domingo, 7 de septiembre de 2014

Graffiti artístico

     
     Cuando el graffiti se convierte en una obra de arte es digno de admirar y de proteger, como es el caso que nos ocupa en esta entrada. La imagen que contemplamos se encuentra en las paredes laterales de un edificio que avisté en Praga, capital de la República Checa. Lamentablemente, desconozco el autor o autores del mismo, también la fecha en la que fue ejecutado, pero por su buen estado de conservación no debe de hacer mucho*. Sobre la famosa banda de Moebius vemos que se desplazan una serie de excavadoras (buldózer) de diferentes clases, que se intercalan con otros tantos carros de combate como persiguiéndose unos a otros, de un fuerte color verde oliva que contrasta con amarillo de las primeras (colores habituales en esta maquinaria pesada), en la que el hierro es su componente principal.
     Evidentemente, estos vehículos no están escogidos al azar, pues mientras que unos sirven para construir, sobre todo infraestructuras, como carreteras, puentes, túneles, trasvases, etc., los otros sirven para destruir lo que ya han hecho los anteriores. Por lo tanto, se van alternando sobre una banda infinita los vehículos que simbolizan la construcción para el bienestar de la sociedad, con aquellos que simbolizan todo lo contrario: la destrucción de lo ya construido y de la propia sociedad. Y esta es la historia interminable; todo lo construido será destruido por una nueva guerra, y volver a empezar. Al menos así ha venido siendo hasta ahora y las esperanzas de que esto cambie son remotas.
     Por otra parte, la conocida cinta de Moebius es una construcción físico-matemática que se ha empleado en la literatura, el arte, la música y en otras disciplinas. Presenta numerosas y curiosas propiedades que no vienen al caso en este comentario, salvo su infinitud, pues nunca se termina lo que transcurre por ella, es decir, el hombre nunca dejará de construir y destruir lo construido. Una pena infinita.

* Después de tener escrito este comentario, la única información que he podido encontrar en Internet, es de que la obra fue pintada por un artista italiano con el pseudónimo de Blu en 2008 con el título: “Franja de Gaza”. Al final, he optado por dejar el texto tal y como lo tenía redactado, y añadir esta posdata. 
Nota: Esta banda es el signo que utiliza las matemáticas para referirse a infinito, y no un 8 acostado como piensa mucha gente.
      R.R.C.  

