viernes, 5 de octubre de 2012

El carnaval del arlequín de Joan Miró

     
      Es un óleo sobre tela de 66 x 93 cm. de 1925, que se conserva en la galería Albright-Knox de Buffalo, Nueva York. Su autor, destaca entre los máximos exponentes del surrealismo abstracto, aunque previamente sus obras discurrieron entre el Fauvismo, el Cubismo y el Dadaísmo. Aportó una visión del inconsciente, mágica y lírica, todo ello con una gran fantasía. Con una gama de colores brillantes, creaba en un espacio real una gran cantidad de signos fácilmente reconocibles como: estrellas, soles, gatos, peces, escaleras, insectos, etc. con fuerte contenido simbólico.
     El propio pintor catalán hace la siguiente descripción de su obra: “ Lo pinté en mi taller de La Rue Blomet. Mis amigos de aquel entonces eran los surrealistas. Intenté plasmar las alucinaciones que producía el hambre que pasaba. No es que pintara lo que veía en sueños, como decían entonces Breton y los suyos, sino que el hambre me provocaba una manera de tránsito parecido al que experimentaban los orientales. Entonces realizaba dibujos preparatorios del plan general de la obra, para saber en qué sitio debía colocar cada cosa. Después de haber meditado mucho lo que me proponía hacer, comencé a pintar y sobre la marcha introducía todos los cambios que creía convenientes. Reconozco que El Bosco me interesaba mucho, pero no pensaba en él cuando trabajaba en El Carnaval". En este cuadro, reelabora elementos figurativos aparecidos en obras de Bruegel y de El Bosco, en donde se asiste también a esta invasión de criaturas simbólicas.
     En la tela aparecen ya elementos que se repetirán después en otras obras: la escalera que es la huida y la evasión, pero también la de la elevación; los animales y; sobre todo, los insectos, que siempre me han interesado mucho. La esfera oscura que aparece a la derecha es una representación del globo terráqueo, pues entonces me obsesionaba ya una idea: ¡tengo que conquistar el mundo!. El gato, que lo tenía siempre junto a mí cuando pintaba. El triángulo negro que aparece en la ventana representa la Torre Eiffel. Trataba de profundizar el lado mágico de las cosas. Por ejemplo, la coliflor tiene una vida secreta y eso era lo que a mí me interesaba y no su aspecto exterior. Durante ese año frecuenté mucho la compañía de poetas porque pensaba que era necesario ir más allá del “hecho plástico” para alcanzar la poesía.
     Ante esta perfecta descripción del autor poco podemos añadir, y siempre con el temor de contradecir sus palabras. Si observamos el cuadro detenidamente podemos comprobar: que un autómata que toca la guitarra junto con un arlequín con grandes bigotes, son los personajes principales de la composición pictórica, en donde hay una mezcla de objetos reales con otros inventados, imaginarios; aparecen gatos; pájaros que ponen huevos de donde salen mariposas; peces voladores; así, como una escalera que tiene una oreja humana enorme proyecta un ojo minúsculo entre los barrotes. El ojo, adoptado como emblema para señalar la presencia del hombre, como podemos comprobar en otras obras suyas, e incluso, incorpora signos de la notación musical. Respecto a esto último, Kandinsky, por esta misma época, ya trataba de relacionar los colores y las formas en la pintura con las notas musicales, como expone en su libro “De lo espiritual en el arte”. 
     Una sinfonía de colores y formas en movimiento recorren todo el espacio real, realizado con las normas de la perspectiva tradicional, en donde vemos un suelo y una pared de fondo, en la cual, se abre una ventana que nos permite ver el exterior, en la que aparece una forma cónica  oscura (que ya sabemos lo que representa, en palabras del propio pintor) sobre un cielo azul intenso, un Sol y una llama roja aparecen a su lado. 
     Es una obra detallista que exige una lectura detenida. Los colores, sobre todo los primarios, obedecen también a esta lectura detallada, y participan igualmente de la unidad armónica del cuadro, aportando más dinamismo a la obra. Por otra parte, los múltiples objetos parecen flotar en el espacio, como si la gravedad hubiera desaparecido en esta fantástica y onírica habitación. La escena es un carnaval, donde las apariencias pueden transformarse para ver otras que hay debajo. La realidad queda disfrazada y la apariencia es engañosa, debajo de la máscara se esconde otra forma. 
Por último, esta obra supuso la plena aceptación del artista en el grupo surrealista de París, dirigido por André Bretón, que incluso llegó a afirmar, que Joan Miró, con su gran imaginación, era el más surrealista de todos ellos.
       R.R.C.