Desde hace unas pocas décadas y
en los últimos años con más intensidad, se ha impuesto la práctica de prohibir
las visitas a la gente normal de una serie de lugares históricos, que se dice
que son Patrimonio de la Humanidad. ¡Menuda contradicción!, si la humanidad a la
que se hace referencia no puede verlos, con el argumento de que si se permiten
visitas se deterioran y no se podrán conservar para las generaciones futuras. ¡Magnífico! Le quitamos el derecho a su disfrute a las generaciones actuales y
se lo pasamos a las venideras. ¿Sabe alguien cómo serán éstas en el futuro?,
¿tendrán los mismos apegos y gustos que nosotros?, ¿los conservarán con el
mismo interés?, ¿puede garantizar algún experto que un desastre natural, o una
guerra provocada por los mismos humanos no destruirán todas estas reliquias que
con tanto celo se guardan, y al final, nos las perdemos los unos y los otros?
Por lo que tengo entendido, es un grupo de técnicos los que toman esta decisión
y la autoridad gubernativa correspondiente la encargada de aplicarla. ¿Tendría
sentido que tuviésemos un precioso cuadro metido en una caja para siempre porque se iría deteriorando con el tiempo si la abrimos?, ¿de qué nos serviría?
En fin, así podría seguir planteando más preguntas, pero con las apuntadas creo
que son suficientes.
Ahora bien: ¿somos todos los que tenemos
prohibida la visita? Creo que no. Para empezar, los técnicos pueden ver lo que
nos tienen vetado a los demás. Y no sólo éstos, las personas que ellos decidan
también podrán verla: familiares, amigos, etc. Los gobernantes que apoyan esta
medida, si lo desean, estoy seguro que pueden hacer una excepción. El poder y
el dinero, que habitualmente van de la mano, se saltan muchas normas que la
gente sencilla tiene que cumplir. Conocido es el dicho de que: “el dinero abre
todas las puertas”, menos las del Cielo, como nos recuerda el propio
Jesucristo. Alguna limitación tendría que tener ¡qué le vamos hacer! Resumiendo,
no todo el mundo se ve afectado por esas medidas prohibitivas.
Por otra parte, me llama la atención escuchar a muchos justificar y comprender unas disposiciones que los excluye precisamente a ellos de tener la posibilidad de visitar los lugares a los que
me estoy refiriendo, con el argumento ya expuesto de que hay que conservarlos
para las generaciones futuras. Y, ¿nosotros qué?, nos dedicamos a cuidar un
árbol para los que vengan y, mientras tanto, no podemos ni probar sus frutos.
Más altruismo imposible, y nada tengo contra el mismo. Pero una cosa es ser
altruista y otra muy diferente ser tonto. Nosotros nos convertimos en los
guardianes del emplazamiento que no podemos visitar, para que más tarde vengan
otros y lo hagan en nuestro lugar. Si es que todavía se conserva. Perfecto.
Voy a poner un par de ejemplos. No hace
mucho, leí en la prensa que un conocido arqueólogo egipcio, ya que chupa más
cámara que el más preciado actor de Hollywood, pues no hay documental o
programa televisivo que trate sobre los faraones en el que no nos obsequie con
su presencia, e incluso lo he visto figurar en alguna película. Por supuesto, no cuestiono su profesionalidad (posiblemente es una de las personas que
más saben del Antiguo Egipto), propuso cerrar el Valle de los Reyes para el
turismo de masas y hacer réplicas de las tumbas de los monarcas en una zona
cercana para los visitantes, que tanto necesita la economía de ese país.
Mientras tanto, aquellas personas que pudiesen pagar una fuerte cantidad de dinero
y otros personajes importantes, sí podrían ver las originales. ¡Qué bien!
