martes, 21 de enero de 2014

El trono de Tutankamón


   Resplandeciente en una de las galerías del Museo de El Cairo y en una vitrina de cristal y madera, rodeado de otras piezas de la tumba, se expone el vistoso trono junto con el escabel  en donde reposarían sus pies del famoso faraón del Imperio Nuevo egipcio, que vivió una corta vida (probablemente 19 años), allá por el mil trescientos treinta antes de Jesucristo. Al igual que otros objetos que completaban su ajuar, fue el arqueólogo británico Howard Carter quién lo halló en su sepulcro en el Valle de los Reyes, cerca de la antigua ciudad de Tebas. A pesar de ser un objeto funerario, son muchos los que piensan que lo pudo utilizar en vida (desde luego, hubiese sido una lástima que no lo hubiera hecho).
     
     Tiene una altura de poco más de un metro y los materiales empleados para su elaboración son: oro, madera, plata, vidrio; y piedras de adorno como lapislázuli, cornalina y turquesa. El estilo que se observa es el típico de la época de Amarna, que como consecuencia de la reforma religiosa de Amenofis IV, se produjo un cambio en las concepciones artísticas del momento, volviendo al estilo anterior después de la muerte de este faraón, que dicho sea de paso, era el padre de Tutankamón. La parte más interesante del trono la podemos contemplar en el interior de su respaldo laminado en oro, con imágenes en bajo relieve en donde podemos advertir al joven rey en una escena íntima con su Gran Esposa Real, que fue una de las seis hijas de Nefertiti y del propio padre de Tutankamón. Por lo tanto, eran hermanastros, algo habitual en las parejas reales de aquella época en Egipto. La joven reina se inclina en actitud cariñosa frente a su esposo que aparece sentado y atento a sus tiernos gestos, e incluso, parece dar protección con su mano posada sobre su hombro izquierdo, a la vez que le está poniendo ungüento perfumado. Como ya he advertido antes, el estilo amarniense lleva al anónimo ejecutor de la obra a representaciones con cuellos largos y estilizados; cráneos alargados y vientres abultados; entre otras consideraciones. Los personajes aparecen ataviados con ricas y coloridas vestimentas típicas de grandes acontecimientos y ceremonias. Además, el dios Atón preside desde una posición central y desde lo alto la simpática escena, mientras resguarda con sus rayos llenos de vida a la feliz pareja.
     
     Las cuatro patas del sillón son impresionantes extremidades y garras de león, y su parte frontal se encuentra rematado con dos cabezas de este fiero animal. Entretanto, sus brazos representan dos serpientes aladas que portan las dos coronas egipcias (alta y baja), y la cabeza de una cobra y de un buitre como símbolos de la unificación del Alto y Bajo Egipto. También aparece el nombre del faraón en sus respectivos cartuchos: a la derecha el de Tutanjatón y a la izquierda, el más reciente, de Tutankamón.
     
     Otra pieza interesante es el escabel que aparece frente al trono, en donde el faraón ponía sus pies asegurados con elegantes sandalias. Está hecho en madera recubierta de estuco y pan de oro. En él aparecen los enemigos de su patria, simbolizados en tres asiáticos y tres nubios que, evidentemente, quedaban pisoteados bajo las suelas de su calzado. Por si quedaba alguna duda, un texto egipcio dice lo siguiente: «Todas las grandes tierras extranjeras están bajo tus sandalias.» Como vemos, la idea que tenían de la diplomacia es completamente distinta a la que se tiene hoy en día entre los países desarrollados y, no digamos nada, sobre lo “políticamente correcto”.
     
     En definitiva, nos encontramos con una pieza del arte egipcio que presenta una gran calidad técnica y artística. Una de las obras más entrañables del Tesoro de Tutankamón.

Nota: me ha sido de gran ayuda a la hora de elaborar estas líneas el Blog del profesor en Hª del Arte Dr. Josué Llull.
     R.R.C.