Una moneda
con la efigie de un emperador desconocido se visualizó por primera vez en 1713.
Poco más tarde aparecieron otras tres del mismo personaje. Al final, se han
hallado cuatro monedas de oro repartidas en tres países europeos, ya que dos de
las cuales se encuentran en la capital austriaca, otra en Glasgow (Reino Unido)
y otra en la ciudad de Sibiu en Rumanía. Al no descubrirse en una excavación
arqueológica legal, no se puede afirmar con seguridad su origen, si bien, hay
indicios de que proceden de Transilvania. Presentan un aspecto tosco, en donde
observamos una imagen del posible emperador con corona de rayos girado hacia la
izquierda y la leyenda: IMP SPONSIANI, o sea, “EMPERADOR ESPONSIANO” en español, y
una grafila de puntos. Mientras tanto, en el reverso, advertimos que es
prácticamente igual que un denario de época republicana romana del 135 a. C.,
semejanza difícilmente explicable, pues en su centro representa un monumento dedicado
a sus antepasados, y dos figuras togadas con instrumentos religiosos a ambos
lados rodeados por una grafila. En la imagen siguiente advertimos el denario
republicano al que he hecho referencia:
Como dije al
principio, no solo se encontró la moneda que encabeza este texto, hay otras
tres más, menos estéticas si se quiere, pero que también constatan la existencia
de este dignatario y que contemplamos a continuación:
¿Dónde
radica el problema para admitir la existencia de esta persona? En la
autenticidad de las piezas, y de que no sean una de tantas falsificaciones que
se han dado a lo largo de la historia, especialmente en el Renacimiento, aunque
ya era una práctica común en la propia antigüedad. De ser verdaderas habría que
situarlas a comienzos de la segunda mitad del siglo III d. C. ¿Quién sería Esponsiano?
Pues, posiblemente, un jefe militar de la parte oriental del Imperio que tomó
el mando proclamado por tropas a su servicio emperador de Dacia, sin el
conocimiento del Senado, luego, ya que los habitantes de la zona necesitaban
protección para sus vidas y actividades económicas, una vez que el ejército romano se iba
retirando de allí por la imposibilidad de defender sus fronteras en la crisis
del siglo III. Era sensato que tuvieran que emitir monedas propias, pese a que
no cumplían con los estándares romanos, pero que necesitaban para sus transacciones
comerciales.
En mi opinión, si se falsifica una moneda
sería con respecto a una que ya existe, pues, siempre facilitaría el engaño que
se pretende, pero nunca una desconocida o inventada. Por otra parte, recientes
estudios que se han llevado a cabo, ponen de manifiesto que estas piezas llevan
pequeñas ralladuras y otros elementos de haber estado enterradas muchos siglos.
Por lo que concluyen estos especialistas de que son auténticas. No obstante, no
existe ningún texto escrito que diga una sola palabra de la existencia de este
hombre, ni contemporáneo a él, ni posterior. Si alguna vez apareciese, aunque
siquiera una línea, supondría un gran aporte. La última palabra aún no está
dicha.