Anverso del pectoral |
Este
escarabajo alado del famoso faraón Tutankamón de la XVIII dinastía egipcia,
encontrado en su tumba por el arqueólogo británico Howard Carter, es una
auténtica obra maestra de la orfebrería (aunque siempre hay quién no está de
acuerdo). Data, pues, del siglo XIV antes de J.C. Presenta unas medidas de nueve
centímetros de alto y diez y medio de ancho, y tuve la oportunidad de verlo en
una de las vitrinas del Museo de El Cairo, junto a otras piezas de gran valor
que se exponen en la sala dedicada a este faraón. Los materiales empleados son
fundamentalmente: oro, lapislázuli, cornalina y turquesa. Todos juntos producen
un gran impacto cromático, al igual que ocurre con su conocida máscara
funeraria, situada a pocos pasos de esta otra pieza que también podríamos
considerar una "pequeña" obra de arte. Ni que decir tiene (sólo basta con mirar las
imágenes que acompañan este texto), que su estado de conservación es excelente,
hasta el punto, que tuve que hacer un esfuerzo para imaginar que cuando se
elaboró esta joya, todavía faltaban más de mil trescientos años para que
naciera Jesucristo.
Estamos ante uno de los asuntos más
repetidos de toda la iconografía del Antiguo Egipto: el escarabajo pelotero,
que se solía colocar bajo los vendajes de la momificación a la altura del
corazón del difunto. En el caso que nos ocupa, no apareció bajo las vendas,
sino en una caja un tanto revuelta junto con otras piezas de valor. Su cuerpo
está hecho en lapislázuli de azul intenso con incrustaciones de pirita dorada,
uno de los materiales componentes de esta roca. Sus preciosas y vistosas alas
se incurvan para rematar en un disco solar de cornalina, que con su boca y
patas delanteras sujeta el insecto. También dispone de las dos patas traseras,
menos llamativas que las anteriores y se sacrificaron las intermedias, en pos
de la elegancia de la obra (recuerden que este escarabajo tiene seis patas y no
cuatro). Podemos observar, que se ha elaborado de tal manera, que da lugar a
que la mirada del espectador siga un recorrido ascendente que concluye en el
disco solar, tan importante en su religión.
Mientras tanto, la parte inferior se
remata con un signo jeroglífico en forma de canasta que se denomina neb, y está
confeccionado en turquesa, que lo hace destacar del conjunto del escarabajo y
tres líneas verticales de cornalina, que es como se indica el plural en su
idioma. Por cierto, la central, valga la redundancia, no se sitúa en el centro
(¿efecto deseado, o defecto?, según los entendidos parece que lo primero). Tengamos en cuenta que es
una pieza simétrica y el palito central se desvía del eje de simetría,
probablemente para no hacerlo coincidir con el Sol (Ra), que aparece en el
extremo superior y, con este recurso, aún destacaría más.
A pesar de la riqueza cromática que
presenta, es el color azul del lapislázuli (que también se exhibe en las alas), el que se impone y domina todo el conjunto. No obstante, llama mucho la
atención el enorme disco solar anaranjado que destaca por sí mismo, sin
olvidar que las alas curvadas colaboran decisivamente para que nos fijemos en
él. Sin olvidar, el llamativo y ancho borde de oro en donde se encuentra
incrustado.
En el reverso, completamente dorado
presenta una ancha anilla en la parte superior, con el objeto de poderse colgar
con un cordón y poderlo lucir sobre el pecho, probablemente a la altura del
corazón.
Por último, hay que tener presente que el
escarabajo pelotero era un símbolo muy popular entre la población egipcia,
siendo considerado por ella uno de los amuletos protectores más importantes de
los que podía disponer. Se han encontrado hechos en multitud de materiales, de
más y menos valor. La gente adquiría aquellos que se podían permitir. Sin duda,
los de lapislázuli eran los más valiosos, dignos de los propios faraones, que era como decir: de los dioses.
El nombre en Egipto tiene mucha importancia
y configura la propia identidad de la persona. El hecho de que se elabore
con materiales nobles aumenta su relevancia. Si, además, forma parte de él la imagen del escarabajo y el propio Ra simbolizado en un círculo, la
consecuencia final no puede ser otra que terminar integrándose la naturaleza
del faraón y la del dios. El mismo objeto adopta la forma redondeada que nos
indica, una vez más, el disco solar. Todo ello dota a esta pieza de un
potentísimo poder mágico y benefactor hacia su dueño. En definitiva, cuando el
faraón portara en el Más Allá este valioso objeto dejaba de ser un hombre para
convertirse en el propio Ra.
Nota importante, espero que
aclaratoria. Bien, lo
que se conoce como Nombre de Trono del monarca* es transcrito al español: Neb-jeperu-Ra**,
es decir, en el cartucho en donde se inscribía el nombre de este faraón aparece
el disco solar (Ra), el escarabajo pelotero acompañado de los trazos del plural
(heper, más las tres líneas) y la cesta (neb), como vemos en la última imagen. Luego, el pectoral es su propio
nombre.
* Significa
“El de la Abeja y el de la caña”. Si tenemos en cuenta, que la abeja es un
símbolo del Bajo Egipto y la caña del Alto Egipto, se podría traducir como el
rey del Alto y Bajo Egipto. Los faraones recibían cinco nombres cuando accedían
al trono, entre ellos el que estamos tratando: Nombre de Trono (Nesut-Bity en
egipcio), que es el que se utiliza habitualmente en las listas reales escrito
dentro del mencionado cartucho (shen).
**Su
traducción sería: “El Señor de las manifestaciones es Ra”, el
verbo ser no aparece, pero ateniéndonos al contexto hay que incluirlo en la
traducción.