Espero que las autoridades no le hagan caso y sigan permitiendo el acceso a las
sepulturas al gran público. Además, ya mantienen algunas cerradas, como la del
famoso Tutankamón (de la que ahora se dispone de una réplica cerca de la casa
que ocupó Howard Cartel durante las excavaciones que realizó en este lugar), y
la mejor de todas, que es la de Seti I, no se puede ver desde hace varios años.
Ahora podríamos preguntarnos: ¿merece la pena viajar desde cualquier lugar del mundo para ver una réplica aquí, o en cualquier otro sitio? La respuesta;
ustedes mismos.
Hace poco pasé por Santillana del Mar, en
donde se encuentran las famosas cuevas prehistóricas de Altamira, y para poder
acceder a ellas tenías que participar en un sorteo que se hace todos los
miércoles. Cinco personas son las afortunadas, después de enfundarse trajes
especiales las pueden visitar con un guía durante un tiempo muy breve. Llevaban
muchos años cerradas al público desde que un grupo de especialistas así lo
consideró. Bueno, esta sería una medida intermedia entre el cerrojazo y la
visita, aunque si tenemos en cuenta el número tan limitadísimo de seleccionados
(muchos serán los llamados y pocos los elegidos, como nos recuerda el Nuevo
Testamento), esta medida se encuentra más cerca del cerrojazo que de la
apertura. Por cierto, yo no participé en el sorteo, con lo cual se redujeron
bastante mis posibilidades de ser escogido. ¡Mala suerte que tiene uno!
¿Estoy proponiendo dejar vía libre a todo
el mundo para que haga lo que le dé la gana con el patrimonio de todos?
Rotundamente no. Tenemos la obligación de protegerlo, cuidarlo y mimarlo, incluso todo lo que podamos y más, para legarlo a las generaciones futuras, al igual
que las generaciones anteriores nos lo han dejado a nosotros. Pero hay que
buscar la fórmula para que la gente actual no quede excluida de esas riquezas,
con el argumento de que tenemos que conservarlo para nuestros descendientes.
Igualmente, todo se deteriora con el paso del tiempo, aunque no lo visitemos. En la actualidad hay medios técnicos e informáticos suficientes para inventariar,
copiar, reproducir, o lo que haga falta, para que ese patrimonio no desaparezca si se
menoscaba con el buen uso y el máximo cuidado. Esta sería mi propuesta.
P.D. Como muestra
de lo dicho, recojo lo escrito en su muro Facebook un conocido mío en octubre de 2021, y uno de los
comentarios que le escribieron:
“Hace 36
años, mis amigos, una pareja de veinteañeros por entonces, realizaron un viaje
por Cantabria. Cuando llegaron a Altamira, la visita a la cueva estaba
restringida a unas pocas visitas al año y no pudieron entrar; pero les dieron
la posibilidad de solicitar la entrada de cara al futuro. Así que anotaron sus
datos en un papelito y lo introdujeron en una urna.
Hace unas
semanas, mi amigo, que ya ha brincado los sesenta y hasta tiene un nieto,
recibió una llamada telefónica desde Altamira: ¡Enhorabuena, les ha llegado el
turno! En un principio, pesó que se trataba de una broma, y a punto estuvo de
colgarles el teléfono y decirles que fueran a reírse de su prima… Pero, poco a
poco, conforme transcurría la conversación, se dio cuenta de que era cierto y
recordó aquel papelito que rellenara tres décadas y pico atrás, como quien mete
un mensaje en una botella y lo lanza al mar.
El cuento ha
tenido un final feliz y, el otro día, mis amigos regresaron de su viaje exprés
a Cantabria, con los ojos llenos de bisontes y sabiendo que la paciencia da sus
frutos”.
Comentario aportado por una señora al texto anterior:
"En 1970 yo fui una de las privilegiadas que pude ver Altamira. Por entonces sólo tuve que esperar 15 minutos a que se formara el siguiente grupo de visita guiada. Años más tarde, con mis hijos, ya no pude entrar por la restricción de visitas…"
R.R.C.