lunes, 3 de febrero de 2020

EL OBELISCO DE LONDRES


     Paseando por la ribera norte del Támesis, cerca del parlamento británico y del conocido Big Ben, aparece imponente un auténtico obelisco egipcio levantado originariamente en Heliópolis, importante ciudad del Bajo Egipto. El faraón Tutmosis III ordenó su construcción allá por el siglo XV a. de C., junto con otro similar conocidos como agujas de Cleopatra, y que podemos contemplar hoy en Central Park de Nueva York. Como tantas veces ocurre en la historia con los nombres, nada tienen que ver con la famosa reina, salvo que estuvieron en su ciudad cuando Julio César se empeñó en trasladarlos. Son de granito rojo de Asuán, sobrepasan los 20 m. de altura y las 180 toneladas de peso.
     Centrando nuestra atención en el obelisco de Londres, fue un regalo que Mehemet Ali hizo a la reina Victoria en 1819, aunque su traslado a la capital británica se llevó a cabo posteriormente. A finales del siglo XIX se le añadieron dos esfinges de bronce de Tutmosis III que se copiaron de las originales. Aparecen caracteres jeroglíficos divididos en tres bandas en sus cuatro caras. La banda central (más desgastada) contiene elogios dirigidos a Tutmosis III, mientras las laterales, con un huecorrelieve mucho más profundo fueron añadidas por Ramsés II, experto en aprovechar monumentos de otros para su enaltecimiento personal. Desgraciadamente, una bomba lanzada durante la I Guerra Mundial, causó varios desperfectos aún visibles en este magnífico monumento.
     Hay que recordar que obeliscos egipcios hay más fuera del país de los faraones, que en el propio Egipto; y si la memoria no me falla, la ciudad que más obeliscos tiene es Roma. También los podemos ver en París, Estambul… En fin, manifestaciones del glorioso pasado faraónico repartido por el mundo.
        R.R.C.
NOTA: Foto del autor.