viernes, 28 de marzo de 2014

Los aseos públicos en la Antigua Roma

    
    Personalmente he tenido la ocasión de visitar numerosas ciudades de época romana, tanto en España como fuera de ella, y respecto al tema del que voy a tratar en esta entrada; de cómo eran sus aseos públicos, los mejores que he visto son los de la ciudad de Éfeso, situada en Asia Menor, ya que presentan un estado de conservación excelente, e incluso, se podrían volver a utilizar de nuevo con una reparación razonable. En este caso, la palabra público alcanza su máxima expresión, pues estos edificios eran auténticos puntos de encuentro de la sociedad romana y lugares de reunión y conversación, donde se hacían las necesidades más íntimas, sin ningún pudor y a la vista de todos, mientras se conversaba con el vecino de letrina de política, asuntos cotidianos, o de cualquier otro tema que se considerase oportuno. Ahora hablaríamos del próximo Madrid-Barça, del último caso de corrupción, de la siguiente subida de impuestos que Montoro (ministro de Hacienda) nos tiene reservada, o cual será el próximo recorte al que llamarán reforma. No había ningún tipo de separación, ni mampara, ni obstáculo alguno que impidiese la visión del que estaba realizando las necesidades que la naturaleza nos impone. Ni que decir tiene, que los había de hombres y mujeres.
     

Recreación de aseo público romano (bajada de Internet)
     Como ponían las posaderas directamente sobre la fría piedra de la que estaban hechos estos aseos, los más, digámoslo así, delicados calentaban el sitio con las posaderas del esclavo que tomaba asiento primero. Los excrementos caían a través de un agujero hecho al efecto, a una corriente de agua permanente que recorría por el interior todos los servicios situados en fila, como podemos ver en la fotografía que yo mismo tomé de los aseos públicos de Éfeso y que acompaña esta entrada. Un canal de agua en el suelo situado frente a las letrinas, servía para lavar las esponjas de mar sujetas en el extremo de un palo y que les valía para limpiarse (recuerdo al lector, que el papel higiénico es un invento muy posterior a esta época y, dicho sea de paso, un invento práctico donde los haya). De lo que ya no estoy seguro, es si las esponjas eran privadas de cada cliente, o pertenecían al aseo público, aunque imagino, que esta última opción era la más probable (no creo que la gente se pasease por la calle con semejante utensilio, como si de una pertenencia más se tratara). También ofrecían estos lugares una fuente para lavarse las manos. En la ciudad de Roma había decenas de estos aseos distribuidos por toda la urbe, se calcula que en el siglo IV se encontraban en servicio unos 150 con unas 4000 plazas.
     
     Por lo escrito hasta ahora, podemos deducir que los servicios públicos romanos, además de utilizarse para efectuar un acto fisiológico, servían para realizar una actividad social más, de las muchas y variadas que tenían los habitantes de aquella época. No sólo en las famosas termas a las que eran tan aficionados se hacía vida colectiva. Por otra parte, todo esto demuestra que esta civilización tenía una gran preocupación por la higiene, como prueba la existencia de otras construcciones que había en las ciudades y que se hacían con este objetivo. La capital del Imperio fue posiblemente la primera ciudad del mundo en tener agua corriente y un sistema de alcantarillado muy eficaz. Pronto se extendió a otras ciudades gobernadas por Roma. 
      R.R.C.
NOTA. Foto del autor

