos rollos de papiro, habituales en esa época y también lucen la aureola como corresponde a su santidad. La escena aparece enmarcada entre dos palmeras, que en la iconografía cristiana hacen alusión a la inmortalidad y a la vida futura. En la parte superior derecha podemos comprobar el anagrama de Cristo, el crismón (una combinación de dos letras que representan una abreviatura de su nombre), acompañado por las famosas letras del alfabeto griego: alfa y omega, simbolizando que en Él se encuentra el principio y el final de todo.
     La patena junto con el cáliz eran los utensilios más importantes que se utilizaban en la celebración de la eucaristía. En ella se colocaba el pan, que se convertiría en el cuerpo de Cristo tras su consagración, para después repartirlo entre los asistentes al oficio religioso.
     Por último, la imagen de Jesús me recuerda mucho a la que aparece representada en un mosaico de la primera mitad del siglo V en la ciudad italiana de Rávena, en el mausoleo de Gala Placidia, en el que aparece como el buen Pastor, con una dalmática dorada y una cruz similar a la de aquí, imberbe, cabellera rizada y con una apariencia de filósofo clásico. En el blog hay una entrada dedicada a esta obra de arte.

     R.R.C.

miércoles, 1 de octubre de 2014

El descubrimiento del faraón perdido: Senebkay

 
      En el mes de enero de este año, se dio la noticia del descubrimiento de una tumba en el cementerio de la ciudad Abydos, situada a 550 kilómetros al sur de El Cairo, por un equipo de arqueólogos de la Universidad de Pensilvania, de un faraón desconocido hasta ahora, aunque aparece mencionado en el famoso papiro de Turín, y que habría gobernado durante poco más de cuatro años a mediados del siglo XVII antes de J.C. en esta zona, pues el país se encontraba fracturado en otros reinos menores, en lo que se viene denominando Segundo Período Intermedio, es decir, el comprendido entre el Imperio Medio y el Imperio Nuevo faraónico. Además, como en tantos otros descubrimientos de tumbas reales, ya había sido saqueado el enterramiento en la propia antigüedad, no hallándose ningún objeto en el mismo. De la momia, sacada del sarcófago y tirada por el suelo (puestos a robar, le robaron hasta los vendajes ¿para qué los querrían?), sólo quedaban sus restos óseos.
     El propio Joseph Wenger, jefe de la expedición, nos confirma, que el modesto tamaño de la tumba en la que se reutilizaron bloques de piedra procedentes de otras construcciones, para realizar cuatro estancias de pequeño tamaño y con escasa decoración, aunque aparecen las imágenes de las diosas Nut, Neftis, Selket e Isis, nos indica el declive de la riqueza del reino en este período. A pesar de la violación de la sepultura, el esqueleto se encontró prácticamente entero en su cámara mortuoria y parece que murió a una edad próxima a los cincuenta años. Tenía una elevada estatura para esa época, según las informaciones que he consultado, podría medir hasta 1,85 metros. Por otra parte, se trataría de un faraón de poca importancia, al igual que ocurre con Tutankamon, si no hubiese sido por su fabulosa tumba, prácticamente intacta, descubierta en 1922 por H. Carter.
     Parece ser que se enfrentó a la invasión de los hicsos, que aprovecharon el desorden que en estos momentos imperaba en el país del Nilo para instalarse en su zona norte, mientras en Tebas reinaba la XVI dinastía y, entre ambos poderes, se encontraba la efímera dinastía de Abydos, a la que pertenecía nuestro protagonista. Después de un minucioso estudio forense realizado a sus restos, se ha descubierto que murió de una forma violentísima, probablemente en un enfrentamiento con sus adversarios del norte. Todo parece indicar, que se encontraba en una posición elevada, posiblemente a lomos de un caballo, cuando sus enemigos lo derribaron y lo mataron tirado en el suelo y sin posibilidad de defensa. Su cuerpo presenta 18 heridas significativas, además de otros cortes en diferentes partes. Al final, los egipcios consiguieron expulsar a los hicsos del país, pero la tarea no fue fácil.
     Respecto al nombre, aparece pintado en las paredes del sepulcro en el habitual cartucho ovalado que se reservaba exclusivamente para los soberanos. En él, podemos leer el nombre de Senebkay, precedido por el disco solar (Ra) y la figura del famoso pato egipcio (que se lee sa) y se traduce como hijo. Luego el faraón, es el hijo de Ra (el Sol). Seneb, significa saludable en español y el Ka para los egipcios, era el espíritu. La y final la podríamos interpretar como él de… Si unimos todo lo anterior, concluimos que el nombre de Senebkay significa: “El de espíritu saludable”. Hijo de Ra.
       R.R.C.