Fue pintado por Masaccio en la
capilla Brancacci de Santa María del Carmen en Florencia, entre 1424 y 1427.
Aquí imagina tres secuencias, espacial y temporalmente diferenciadas. La escena
principal, en el centro de la composición, muestra a Jesucristo, rodeado de los
apóstoles, en el momento en que el recaudador de impuestos va a cobrar el
tributo. Cristo extiende su mano y San Pedro ratifica ese gesto con su propio
brazo, que señala el río que pasa por la zona de la izquierda. Todo da la
impresión de que el grupo ha sido sorprendido en el camino y se detiene,
mientras el recaudador también ha extendido su brazo hacia la derecha,
señalando la ciudad. Esta circunstancia permite apreciar la contraposición
entre ambos gestos y observar que los verdaderos protagonistas de la acción son
tres, ya que los movimientos de todos los demás han quedado como petrificados.
Esta escena narra un hecho recogido en el Nuevo Testamento, cuando los cobradores de impuestos del Templo se lo reclaman a Jesús.
El
observador se da cuenta de que la figura de Cristo tiene una majestuosa
presencia y que su rostro expresa bondad; a su lado, los apóstoles son hombres
individualizados, cuyos caracteres quedan reflejados por el resplandor de sus
miradas: desconfianza la de uno, acechante la de otro, voluntariosa la de un
tercero, etc.
La
segunda escena, al fondo y a la izquierda, corresponde al instante en que S.
Pedro coge un pez del río para extraer de su boca la moneda destinada a pagar
el tributo. La tercera, en la zona derecha de la pintura, representa al santo
pagando el tributo al recaudador. El tema, por tanto, hace referencia a la
necesidad de que todos los integrantes del Estado florentino cumplan con sus deberes
cívicos, entre los que destaca el pago de los impuestos, digamos que este
fresco recuerda a los florentinos la necesidad de pagar tributos, ya que contaría con la aprobación
del propio Jesucristo.
Los
dos primeros actos de esta obra se desarrollan ante un paisaje a penas
esbozado; el tercero, en cambio, aparece situado ante una arquitectura
puramente renacentista. En cuanto a la composición, la zona central se plantea
dentro de un esquema compositivo circular: se basa en la tradición clásica que
representa a Sócrates y a sus discípulos dispuestos según ese mismo esquema. La
escena se organiza a partir de un observador fijo con un exacto cálculo de
distancias. El punto de vista está situado al nivel de las cabezas de los
personajes. A pesar de la isocefalia
(todas las cabezas de los personajes se sitúan a la misma altura), se consigue
la creación de un espacio. En cuanto al dinamismo, el personaje que aparece de
espaldas, con sus arqueadas piernas, le da movilidad a toda la obra.
Las
figuras dominan en este fresco. El excelente estudio de los rostros de los
discípulos señala una fuerte intromisión de lo humano en temas que en el la Edad Media se
consideraban exclusivamente divinos y simbólicos. Con ello la grandeza del arte
radica en reflejar el mundo real, y cada personaje adquiere una individualidad
y una sobriedad propias de la gente corriente.
Es interesante destacar la tridimensionalidad de los personajes, tienen volumen,
pesan, como diría Berenson estamos ante un avance manifiesto en la consecución
de los valores táctiles en la pintura.
Una
luz diagonal matiza el contraste de luz y sombra conseguido mediante
difuminados toques de color, sin apenas trazos definidos como dibujo, que
marcan la esencia de lo que es la pintura en un sentido moderno.
Manuales de Arte. Adaptado por R.R.C.
P.D. Concretamente este fresco de Masaccio expone
ante el espectador el cap. 17, v. 24-27 del evangelio de San Mateo, cuando
Jesús manda a San Pedro a echar el anzuelo al mar de Galilea y extraer de la
boca del primer pez que pique un estatero (una moneda), para pagar el tributo
al Templo de Jerusalén, por San Pedro y por Él mismo.
Dependiendo del sitio y de la época el
estatero tenía distintos valores, pero al que se refiere el evangelio era de
plata y equivalía a cuatro dracmas, o sea, que poseía un peso de unos 15 y g. Sabemos que tenían que pagar el equivalente a
dos dracmas cada padre de familia al año para el sostenimiento del Templo; el
cual estableció para este impuesto el
siclo de Tiro, que también equivalía a cuatro dracmas, pero tenía una mayor pureza
de plata. Así que, la moneda que obtendría San Pedro de la boca del pez debía
de ser esta última (ya comentada en otra entrada del blog).
R.R.C.