jueves, 20 de marzo de 2014

"El sueño de la razón produce monstruos" de Francisco de Goya

     
     Es un grabado* de Francisco de Goya en el que nos encontramos una interesante crítica y burla a la sociedad española de la Ilustración, especialmente de la nobleza y el clero, que se negaban a evolucionar con su añoranza del pasado. Los caprichos, que vendrían a ser un preludio de sus pinturas negras, constan de 80 grabados realizados a finales del siglo XVIII, en este caso nos encontramos con el capricho nº 43 que se publicó en 1799 y casi todos ellos son imágenes consideradas peligrosas para la época. Toda la sociedad es criticada por el artista: la forma de ver la religión, la educación que se ofrecía entonces, las costumbres de las clases sociales, las creencias mágicas tan arraigadas en España, etc. En este aguafuerte, el pintor cae rendido sobre su mesa de trabajo, rodeándose de una serie de monstruos y fantasmas. Con esta imagen quería indicar como la razón libera sus fantasmas durante el sueño, a través del inconsciente que emerge. Esto supone un anticipo al surrealismo. También podría aludir al deseo del artista de destacar el poder de la razón sobre las tinieblas de la ignorancia.
     Existen manuscritos de la época que nos explican el contenido de estas láminas, como el de Ayala, o el que se encuentra en la Biblioteca Nacional. El que tiene el Museo del Prado se considera que ha salido de la mano del propio pintor y la explicación que ofrece de esta estampa es: “La fantasía abandonada de la razón produce monstruos imposibles: unida con ella es madre de las artes y origen de las maravillas”. Mientras que el manuscrito de Ayala lo interpreta como: “La fantasía abandonada de la razón produce monstruos, y unida con ella es madre de las artes.” Y en el de la Biblioteca Nacional leemos: “Portada para esta obra: cuando los hombres no oyen el grito de la razón, todo se vuelve visiones”.
     A la luz del psicoanálisis de Freud, que empezó a publicar sus descubrimientos sobre el inconsciente a finales del siglo XIX, también se podría decir algo sobre el significado de la obra que nos ocupa. Cuando estamos dormidos, nuestra censura moral que se encuentra activa durante la vigilia, se debilita y la parte más oscura, reprimida e irracional de nosotros mismos, aprovecha para salir y hacerse consciente a través de los sueños.
*Los grabados se realizaban con una lámina de cobre, protegiéndolo con un barniz sobre el que se hacía el dibujo, marcándolo con un instrumento de punta dura para quitar el barniz y posteriormente añadir un ácido que marcaría el metal. En dicha marca se depositaría la tinta y al presionar la plancha metálica con el papel, la imagen quedaría impresa en el mismo. Este procedimiento también se conoce como “aguafuerte”.

      R.R.C.