viernes, 5 de septiembre de 2014

“En busca del arca perdida” y su base histórica

 La imagen es una reproducción del Arca de la Alianza
     Hace unos pocos años, un pequeño grupo de alumnos de bachillerato se dirigió a mí después de salir de clase, para preguntarme qué había de cierto en la famosa saga de películas de aventuras del conocido arqueólogo Indiana Jones. Personalmente, era una cuestión que no me preocupaba demasiado, pues simplemente me había limitado a ver los filmes y a pasar un buen rato en el cine. Me gustaron mucho,  aunque unas más que otras, pero nada más. En mi opinión, la última de ellas se la podían haber ahorrado. Sin embargo, en esos momentos me sentía obligado a darles una contestación; sin hacerles esperar demasiado.
     Aunque el protagonista es un personaje inventado, en todas ellas se ha buscado un motivo histórico que sostenga las fantásticas y arriesgadas aventuras, que desarrolla de una manera incansable el héroe de la andanza. De las cuatro en cuestión, la que más me interesó fue la primera de ellas: “En busca del arca perdida”, creo que es la mejor, y mi respuesta se limitó a ésta. Las dos siguientes me gustaron menos, y la base histórica en la que se apoyaron tiene poca consistencia, si es que tienen alguna. La segunda entrega titulada “El templo maldito”, considero que es fantasía pura, pero en este tema me falta información. No obstante, he leído que intenta apoyarse en rituales y sacrificios dedicados a la diosa Kali, por una secta secreta que se dio en la India cuando todavía era una colonia. En “La última cruzada” Indiana Jones junto a su padre intentan descubrir el lugar donde se guardaba la copa que utilizó Cristo en la Santa Cena, para lo cual los creadores de esta historia se apoyaron en la obsesión que mostraron los nazis por encontrar reliquias arqueológicas de carácter religioso. La cuarta entrega titulada “El reino de la calavera de cristal”, me parece la más fantástica de todas, ya que se ampara en un ovni que visitó la Tierra no se sabe cuándo.
     Respecto a la película que encabeza la entrada es la mejor documentada de las cuatro, pues el hecho en el que se basa, al menos en parte, es histórico, ya que se muestra documentado no solamente en la Biblia, sino que además se representa grabado en uno de los muros del templo de Amón en la antigua Karnak, aunque la ciudad concreta de Jerusalén no aparece mencionada en dicho grabado. El asunto lo expone el propio Dr. Jones ayudado por un colega amigo suyo, cuando dos representantes del gobierno norteamericano lo visitan, inquietos por un correo que su servicio de espionaje había captado a los nazis. El hecho en cuestión consiste en el saqueo que un faraón llevó a cabo en Jerusalén, sustrayendo de su Templo el Arca de la Alianza para trasladarla a Tanis, capital de Egipto en este momento, y enterrarla en esta ciudad próxima a su tumba. El nombre de este soberano es Sheshonq I, citado en la Biblia como Sisac (pueden variar algo sus denominaciones dependiendo de la traducción). Hay que advertir que no todos los investigadores están de acuerdo con identificar ambos nombres con el mismo personaje, pero según he podido comprobar, un número importante de ellos sí lo está con dicha unificación.
     En el capítulo 12 del Libro Segundo de las Crónicas del Antiguo Testamento, se expone como un castigo divino al rey de Israel Roboam por abandonar la Ley de Yahveh junto con todo su pueblo, que en el quinto año de su reinado allá por el 925 antes de J.C., que el faraón Sisac en una campaña contra la capital de su reino con: 1200 carros, 60 000 caballos y un incontable número de libios, sukíes y etíopes (cifras evidentemente exageradas) se apoderó de los tesoros, tanto de la Casa de Yhaveh, es decir, del Templo de Jerusalén, como de la casa del rey. Este suceso también aparece descrito menos detalladamente en el cap. 14 del Libro Primero de Reyes.
     Sheshonq I es el primer faraón de la XXII dinastía y gobernó entre el 945 y el 924 a. de J.C., o sea, durante 21 años, por lo tanto fue en el año 20 de su reinado, cuando llevó a cabo la expedición contra el pueblo elegido, que para algunos historiadores se correspondería con el quinto año de reinado de Jeroboam, hijo y heredero del gran rey Salomón. Luego, en el 925 antes de nuestra era tuvo lugar el saqueo de Jerusalén por parte de las tropas del soberano egipcio, por cierto, la película lo sitúa 55 años antes de J.C. Por orden suya esta campaña en la que llega a conquistar 150 localidades hebreas fue grabada, como ya indiqué más arriba, en los muros del templo dedicado al dios Amón en la ciudad de Karnak, concretamente en el Portal de Bubastite (imagen inferior). Así pues, tenemos constatación de un hecho narrado en el Antiguo Testamento por una fuente ajena al mismo, validando este suceso como un evento histórico. Además, el Dr. José Lull García experto en egiptología expone en su escrito “En torno a la campaña Palestina de Sheshonq I” que: son varios los relieves e inscripciones egipcias que aportan información sobre la intervención de este faraón en Palestina, y mantiene el 925 antes de J.C. como el año que tuvo lugar este acontecimiento.

