
Qué duda
cabe que el asesinato de Julio César a mano de sus compatriotas fue uno de los
hechos más importantes y con mayor repercusión, no solo en los límites del territorio
romano: sur de Europa, Asia Menor y norte de áfrica, que daban al Mediterráneo,
sino también de los países limítrofes de esta extensa superficie. El 15 de
marzo del año 44 a. C. fue la fecha elegida por los asesinos para llevar a cabo
el magnicidio, en el propio Senado de Roma, cuando la víctima estaba a punto de
cumplir 56 años. No voy a centrar el post en este conocido acontecimiento, pues
me limitaré a los presagios que hablaban del mismo, tal y como recogen los
historiadores Suetonio y Plutarco, por ejemplo. No obstante, ganas le tenían,
por el temor de que se convirtiese en rey (institución muy odiada entre los
romanos desde que cayó la monarquía hacía más de 450 años). Además, desde enero
de ese mismo año ya había sido nombrado por el Senado DICTADOR PERPETUO, que en
opinión de G. Traina, no quiere decir hasta la muerte, más bien como una
dictadura sin fecha de caducidad. Precisamente, en esa jornada sangrienta el
propio Senado lo iba a proclamar rey, siempre que utilizase ese título con la corona
correspondiente en el exterior de la península italiana, aunque a César no le
entusiasmaba la idea. ¿Por qué los senadores tuvieron esta consideración con
él? Porque los romanos consultaban los Libros Sibilinos ante acontecimientos
importantes, y estos decían que para conquistar Partia solo podía hacerlo un
rey, y César tenía previsto salir de Roma para esa ardua tarea pocos días
después y duraría años, con el peligro añadido, de que la victoria sobre los
partos aumentaría más su fama y prestigio; y quedarse a vivir en una ciudad oriental,
desde la que se tomarían las decisiones más importantes, en detrimento
particular de Roma.
Es normal la creencia en el mundo antiguo
que todos los eventos trascendentales vinieran precedidos de augurios más o menos
claros, pero había que saber interpretar para poder adelantarse a los mismos en
caso de ser necesario. Por lo tanto, este asunto no iba a ser una excepción.
Nos cuenta Suetonio, que unos meses antes de esta señalada fecha, unos colonos
que habían recibido tierras en Capua del propio César, en la tumba del fundador
de la villa, encontraron una tablilla de bronce escrita en griego, que podría
predecir el suceso y grandes calamidades para Italia como castigo. Continúa
Suetonio informando que los caballos que Julio había liberado en el Rubicón,
para su libertad y disfrute, se negaban a pastar y solo lloraban. También nos
transmite un pequeño episodio en el que participan unas aves en la Curia de Pompeyo, en donde más tarde se
reunirían los senadores.
Una amenaza más seria y conocida se la
debemos al arúspice Espurina, el cual advirtió a César que se guardase de los
Idus de marzo (el día 15 de este mes). Cuando el propio César se cruzó con el
adivino, se dirigió a él en un tono burlesco diciéndole que el día había
llegado y él todavía continuaba allí, a lo que Espurina espetó: Que todavía no
habían pasado. Nos transmite Plutarco, que Artemidoro de Cnido, maestro de
griego, que debió estar al tanto de lo que se venía tramando, ya que tenía
amistad con algunos compañeros de Bruto, le entregó un escrito en un memorial
que César guardó para leerlo después de la sesión del Senado, entregándoselo a
un ayudante. En vista de ello, consiguiendo acercarse a él y le advirtió:
“Léelo tú solo y pronto…; te interesa”. No lo leyó, y ahí estaba la lista de
los conjurados. La muchedumbre de ese día en la calle interrumpía el paso y lo
impidió, aunque mostró gran interés, lo dejó para después.
Vamos a los sueños de la misma noche del
día del asesinato que presagiaban lo peor, tanto el del propio César, como el
de su mujer Calpurnia, que aún fue más revelador, y por ello se opuso
firmemente a que su esposo acudiera ese día al Senado, e incluso que no debería
salir de casa. Mientras, César no dio importancia al suyo, Calpurnia soñó que
se derrumbaba el techo de su casa y que su marido moría apuñalado en su seno.
Ya que había decidido no salir, Décimo Bruto fue en su busca y lo animó para
que fuese, ya que los senadores llevaban un tiempo esperándole y su ausencia
sería mal vista. Se puso en marcha alrededor de las 11 de la mañana. Lo que
ocurrió después ya lo sabemos, está “in mente” de todos.
Respecto a los sueños que nos transmiten
los historiadores, me gustaría recordar que para la mayor parte de los pueblos
de la antigüedad no eran una cuestión banal. Recordemos los famosos sueños del
faraón de las siete vacas gordas devoradas por las siete vacas flacas y que
tanto atemorizaban al monarca y que José, sabiamente, interpretó. Si ocurrió o
no, esa no es la cuestión, lo importante es que en las sociedades primitivas y
antiguas era un tema considerable, no solo entre las persones menos cultivadas,
también en afamados escritores y filósofos. Como siempre hay excepciones, de
Cicerón, mejor ni hablar, pues para él, los sueños no merecen ningún crédito ni
respeto. La voz del escepticismo más completo. Hay que esperar al siglo XIX
para que científicos como Freud se ocupe de ellos en su célebre libro sobre La interpretación de los sueños, que en
este caso no nos aporta nada. Sin embargo, otros científicos, como Jung,
piensan que todos los sueños son revelaciones de una sabiduría superior, o
Erich Fromm, por ejemplo, proponen que en los sueños participan las dos
características del hombre: La irracional y la racional. Y el análisis de los
sueños consistiría en averiguar, cuándo exponemos lo peor de nosotros mismos, o
bien, lo mejor y más elevado moral e intelectualmente. En fin, que podemos ser
más inteligentes durmiendo que despiertos, de cosas que nos han pasado
desapercibidas por el día y en la concentración de la noche las comprobamos.
Esto es lo que le pudo pasar a Calpurnia, que vio con más claridad el peligro
que corría su marido en sus sueños que en la realidad. Acabo con una
información de Plutarco, cuando al día siguiente Julio César se encontraba
rodeado en el Senado, solo se le ofrecía hierro por todas partes.
R.R.C.