jueves, 13 de marzo de 2014

Artemisia

Batalla de Salamina
     Caria situada en la costa Egea de la península de Anatolia, fue una región histórica desde el segundo milenio antes de J.C. Su capital fue la antigua Halicarnaso, que había sido una fundación griega que actualmente se corresponde con la ciudad turca de Bodrum. La zona se incorporó como Satrapía (provincia) al Imperio persa a mediados del siglo V antes de nuestra era. Artemisia I de Caria, hija de Lígdamis de Halicarnaso y de madre cretense, se convierte en gobernante de esta tierra, una vez fallecido su esposo y con un hijo ya criado. La fuente histórica fundamental para el conocimiento de este personaje es el historiador griego Heródoto, considerado más tarde por Cicerón como: “el padre de la Historia”. Precisamente, también nació en la ciudad de Halicarnaso en el 484 a. de C. y hace referencia a ella en sus escritos, en los cuales basaré esta entrada. El hecho de ser paisanos, puede explicar, aunque solo sea en parte, el buen trato que recibe del historiador, notoriamente posicionado a favor del bando griego en las guerras Médicas, a una combatiente claramente traidora a su origen heleno luchando en el bando persa.
     Siguiendo la información que nos transmite Heródoto en sus libros VII y VIII de Historia, Nos habla en primer lugar de los generales de la armada persa que participaron en la gran batalla naval de Salamina, en el mes de septiembre del 480 antes de J. C. A continuación, nos refiere a varios de los tripulantes de mayor rango que comandaban las naves entre los que destaca a Artemisia, por la que confiesa sentir la mayor admiración, porque, a pesar de su condición femenina, se integra en una expedición militar para luchar contra La Hélade (Grecia), cuando no hubiese tenido necesidad de hacerlo. Su aportación a la flota persa fue más simbólica que significativa, pues tan sólo proporcionó las cinco naves que ella misma comandaba, eso sí, y siguiendo a Heródoto, sus naves eran las más famosas, después de las que aportaron los fenicios de Sidón.
     Una vez en la batalla y en plena confusión de la armada persa, una nave ateniense perseguía a la de Artemisia, y por una mala maniobra de sus barcos amigos le cortaron la retirada. Ante lo cual toma la decisión de embestir con la proa de su barco a otro persa al que logró hundir, para confundir al enemigo haciéndose pasar por combatiente del bando heleno, y así, el capitán de la nave ateniense dejó de perseguirla pensando que sería un barco aliado, o que desertaba de las filas persas en favor de los griegos. En mi opinión, no parece una acción muy loable atacar de una manera inesperada a una nave compañera para salvarse ella, además, de que el propio Heródoto atribuye a la buena suerte el hecho de que dicha acción le saliese bien, hasta el punto de que murieron todos los de ese barco y nadie pudiera contar lo que realmente ocurrió. Así que, Artemisia huyó y no murió en esta batalla (como podemos ver que sucede, a manos de Temístocles, en la famosa película recientemente estrenada de 300: El origen de un Imperio).
     Heródoto, que a pesar de la elevada opinión que tenía de ella, desaprueba esta manera de actuar. Sin embargo, ante el rey persa, queda poco menos que como una heroína, ya que no interpretó correctamente desde el lugar donde contemplaba el combate, a mucha distancia, por cierto, lo que realmente hizo, y pensó que atacaba a una nave enemiga. E incluso cuando Jerjes pregunta a sus asesores le confirmaron su errónea opinión. Ante lo cual pronuncia las siguientes palabras: “Mis hombres se han convertido en mujeres, y mis mujeres en hombres”. Como podemos comprobar, muy feminista no parecía.
     La otra faceta que Heródoto nos expone de Artemisia, es su papel como asesora del Gran Rey, pues según nos dice, ella fue la que mejores y acertados consejos dio a Jerjes, hasta el punto, que después de la derrota que los griegos le infligieron en Salamina y el desconcierto que ello le supuso, mandó retirar a todos los consejeros que tenía para quedarse a solas con ella y atender sus opiniones, para conversar de, “hombre a hombre” (Herodoto se refiere al valor de Artemisia con la palabra griega andreía, que traducida literalmente al español significa virilidad). Le aconseja que se retire de Grecia y vuelva a sus tierras de Asia y se ponga a salvo. En su lugar, que se quede el general Mardonio que era partidario de invadir Grecia con una gran ejército, para ver si lo consigue, y si no es así, y los griegos matan a Mardonio, nada perdería con ello, pues le recuerda a Jerjes, que el objetivo de la invasión era destruir y prender fuego a Atenas, y una vez que lo hiciera ya se podía retirar. El rey persa acepta el consejo, pues según Herodoto, Artemisia le decía lo que él pensaba, en definitiva, lo que él quería oír. Tuvo elogios hacia ella y la envió a la ciudad de Éfeso en Anatolia, para que se encargara de la educación de los hijos bastardos que el Gran Rey tenía allí.
     Por último, una leyenda cuenta que Artemisia se enamoró de un hombre llamado Dárdano que no le correspondió. Un oráculo le dijo que cuando muriese se suicidara saltando desde lo alto de una roca al mar Egeo. Focio, el que recoge esta leyenda, fue un escritor bizantino del siglo IX, y por lo tanto, muy posterior a los hechos. Por otra parte, es muy poco verosímil. Pienso, que las posibilidades de ser cierta son escasas.

