Es una
palabra del antiguo Egipto que significa “los que responden”. Eran pequeñas
estatuillas que han aparecido en las tumbas y tenían la función de servir al
difunto en el Más Allá. El material empleado para elaborarlos era habitualmente
fayenza (cerámica con una terminación vidriada, muy frecuente en aquellos
tiempos), también utilizaban madera policromada y piedra, pero los más valiosos
eran de lapislázuli que importaban del actual Afganistán, de un azul intenso
salpicado de  incrustaciones con pirita
dorada y al que los egipcios concedían un gran valor, siendo uno de sus
materiales preferidos, si no el que más. En cuanto a su nombre, fue cambiando
con el curso de los años, el aquí mencionado responde a la época Saíta a partir
del siglo VII antes de J.C., aunque los más antiguos se remontan al Imperio
Medio. Respecto al número de estas estatuillas que depositaban en las tumbas,
variaba en relación al período e importancia y riqueza de la persona fallecida.
En el Imperio Nuevo han aparecido enterramientos con las mismas figuras que
días tiene el año: 365, e incluso, superior a esta cifra. Se encontraron más de
cuatrocientos en la famosa tumba de Tutankamón, y más de setecientos en la del
faraón Sheti I.
     Respecto al origen de esta práctica, se
plantea la posibilidad de que esté relacionada con una costumbre mucho más
primitiva y salvaje, de llevar a cabo sacrificios rituales de servidores cuando
moría la máxima autoridad, para que siguieran a su servicio en la otra vida. 
Estas estatuillas los terminarían 
sustituyendo (¡menos mal! Y, bienvenidas sean).R.R.C.