     En cuanto al Arca de la Alianza no se dice nada en ninguna de las fuentes. Si los egipcios se la hubiesen arrebatado al pueblo judío, ya que se custodiaba en el Templo de Jerusalén en estos momentos, según nos informan los escritos bíblicos, y, siendo además su objeto de culto más sagrado la hubiesen mencionado en primer lugar, y no ocurre así. Por otra parte, después de realizar diversas expediciones arqueológicas en Tanis, no se ha encontrado. Especialmente las llevadas a cabo por el egiptólogo francés Pierre Montet, que halló varias tumbas reales entre las que se encontraba la de Sheshonq II, tercer faraón de la XXII dinastía. Yo no podría decir si, entre sus ideas, tenía cabida la ilusión de localizar el Arca perdida en alguna de estas tumbas, pero son muchos los que afirman que ese era su verdadero objetivo.
     A día de hoy, no sabemos qué ha sido del Arca de la Alianza, ni cuándo desapareció exactamente, e incluso, hay quien ha puesto en duda su existencia. Se han propuesto numerosas teorías y lugares para una posible ubicación, pero sin resultado alguno. El pueblo judío espera dar con su paradero alguna vez y recuperar esta parte de su historia. Indiana Jones en la ficción ya lo ha hecho.

NOTA:


     El arqueólogo estadounidense en el que se inspiraron Steven Spielberg  y George Lucas para la película de Indiana Jones “En busca del arca perdida” se llamaba Sylvanus Morley, experto en la cultura maya. Además, trabajó de espía para su país mientras buscaba ruinas de esta civilización por la península de Yucatán.
   R.R.C.

APÉNDICE:

                                         BRAZALETE DE SHESHONQ I
     Este brazalete del faraón Sheshonq I se encontró en la tumba de Psusennes I, pero en la momia de Sheshonq II. Su antigüedad se remonta al siglo X a. de C. Actualmente se encuentra en el Museo de El Cairo, y tiene una altura de unos 4 cm. y medio. Para su elaboración se utilizó oro, lapislázuli y cornalina. En su interior aparecen los cartuchos de su propietario original, o sea, el del primer monarca mencionado.

     Destaca el impresionante ojo de Horus, o Udyat, con propiedades mágicas de protección, uno de los símbolos más repetidos en el antiguo Egipto que llega hasta hoy. Se posa sobre una cesta, que es el jeroglífico que utilizaban los egipcios para la palabra “señor”, embellecida con una simple decoración geométrica a base de pequeños rectángulos. Bandas paralelas en la que predomina el dorado metal, y el azul del lapislázuli (aunque en esta ocasión presenta un exceso de calcita blanquecina), completan de ornamentar este hermoso brazalete con bisagras, que debieron de lucir en su día, al menos dos soberanos. En fin, otra obra más que pone de manifiesto la calidad artística y la precisión que alcanzó la orfebrería en el país de los faraones.
        R.R.C.

APÉNDICE II
                                                EL CÁLIZ DE VALENCIA

     Se han propuesto más de 200 cálices como candidatos al que utilizó Jesús en la Última Cena, pero ¿podría ser uno de ellos el verdadero? Es posible, el que fuera Catedrático de Arqueología de la Univ. de Zaragoza y científico de prestigio Antonio Beltrán, llevó a cabo una concienzuda investigación sobre la copa conservada en la catedral de Valencia. Partiendo del más absoluto escepticismo, llegó a la conclusión de que, si no era posible afirmar con rotundidad de que dicha copa era el Santo Grial, tampoco se podía oponer una prueba científica de que no lo era. Solo la parte superior que consiste en un cuenco de ágata que se puede datar en el siglo I, o II a. de C. de unos 9 cm. de diámetro y 7 de altura sería el verdadero cáliz, ya que el resto de la copa es una añadidura de orfebrería medieval y, por lo tanto, quedaría descartada. Este tipo de tazón era el que se utilizaba en la Pascua judía en Jerusalén allá por el siglo I. Pudo ser elaborada en Egipto, Siria, e incluso, en el propio Israel. A partir de aquí, la historia de esta pieza es muy extensa y sobrepasa esta pequeña reseña. Por otra parte, tenemos que descartar la idea de que el Santo Grial era de cerámica u otro material modesto, como el que encuentra Indiana Jones en su famosa película, con el absurdo argumento de que así sería la copa de un carpintero.