        R.R.C.

jueves, 6 de marzo de 2014

La historicidad de los milagros de Jesús

     
     Desde un punto de vista científico los milagros no existen, no tienen explicación, la Física no tiene respuesta para ellos. La medicina o las ciencias que se encargan del estudio de la naturaleza no pueden admitirlos, y probablemente nunca puedan explicarlos. Por lo tanto, no se encuentran dentro de su ámbito de actuación. Ahora bien, esto no significa que no puedan ocurrir, la naturaleza misma del milagro implica, necesariamente, que no se comporta conforme a las leyes físicas que conocemos y, precisamente por ello, no lo podemos comprender. Son muchos los científicos cristianos que admiten esta posibilidad. Pero desde un punto de vista histórico ¿qué podemos decir de la actividad taumatúrgica de Jesús? ¿Se puede afirmar que Jesucristo hizo milagros con los documentos históricos en la mano? ¿Qué nos puede aportar la crítica histórica al respecto?
     Todos sabemos que los Evangelios y demás fuentes cristianas los dan por sentados, tanto los textos bíblicos como otros muchos extrabíblicos. El inconveniente que presentan estos documentos es que siempre se podría decir que son escritos interesados de gente partidaria de Jesús, que son subjetivos, y que los utilizaban para convencer al mayor número posible de personas para una causa en la que ellos creían.
      Ahora, nos podríamos hacer la siguiente pregunta: ¿además de las fuentes cristianas, existen otras que informen sobre los milagros de Jesús? Planteado así la respuesta es no, ya que si esas fuentes existieran sus autores se hubieran convertido al cristianismo al admitir sus milagros. Pero sí tenemos informaciones de otros autores no cristianos, e incluso los podríamos clasificar de anticristianos, que nos revelan que Jesús hizo cosas, llamémosle extrañas, con las que convenció a sus seguidores, pero que estos escritores no pueden calificar como milagros, pues los hubiese convertido en discípulos suyos. Vamos a ello.
      Historiadores romanos de la época como Tácito menciona a Jesucristo en sus Anales redactados a principios del siglo II, el cual fue entregado al suplicio por el procurador Poncio Pilato bajo el principado de Tiberio, y poco más. Suetonio, un biógrafo de aquel período, casi no dice nada de Cristo, salvo que el emperador Claudio expulsó de Roma a los cristianos. Anteriormente, un historiador romano o samaritano llamado Talo menciona las tinieblas que sobrevinieron a la muerte de Jesús explicándolas como un fenómeno natural. Plinio el Joven también nombra brevemente a los cristianos. En fin, de estos autores poco más se puede obtener, y no podemos esperar nada sobre el tema que nos ocupa.
     El historiador judío Flavio Josefo en su crónica Antigüedades  Judaicas escrita hacia el año 93 o 94, en los párrafos 63 y 64 del capítulo XVIII, habla de Jesús de Nazaret, y una vez eliminadas las interpolaciones que algún copista cristiano, probablemente, añadió al texto original, éste quedaría como sigue: Por ese tiempo existió Jesús, un hombre sabio. Era, en efecto, hacedor de obras extraordinarias y maestro de hombres que acogen con placer la verdad. Atrajo a sí a muchos judíos y también a muchos griegos. Aunque Pilato, por denuncias de los hombres principales entre nosotros, lo castigó con la cruz, no lo abandonaron los que desde el principio lo habían amado. En efecto, todavía ahora sigue existiendo la tribu de los que por éste son llamados cristianos. Josefo vivía en Roma cuando escribió esto, y ya existía una comunidad cristiana en esta ciudad en esos momentos, que pudo informar al historiador sobre la existencia y obra de Jesús. Este texto, a pesar de su brevedad, nos resulta muy valioso, pues sabemos que no era cristiano, y no tuvo inconveniente en afirmar que Jesús fue hacedor de obras extraordinarias. También hay que reconocer, haciendo crítica histórica razonable, que su aportación no se puede considerar decisiva para el tema, pero tampoco se puede menospreciar. Digamos que es una información importante para la reflexión.
