En vista de la actual situación de
deterioro de la democracia española como consecuencia de la inmensa corrupción
de sus dirigentes, me ha parecido oportuno, traer a la primera página del blog
a un político honrado, aunque para ello, me haya visto obligado a retroceder
hasta el siglo V antes de J.C. ¡Menos mal que no he tenido que remontarme a los
fósiles de Atapuerca! Según el Antiguo Testamento, Dios tuvo que destruir las
ciudades de Sodoma y Gomorra, porque Abraham fue incapaz de encontrar a diez
personas justas en ellas. No quiero imaginar lo que pasaría ahora, si le
planteara la misma exigencia: buscarlos entre la casta política española de
hoy.
Lucio Quincio Cincinato nació en la
antigua Roma, cuando todavía estaba regida por una monarquía que daba sus
últimos coletazos. Disfrutó de una larga vida, si tenemos en cuenta la época
que le tocó vivir, ya que llegó a cumplir los ochenta años de edad; del 519 al
439 antes de J.C. No fue un político al uso y mucho menos aún si lo comparamos
con los actuales gobernantes que padecemos en España, pues no sabemos qué tiene
que ocurrir para que dejen sus poltronas y privilegios, ya que nuestro
personaje, carecía totalmente de ambición personal, pudiendo tener en sus manos
todo el poder, renunció a él, prefirió vivir en el campo y labrar la tierra con
la ayuda que le prestaban sus bueyes, a
la ostentación de importantes cargos públicos. Durante la República romana se
consideró un ejemplo a seguir, un arquetipo al que imitar; por su honradez, su
integridad, su patriotismo de verdad y toda una serie de virtudes de las que
hacía gala. Si a esto añadimos, su capacidad para resolver los graves problemas
a los que tuvo que enfrentarse para salvar a Roma del desastre, ¿Qué más se
puede pedir? Probablemente, su figura nos ha llegado un tanto mitificada,
algunas cuestiones que nos transmite la tradición no son verificables, pero a
pesar de ello, se tienen indicios suficientes para suponer que fue un personaje
nada común, con unas cualidades y sobre todo unas actitudes admirables.
Perteneció a la clase social de los
patricios, considerados descendientes de los primeros pobladores de Roma y como
tal tenían derecho a utilizar tres nombres: el individual: Lucio (praenomen);
el de la gens Quincio (nomen) y
el de la familia: Cincinato (cognomen). Los patricios se organizaban en gentes
y cada gens agrupaba un número de familias. Fue cónsul, general y dictador
romano (en este caso, el puesto de dictador no tiene una carga peyorativa) a
propuesta del senado.
Si seguimos al gran historiador romano
Tito Livio, en el año 458 antes de C. mientras tenía lugar una dura guerra con
los ecuos y los sabinos, se nombró dictador por un período de seis meses a
Cincinato. Los enviados del Senado lo encontraron en su predio (tierra) que
explotaba con sus propias manos. Limpiándose el polvo y el sudor, y colocándose
la toga de color púrpura que su mujer le había traído, de inmediato se dirigió
a Roma, derrotó a los enemigos, y después de dieciséis días, abandonó voluntariamente
el cargo de dictador, por el que no tenía ningún apego, para regresar al campo
con su pareja de bueyes y seguir con sus labores ordinarias.
Ya en la vejez, con ochenta años, fue
requerido de nuevo por el Senado y nombrado por segunda vez dictador, para
solucionar un grave problema al que tuvo que hacer frente la joven República,
evitar que un tal Espurio Melio se hiciese con el poder de una manera ilegítima
aprovechando sus grandes riquezas, en un momento de profunda crisis y hambre
para el pueblo llano, según Tito Livio, e incluso había quién se suicidaba para
evitar una situación tan desesperada. Resuelto el problema tras una hábil
maniobra, regresó a su casa. No obstante, hay historiadores que ponen en duda
este segundo nombramiento y consideran que es fruto de la leyenda engrandecida
que circulaba en Roma sobre este personaje.
En España, cuando se proclamó la I
República en 1873, su primer Presidente D. Estanislao Figueras, abandonó el
poder sin previo aviso, después de haber presidido una convulsa reunión del
Consejo de Ministros, en la que se discutía hasta el aburrimiento sin llegar a
ninguna conclusión. En este contexto, Figueras cortó la discusión y les espetó:
"Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos
nosotros". Acto seguido se fue, dejando plantados a todos sus ministros. Al
ver que no se presentó a trabajar en su despacho al día siguiente, fueron a
buscarle a su residencia, y allí les informaron, que se había marchado a
Francia harto de todo y de todos. En esta ocasión, no sólo plantó a su
gobierno, sino a toda España. Al igual que Cincinato, dejó el cargo sin
necesidad de que lo echaran, pero no resolvió los problemas que tenía sobre la
mesa, como sí hacía el gobernante romano.
Como curiosidad, la ciudad norteamericana
de Cincinnati se llama así por el protagonista de nuestra historia, e incluso, se ha levantado allí una estatua en
su honor, la que podemos ver en la imagen, entregando con una mano los símbolos
del poder y agarrando con la otra el arado. ¿Se imaginan a un político español
actual haciendo lo mismo?
R.R.C.