     Por último, recordar, que le ha salido un serio competidor a esta reliquia, y que se conserva en San Isidoro de León, me refiero al Cáliz de Doña Urraca, que cedió sus joyas para embellecerlo, y, de ser auténtico, también sería la parte superior consistente en un cuenco de ónice. Así que, al igual que Indiana Jones tuvo que elegir, las opciones están abiertas.
      R.R.C.

lunes, 1 de septiembre de 2014

El patrimonio de todos

     Desde hace unas pocas décadas y en los últimos años con más intensidad, se ha impuesto la práctica de prohibir las visitas a la gente normal de una serie de lugares históricos, que se dice que son Patrimonio de la Humanidad. ¡Menuda contradicción!, si la humanidad a la que se hace referencia no puede verlos, con el argumento de que si se permiten visitas se deterioran y no se podrán conservar para las generaciones futuras. ¡Magnífico! Le quitamos el derecho a su disfrute a las generaciones actuales y se lo pasamos a las venideras. ¿Sabe alguien cómo serán éstas en el futuro?, ¿tendrán los mismos apegos y gustos que nosotros?, ¿los conservarán con el mismo interés?, ¿puede garantizar algún experto que un desastre natural, o una guerra provocada por los mismos humanos no destruirán todas estas reliquias que con tanto celo se guardan, y al final, nos las perdemos los unos y los otros? Por lo que tengo entendido, es un grupo de técnicos los que toman esta decisión y la autoridad gubernativa correspondiente la encargada de aplicarla. ¿Tendría sentido que tuviésemos un precioso cuadro metido en una caja para siempre porque se iría deteriorando con el tiempo si la abrimos?, ¿de qué nos serviría? En fin, así podría seguir planteando más preguntas, pero con las apuntadas creo que son suficientes.
     Ahora bien: ¿somos todos los que tenemos prohibida la visita? Creo que no. Para empezar, los técnicos pueden ver lo que nos tienen vetado a los demás. Y no sólo éstos, las personas que ellos decidan también podrán verla: familiares, amigos, etc. Los gobernantes que apoyan esta medida, si lo desean, estoy seguro que pueden hacer una excepción. El poder y el dinero, que habitualmente van de la mano, se saltan muchas normas que la gente sencilla tiene que cumplir. Conocido es el dicho de que: “el dinero abre todas las puertas”, menos las del Cielo, como nos recuerda el propio Jesucristo. Alguna limitación tendría que tener ¡qué le vamos hacer! Resumiendo, no todo el mundo se ve afectado por esas medidas prohibitivas.
     Por otra parte, me llama la atención escuchar a muchos justificar y comprender unas disposiciones que los excluye precisamente a ellos de tener la posibilidad de visitar los lugares a los que me estoy refiriendo, con el argumento ya expuesto de que hay que conservarlos para las generaciones futuras. Y, ¿nosotros qué?, nos dedicamos a cuidar un árbol para los que vengan y, mientras tanto, no podemos ni probar sus frutos. Más altruismo imposible, y nada tengo contra el mismo. Pero una cosa es ser altruista y otra muy diferente ser tonto. Nosotros nos convertimos en los guardianes del emplazamiento que no podemos visitar, para que más tarde vengan otros y lo hagan en nuestro lugar. Si es que todavía se conserva. Perfecto.
     Voy a poner un par de ejemplos. No hace mucho, leí en la prensa que un conocido arqueólogo egipcio, ya que chupa más cámara que el más preciado actor de Hollywood, pues no hay documental o programa televisivo que trate sobre los faraones en el que no nos obsequie con su presencia, e incluso lo he visto figurar en alguna película. Por supuesto, no cuestiono su profesionalidad (posiblemente es una de las personas que más saben del Antiguo Egipto), propuso cerrar el Valle de los Reyes para el turismo de masas y hacer réplicas de las tumbas de los monarcas en una zona cercana para los visitantes, que tanto necesita la economía de ese país. Mientras tanto, aquellas personas que pudiesen pagar una fuerte cantidad de dinero y otros personajes importantes, sí podrían ver las originales. ¡Qué bien! Espero que las autoridades no le hagan caso y sigan permitiendo el acceso a las sepulturas al gran público. Además, ya mantienen algunas cerradas, como la del famoso Tutankamón (de la que ahora se dispone de una réplica cerca de la casa que ocupó Howard Cartel durante las excavaciones que realizó en este lugar), y la mejor de todas, que es la de Seti I, no se puede ver desde hace varios años. Ahora podríamos preguntarnos: ¿merece la pena viajar desde cualquier lugar del mundo para ver una réplica aquí, o en cualquier otro sitio? La respuesta; ustedes mismos.
     Hace poco pasé por Santillana del Mar, en donde se encuentran las famosas cuevas prehistóricas de Altamira, y para poder acceder a ellas tenías que participar en un sorteo que se hace todos los miércoles. Cinco personas son las afortunadas, después de enfundarse trajes especiales las pueden visitar con un guía durante un tiempo muy breve. Llevaban muchos años cerradas al público desde que un grupo de especialistas así lo consideró. Bueno, esta sería una medida intermedia entre el cerrojazo y la visita, aunque si tenemos en cuenta el número tan limitadísimo de seleccionados (muchos serán los llamados y pocos los elegidos, como nos recuerda el Nuevo Testamento), esta medida se encuentra más cerca del cerrojazo que de la apertura. Por cierto, yo no participé en el sorteo, con lo cual se redujeron bastante mis posibilidades de ser escogido. ¡Mala suerte que tiene uno!
     ¿Estoy proponiendo dejar vía libre a todo el mundo para que haga lo que le dé la gana con el patrimonio de todos? Rotundamente no. Tenemos la obligación de protegerlo, cuidarlo y mimarlo, incluso todo lo que podamos y más, para legarlo a las generaciones futuras, al igual que las generaciones anteriores nos lo han dejado a nosotros. Pero hay que buscar la fórmula para que la gente actual no quede excluida de esas riquezas, con el argumento de que tenemos que conservarlo para nuestros descendientes. Igualmente, todo se deteriora con el paso del tiempo, aunque no lo visitemos. En la actualidad hay medios técnicos e informáticos suficientes para inventariar, copiar, reproducir, o lo que haga falta, para que ese patrimonio no desaparezca si se menoscaba con el buen uso y el máximo cuidado. Esta sería mi propuesta.