     Tenemos el testimonio de un enemigo declarado de Cristo y de los cristianos, el filósofo griego del siglo II Celso, que escribe una obra contra ellos temeroso de las conversiones de paganos a esta nueva religión. En su Libro Primero, acusa a Cristo de aprender en Egipto algunos de los poderes mágicos de los que se ufanan los egipcios, y después volvió a Israel para ponerlos en práctica proclamándose dios. Más adelante, en el Libro I, 12 afirma: Se cuenta, es verdad, y exageran a propósito, muchos prodigios sorprendentes que operaste, curaciones milagrosas, multiplicación de los panes y otras cosas semejantes. Mas esas son habilidades que realizan corrientemente los magos ambulantes sin que se piense por eso en mirarlos como Hijos de Dios. Evidentemente está admitiendo que Jesús, para ganarse a sus seguidores, realizaba obras difíciles de explicar a la luz de la razón, aunque no los podía considerar milagros por tener a Cristo y sus partidarios como enemigos suyos.
     Pero el documento de más valor sobre este tema procede de fuentes judías no cristianas, esta es la opinión, al menos, del crítico neotestamentario Herranz Marco, y lo encontramos en un pasaje del Talmud* conservado en el tratado Sanedrín, que forma parte del Talmud de Babilonia escrito en el siglo III, dice como sigue en 43a: La víspera de la Pascua se prendió a Jesús el Nazareno. El heraldo había marchado cuarenta días delante de él diciendo: Éste es Jesús el nazareno que va a ser lapidado, porque ha practicado la brujería y ha seducido y extraviado a Israel. Que todos los que conozcan alguna cosa en su descarga vengan a interceder por él. Pero como nada se presentó a su favor, fue colgado en la víspera de la Pascua... Ulla (así se llamaba un rabino) replicó: ¿Suponéis que Jesús era alguien por quien se pudiera formular una defensa? ¿Acaso no era un embaucador, acerca del que dice la Escritura: ‘No lo perdonarás, ni lo ocultarás’ (Dt. 13, 8). En el caso de Jesús, sin embargo, era distinto, porque se relacionaba con la realeza (era influyente).
     En el pasaje anterior nos encontramos con un texto escrito por judíos que rechazaron a Jesús, y que nada tiene que ver con fuentes cristianas. Más aún, afirma que Jesús fue condenado justamente por un tribunal judío por practicar la hechicería. Sus adversarios, precisamente, lo acusan de esta práctica maliciosa, como nos informan los propios evangelios. Pero a la vez, y esto es lo importante para el tema que tratamos, se está reconociendo que hizo obras inexplicables, que llamaron la atención de la gente por su carácter extraordinario. Sus discípulos no dudaron de que eran milagros que manifestaban su poder divino. Sus oponentes no podían reconocer lo mismo, pues automáticamente se habrían convertido en seguidores suyos. Si los cristianos se hubiesen inventado tales hechos, los judíos no se hubieran molestado en buscarle una interpretación distinta, con negarlos sería suficiente. Si no lo hicieron, están admitiendo que desde el principio Jesús realizó obras que la razón humana no podía comprender.
     Con lo expuesto hasta ahora y especialmente con esto último, desde el punto de vista de la crítica histórica, no debe de existir ningún problema a la hora de admitir la historicidad de los milagros de Jesucristo. El argumento que podemos exhibir en su contra sería, como ya apunté al principio, que no tenemos una respuesta racional para los mismos, es decir, la ciencia no los puede explicar.
     Por último, el científico de prestigio internacional y director del programa que descifró el genoma humano Francis Collins, no rechaza la existencia de milagros. Ateo en su juventud, se convirtió al cristianismo, y afirma, que la ciencia no debe descartar esa posibilidad, a la vez que argumenta, que a Dios no sólo lo podemos visitar en las iglesias, también lo podemos encontrar en el laboratorio. Por otra parte, no se entendería la predicación, ni la actuación de Jesús sin la existencia de los milagros. La creencia en Cristo conlleva la creencia en los milagros.
*Es una obra que recoge las discusiones de los rabinos judíos sobre sus leyes, costumbres, tradiciones, historias e incluso leyendas. Nos encontramos con dos versiones: El Talmud de Jerusalén, que se redactó aquí cuando los romanos crearon la provincia llamada Filistea, y El Talmud de Babilonia escrito en esta región. Ambos fueron redactados a lo largo de varios siglos.

