La pintura románica se puede dividir en dos sectores: pintura mural en las iglesias y miniaturas en los libros -sobre todo en los llamados Beatos-. Ambas se diferencian estilísticamente por la función concreta que tienen, aunque esta diferenciación no es radical, sino que se establece sobre un fondo común.
La
síntesis de la silueta, mediante grandes rayas, y el aire hierático, tienen un
ascendiente en el mosaico bizantino, sometido a un proceso de vitalización en
el Sur de Italia. Además, las miniaturas de los códices mozárabes, con sus
estilizaciones dibujistas, sus pliegues paralelos y sus rasgos desorbitados,
contribuyen a que los esquemas bizantinos pierdan su carácter de fría
impasibilidad para asumir la representación de las pasiones humanas. Sus
características son:
b) Color puro, sin mezcla, o a lo sumo con dos tonalidades. Se prefiere el plano cromático amplio, en el que se obtienen efectos violentos y con el que se expresa muchas veces algún simbolismo medieval.
c) Carencia de profundidad y luz: las figuras se disponen en posturas paralelas, como rellenando un plano, y con frecuencia resaltan sobre fondo monócromo o listado en franjas horizontales de diversos tonos. Al no proceder a la mezcla de los colores, las escenas carecen de vibración lumínica, ausencia que contribuye a resaltar de forma más poderosa la geometría de las formas.
d) Composición yuxtapuesta: preferencia por las figuras frontales y por la eliminación de cualquier forma que rompa el plano. En los grupos, las figuras no se relacionan hasta el románico tardío, alrededor de 1.200.
e) El muro se prepara al fresco de modo tan logrado que, arrancadas las pinturas de Berlanga y Tahull, quedan siluetas adheridas a la cal; quizá los toques finales se dieran con temple, contribuyendo a fijar la viveza de los tonos.
La técnica es antinaturalista, el
artista románico prefiere plasmar vivencias religiosas antes que reproducir
formas reales. De este antinaturalismo se deduce la ausencia del paisaje, o su
representación esquemática, con elementos convencionales.
Las vertientes simbólica y dramática del estilo se manifiestan con plenitud en las iglesias románicas de Cataluña, cuyas pinturas trasladadas al Museo de Barcelona utilizaban una técnica compleja: para la primera traza se recurría al fresco, pero se retoca y amplía la gama de colores con temple y una solución grasa en la que podría mezclarse aceite.
En
cuanto a los temas tratados, en los
ábsides se suele pintar el tema del Pantocrátor,
el Cristo en Majestad, rodeado de los símbolos de los evangelistas -Tetramorfos- Estas representaciones
poseen la grandeza de las amenazas apocalípticas. A veces, el Pantocrátor es sustituido por la Virgen en Majestad, como en Santa María de Tahull. En otras
ocasiones se recurre a escenas del Antiguo o del Nuevo Testamento, como es el
caso de la representación de Adán y Eva
de la ermita de Maderuelo, escenas de la vida de Jesús o simbolismos de la
corte celestial (serafines con tres pares de alas sembradas de ojos, querubines
o ruedas de fuego), y en alguna ocasión incluso temas funerarios paganos, como
en Pedret. Los ejemplos más representativos se encuentran en las dos iglesias
de Tahull, en San Baudilio de Berlanga, en la Vera Cruz de Maderuelo y el gran
pórtico de San Isidoro de León.
Cataluña
cultivó también la pintura sobre tabla
en los frontales de altar, género más delicado, de proporciones más reducidas,
pero que carece de la fuerza poderosa de los frescos murales.