La Donación de Constantino (Donatio Constantini en latín) fue un texto importantísimo para explicar el poder político alcanzado por la Iglesia allá por el siglo VIII, cuando ésta se encontraba gobernada por el papa Esteban II, y que éste presentó al entonces rey de los francos Pipino el Breve, como un documento otorgado al papa Silvestre en el siglo IV por el emperador Constantino, antes de su abandono de la península itálica y las posesiones que tenía el Imperio romano en Occidente, para dirigirse a la parte Oriental del mismo y refundar la ciudad que llevará su nombre en el estrecho del Bósforo: Constantinopla, la actual Estambul. Sin embargo, el documento resultó ser una falsificación elaborada hacia el año 750 por un funcionario anónimo papal, aunque el historiador Chamberlin, experto en estas cuestiones, lo atribuye a la pluma de un tal Cristóforo.
Los lombardos, un pueblo germánico
procedente del norte de Europa, habían ocupado las posesiones bizantinas en la
península itálica en la segunda mitad del siglo VI, para convertirla en su
reino definitivo poco tiempo después. Lógicamente, no estaban dispuestos a
reconocer la autoridad temporal del papa en territorios que la Iglesia
consideraba suyos. La situación se agravó hasta el punto, que el papa reinante,
el ya mencionado Esteban II, cruzó los Alpes para negociar con Pipino un
intercambio de favores: reconoció a éste como propietario del trono de Francia,
derrocando a la legítima dinastía Merovingia a cambio de recuperar para la
Iglesia, las antiguas posesiones bizantinas en Italia y que los lombardos tenían
ocupadas en la actualidad. El papa, utilizó el documento en cuestión como
argumento ante Pipino para reclamar dichos territorios como suyos, ya que el
propio emperador se los concedió a su antecesor en el cargo, el papa Silvestre,
para que los gobernase él y sus sucesores, hasta el final de los tiempos. Los
francos cumplieron con su parte del trato y en el año 774 conquistaron estos lugares
a los lombardos y los sometieron a la autoridad papal. Aquí tenemos el origen
de Los Estados Pontificios, también conocidos como “Patrimonio de San Pedro” y
al papa convertido en una autoridad con poder político sobre una considerable
superficie, como un monarca más, además de mantenerse como la cabeza de la
Iglesia cristiana.
El problema es que el documento esgrimido
para reclamar esos espacios era falso, como quedó demostrado a mediados del
siglo XV, después de minuciosos estudios realizados por el humanista y filósofo
italiano Lorenzo Valla (1406-1457). Por este motivo, también se le conoce como
La falsa Donación de Constantino, nombre más apropiado para ese texto. El
método de inventarse una fuente escrita antigua, fue algo que se utilizó en la
Edad Media para presentar alguna reclamación.
Sobre como ejercieron los papas sucesivos el
poder político sobre los Estados Pontificios, tenemos un documento fechado
hacia el 1350 de GIOVANNI DE’MUSSI, “Crónica de Piacenza”, que dice lo
siguiente:
“Hace ya más de mil años que esos territorios y ciudades
fueron dados a los
sacerdotes y desde entonces se han librado por esa razón las
guerras más violentas,
y, sin enemigo, los sacerdotes ni ahora las poseen en paz, ni
serán capaces de
poseerlas. Fuera en verdad mucho mejor ante los ojos de Dios y
del mundo que
esos pastores renunciaran enteramente al dominium temporale:
pues desde los
tiempos de Silvestre las consecuencias del poder temporal han
sido innumerables
guerras y la destrucción de gentes y ciudades. ¿Cómo es
posible que no haya habido
nunca un buen papa para remediar tales males y qué se hayan
hecho tantas
guerras en nombre de Dios por esas efímeras posesiones?.
Verdaderamente, no
podemos servir a Dios y a Mammón al mismo tiempo; no podemos
estar con un
pie en el Cielo y otro en la Tierra.”.
Leyendo este texto podemos concluir que la
alta jerarquía eclesiástica fue hija de su tiempo y, en multitud de ocasiones,
no tuvo un comportamiento mucho mejor que otros altos dignatarios civiles de
aquella época. La Iglesia vivió un período oscuro en el que los “personajes”
que ocuparon la Cátedra de San Pedro, evidentemente no dieron la talla, ni
tuvieron el comportamiento que cabría esperar de ellos como sucesores del
apóstol y como representantes de Jesucristo en la Tierra. Sin ir más lejos, en
el siglo X, por ejemplo, dos mujeres: Teodora y su hija Marozia de vida
licenciosa y nada ejemplar, influyeron decisivamente. Por supuesto, de manera
perniciosa en varios papas. Baronio, uno de los grandes historiadores del
papado en el siglo XVI, llegó a concluir a la vista del estudio de la figura
del papa Sergio, precisamente hijo de Marozia y calificado frecuentemente de
maligno, lascivo y feroz; que se había soltado a tal monstruo contra la Iglesia,
para demostrar que estaba protegida por Dios, porque ninguna otra institución
habría resistido semejante asalto desde dentro.
En fin, hay material de sobra para constatar
el lamentable camino que siguió la Iglesia medieval, y lo apartada que estuvo
de la doctrina de Jesús y de su fundador San Pedro: "Sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia” en palabras del Maestro.
R.R.C.
NOTA: En la imagen superior vemos al papa Silvestre y al emperador Constantino en un fresco del siglo XIII.