      R.R.C.

domingo, 2 de marzo de 2014

Pectoral de Sesostris II

   
 
     Se conserva en el Museo Metropolitan de Nueva York y presenta unas dimensiones de 4,4 cm. de alto por 8,2 cm. de ancho, y tiene una antigüedad de casi cuatro mil años, ya que fue un regalo del faraón Sesostris II que gobernó Egipto entre* 1882 y 1878 antes de J.C. a su hija Sithathoriunet, por lo que también podríamos denominar al pectoral con este nombre. Fue localizado por Guy Brunton en las excavaciones llevadas a cabo por Flinders Petrie entre 1813 y 1814, precisamente en la tumba 8 de el-Lahum, que correspondía a la de esta princesa. Parece evidente que se llevó el regalo a su lugar de descanso eterno, hasta que fue interrumpido treinta y nueve siglos después.
     Los ricos materiales empleados para su realización fueron: oro, lapislázuli, cornalina, turquesa y granate. Los artesanos joyeros confeccionaron una base de oro puro sobre la que se ejecutan una serie de celdillas, para poder incrustar posteriormente fragmentos de piedras de adorno, o cristales, de una gran variedad cromática. Todo ello elaborado con una gran meticulosidad y precisión, propios de auténticos profesionales en el arte de la orfebrería. Lógicamente, las piedras han sido talladas expresamente para adaptarse a las diferentes formas y tamaños, milimétricos en algunos casos, de las celdillas a las que van destinadas, hasta un total de 372 piezas que encajan a la perfección.
     Es típica la forma trapezoidal de los pectorales del Imperio Medio egipcio, con el objeto de simbolizar la fachada de los templos, pero no es el caso del que nos ocupa, pues se ve liberado de esta imposición y son las propias aves las que cierran la composición a ambos lados, el propio cartucho real con las cabezas de las cobras en la parte superior, y la banda que cierra la pieza por la parte inferior dan unidad a la obra. No obstante, mantiene la apariencia trapezoidal, pero independiente de un enmarque cerrado.
     Cuando observamos el pectoral, lo primero que salta a la vista es la preocupación del autor por la simetría, es decir, si dividimos la pieza en dos mitades nos encontramos lo mismo en cada una de ellas, y por la armonía de la joya en su conjunto. En la parte superior y situado justo en el centro del eje de simetría, nos encontramos con el cartucho que contiene el nombre del faraón. En lo alto del mismo aparece el disco solar en referencia al dios RA, con el borde de oro y con una cornalina redonda incrustada. A continuación, muestra un signo jeroglífico bilítero, o sea, que equivale a dos sonidos: JA, y consiste en el disco solar asomando tras una colina. En este caso se podría traducir como: “aparece”. Cornalina y turquesa principalmente ocupan el espacio interior que deja el bisel de oro. Por último, nos encontramos con el famoso escarabajo pelotero egipcio, con su precisa silueta áurea y colmada con una magnífica pieza de lapislázuli elaborada al efecto. Como signo trilítero sonaría JePeR (JPR, introducimos la vocal e para su pronunciación) y se traduce por: “manifestación”. Luego, el cartucho en su conjunto lo leeríamos: Jajeperra (aunque el nombre del dios aparece en primer lugar por ser un dios, se lee el último). “Aparece la manifestación de Ra” sería su traducción al español y el nombre griego por el que se le conoce a este faraón es: Sesostris II.
     A ambos lados del cartucho real se encuentran dos preciosos halcones que simbolizan al Sol con incrustaciones de lapislázuli y turquesa en su plumaje. Ojos, pico y cabeza de ambas aves se encuentran perfectamente cuidados. No se deja nada desatendido, como también podemos comprobar en sus patas, en las que se intenta reproducir el aspecto rugoso de las mismas, así como la fuerza de sus potentes garras; una sobre un signo circular con una cornalina incrustada, haciendo referencia a la eternidad, mientras que la otra se lanza hacia delante, para encajar perfectamente con sus poderosas uñas, en las ramas que sostiene el dios Heh que se encuentra en el centro de la obra,  bajo el cartucho (Shen, en jeroglífico) ovalado que porta el nombre real. Respecto a este dios, tenemos que tener en cuenta que simboliza la eternidad y el espacio infinito, también lo vemos arrodillado, en otras ocasiones, con los brazos abiertos sosteniendo el cielo  para representar la cifra un millón. Además, era el jeroglífico que significaba infinito en las matemáticas egipcias. Asimismo, se encuentra representado, pese a su pequeño tamaño, con gran minuciosidad y detalle, como podemos comprobar en su rostro de turquesa exquisitamente labrado, barba postiza, ancho collar, faldón y manos cerradas en las que podemos distinguir su dedo pulgar. En las ramas de palmera que sostiene, se realizan una serie larga de muescas, probablemente haciendo alusión a un gran número, e incluso infinito número de años, de hecho, la hoja de palmera era el signo jeroglífico con el que se escribía año. De uno de sus brazos, pende un renacuajo con lapislázuli en su interior. Este signo jeroglífico se empleaba para escribir una gran cantidad: cien mil, lo cual, hace hincapié en lo infinito, en lo difícil de contar, en definitiva, en lo ilimitado, además de poderlo vincular con nociones de fertilidad y regeneración.
     Dos cobras se enroscan para recoger los dos discos realizados de turquesa** que llevan sobre sus cabezas los halcones ya mencionados, y que terminan envolviendo el cartucho oval de Sesostris II con sus cuerpos y boca, simbolizando de esta manera, la protección que ofrecen al faraón. De sus finos y alargados cuerpos, pende el signo más conocidos y más repetido en los muros, tanto en pinturas como en relieves del antiguo Egipto: la cruz de asas, importante amuleto y signo trilítero que se pronuncia ANJ y se traduce por “la vida”, acabada con incrustaciones de turquesa. Situadas ambas cruces entre las aves y el nombre del monarca, enfatizan el carácter divino de las cobras, los halcones y el propio faraón. La banda de oro con una decoración geométrica  elaborada con pedrería dispuesta en zigzag, hace alusión a una superficie líquida, algo que se mueve ¿el rio Nilo quizás, tan importante para la vida en Egipto?
     Todo parece indicar que el significado simbólico de este pectoral se refiere a la eternidad del faraón acompañada del astro solar, sin el cual sería imposible de conseguir. Los propios signos jeroglíficos que se utilizan para escribir el nombre de este soberano hacen referencia al Sol, pues el escarabajo es una metáfora de la energía que desprende este astro, el signo que le sigue es una colina por la que asoma el disco solar y en la parte superior vemos representado al propio Sol. El espíritu del monarca unido al de Ra son eternos, este es el mensaje que quiere transmitir a sus súbditos a través de esta preciada joya. Su hija se encargó de lucirla en aquella lejana época.