P.D. Como muestra de lo dicho, recojo lo escrito en su muro Facebook un conocido mío en octubre de 2021, y uno de los comentarios que le escribieron:
“Hace 36 años, mis amigos, una pareja de veinteañeros por entonces, realizaron un viaje por Cantabria. Cuando llegaron a Altamira, la visita a la cueva estaba restringida a unas pocas visitas al año y no pudieron entrar; pero les dieron la posibilidad de solicitar la entrada de cara al futuro. Así que anotaron sus datos en un papelito y lo introdujeron en una urna.
Hace unas semanas, mi amigo, que ya ha brincado los sesenta y hasta tiene un nieto, recibió una llamada telefónica desde Altamira: ¡Enhorabuena, les ha llegado el turno! En un principio, pesó que se trataba de una broma, y a punto estuvo de colgarles el teléfono y decirles que fueran a reírse de su prima… Pero, poco a poco, conforme transcurría la conversación, se dio cuenta de que era cierto y recordó aquel papelito que rellenara tres décadas y pico atrás, como quien mete un mensaje en una botella y lo lanza al mar.
El cuento ha tenido un final feliz y, el otro día, mis amigos regresaron de su viaje exprés a Cantabria, con los ojos llenos de bisontes y sabiendo que la paciencia da sus frutos”.

Comentario aportado por una señora al texto anterior:

"En 1970 yo fui una de las privilegiadas que pude ver Altamira. Por entonces sólo tuve que esperar 15 minutos a que se formara el siguiente grupo de visita guiada. Años más tarde, con mis hijos, ya no pude entrar por la restricción de visitas…"

        
       R.R.C.