*Las fechas tan antiguas hay que tomarlas con cierta cautela. Dependiendo del investigador puede haber una pequeña variación.

**No es habitual representar al disco solar con el color de esta piedra. Si aquí se prefiere al color rojo, es para destacar más el disco solar que contiene el cartucho y que forma parte del nombre del faraón.
     R.R.C.
Nota: Me ha sido de gran utilidad la página web “Amigos de la Egiptología”

APÉNDICE
                                                 LA COBRA DEL FARAÓN

     Esta cobra tiene más años que Matusalén, como diría un castizo. Nada menos que 3900 años, del reinado del faraón Sesostris II de la XII dinastía egipcia. Fue hallada por el arqueólogo Flinders Petrie en 1920 en El-Lahun, entre los escombros de la pirámide de dicho soberano. Su estado de conservación salta a la vista. Inmejorable. Mide tan solo 6,7 cm de altura y presenta una elegancia difícil de describir. Los materiales que se emplearon para elaborar esta bella pieza fueron: oro, lapislázuli, cornalina, feldespato y granate. Representa a la diosa Uadyet, protectora del Bajo Egipto y del monarca; de hecho, solo él podía llevarla en su frente como símbolo protección. La imaginación, la brillantez, el esfuerzo y el buen hacer, estuvo presente en la orfebrería egipcia desde tiempos muy lejanos. Esta obra es una prueba de ello.
      R.R.C.

APÉNDICE II
                                     PECTORAL DE SESOSTRIS II (2)

     Con la típica forma trapezoidal que nos recuerda la fachada de un templo egipcio, este magnífico pectoral realizado en oro y piedras de adorno, fue descubierto en la tumba de la princesa Sathathor en Dahshur, por J. De Morgan a finales del siglo XIX. Tiene una altura de casi 5 cm. y se encuentra conservado en la actualidad en el Museo de El Cairo. Presenta un estado de conservación excelente, ya que tiene una antigüedad cercana a 4000 años.
     La técnica empleada para la elaboración de esta sofisticada pieza se conoce con el nombre de cloisonné, en la que se incrustaban piedras de adorno o pasta de vidrio en pequeñas celdillas. Tanto en el friso superior como en la base, se van alternando: lapislázuli, cornalina y turquesa. Prácticamente con estas tres piedras realizan toda la obra. En la parte central de la misma, observamos dos de los nombres de este soberano de la XII dinastía (de los cinco que tenía, como era habitual en los faraones egipcios). El Nombre de Horus de Oro en la parte superior consistente en tres banderines izados al viento, y un altar rectangular en el que posan sus picos los dos halcones, con ofrenda situada en la parte central (en la base del segundo banderín), y que podríamos traducir: “Los dioses están satisfechos”. A continuación, nos encontramos en Nombre de Trono de este monarca encerrado en el típico cartucho, y en el que podemos observar: el disco solar en la parte superior; una colina por la que asoma el Sol, en el centro; y debajo, un precioso escarabajo de lapislázuli, es decir: “Aparece la manifestación de Ra”, en español.
     A ambos lados de esta simétrica joya, se muestran dos preciosos halcones decorados con bandas paralelas de lapislázuli y turquesa, que portan sobre sus cabezas las coronas del Alto y Bajo Egipto, mientras posan sus poderosas garras sobre el signo jeroglífico que los egipcios utilizaban para el oro; una especie de collar con colgantes, que en este caso aparece decorado con distintas piedras y colores. Dos cobras (uraeus, símbolo protector de los faraones), con un anillo en la cola que envuelve una representación del Sol (Ra), y de las que cuelgan en su parte delantera dos cruces egipcias (símbolos de la vida), cierran este elegante y espectacular pectoral.
      R.R.C.

sábado, 1 de marzo de 2014

El sarcófago de Neb



     Con fecha 13 de febrero de 2014, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas -CSIC- español comunica a la opinión pública el descubrimiento de un sarcófago egipcio en excelente estado de conservación, de la poco conocida dinastía XVII faraónica. El ataúd perteneció a un hombre llamado Neb, probablemente un alto funcionario del año mil seiscientos antes de Cristo.
     Ha sido descubierto en una necrópolis de la antigua Tebas (Luxor en la actualidad), después de doce campañas de excavaciones en una cámara sepulcral excavada en la roca a cuatro metros de profundidad, en el patio delantero de la tumba de Djehuty, que fue supervisor del Tesoro de la reina Hatshepsut (1470 a. J.C.). Realizado en madera, presenta unas medidas de dos metros de largo por medio metro de ancho, completamente policromado, mantiene brillantes los colores originales como podrán comprobar en la imagen que inicia esta entrada. Este estilo decorativo duró un breve período de tiempo y es típico de la XVII dinastía, al que corresponde la pieza como ya advertí al comienzo: “Por ese motivo, el ataúd tiene pintado en la tapa un par de alas extendidas sobre el cuerpo del difunto, como si una diosa alada le abrazara por detrás, otorgándole así su protección en el más allá”, detalla el Dr. Galán. El acceso a la tumba se encontraba sellado, por lo que es la primera vez que veía la luz desde que fue depositado en ese lugar.
     Una inscripción que recorre toda la tapa del ataúd dirige una invocación de ofrendas a un hombre llamado Neb. Por supuesto, la momia todavía se encuentra en su interior y parece ser que en buen estado (dentro del “buen” estado en el que se puede encontrar una momia).

       R.R.C.
Nota: Imágenes bajadas de Internet.