Los faraones egipcios tenían por costumbre casarse con sus
hermanas, para que la sangre real no se mezclara con la popular. Lo único que
consiguieron con eso fue dejar seriamente mermada con diversas patologías
(consecuencia de la consanguinidad) a su descendencia. La monarquía española
no llegó a tanto, prefirieron sobrinas y primas para sus matrimonios a
hermanas, que por otra parte, la Iglesia católica nunca las hubiera aceptado.
Valga como ejemplo, ya que recientemente he escrito sobre ellos: que Isabel II se casó con un primo hermano suyo por parte de padre y por parte de madre; su
abuelo Carlos IV casado con una sobrina; y su madre María Cristina, sobrina y
esposa de Fernando VII, padres de Isabel II (si se han liado un poco y lo
tienen que leer dos veces es normal. A mí me quedó bien escrito a la tercera).
En el resto de monarquías europeas el matrimonio entre parientes era una
costumbre consentida y deseada por los partidarios de esta forma de gobierno.
En esta ocasión
me centraré en las esposas no en las mujeres de Fernando VII, que tuvo muchas
más. Y, antes de referirme a ellas recordaré que el rey padecía de lo que se
conoce en medicina como una macrosomía genital ¡vamos que tenía un aparato
enorme! Lo cual le produjo graves problemas a lo largo de toda su vida en sus
relaciones con las mujeres. Además de ser un empedernido misógino, lo que le
llevaba a sentir un odio exacerbado por el sexo opuesto. Según certificó un
médico de la época, esta deformidad fue el problema por el que sólo su cuarta
esposa le pudo dar dos hijas. No tuvo descendientes varones, como él hubiera
deseado.
Su primera esposa
María Antonia de Nápoles fue prima suya, y sentía una gran repugnancia por él. A
la vez que el rey la despreciaba (una historia de amor no fue), con lo que sus
relaciones fueron muy complicadas. Murió pronto (no sin antes haber sufrido dos
abortos) en circunstancias poco claras, pero lo más probable es que fuera de
tuberculosis.
Su segunda esposa
María Isabel de Braganza era sobrina suya, a la cual denigró, deshonró, desairó,
postergó… durante todo el tiempo. También murió joven después de dar a luz una
hija que vivió cuatro meses, cuando se encontraba embarazada de nuevo en un
avanzado estado de gestación.
Su tercera esposa Mª
Josefa Amalia de Sajonia también fue sobrina suya y bastante menor que él, ya
que fue obligada a casarse con tan solo 15 años (el rey tenía 20 años más), y
encima educada en un convento, lo que no ayudó nada para lo ¡qué tenía que ver
después! En fin, un desastre de matrimonio, una verdadera desgracia. La noche
de bodas inenarrable. A la brutalidad del rey se sumó la espantosa visión de
su enorme órgano genital. Ella se negó en rotundo y salió corriendo por la
habitación dando gritos. Tuvo que intervenir hasta la Santa Sede para
convencerla de que no era pecado yacer con él, según le hizo saber el propio
Papa en una carta. Sin conseguir quedarse embarazada, diez años después, en
1829 falleció.
Su cuarta esposa
Mª Cristina, otra sobrina suya, fue la que al fin le dio dos hijas a Fernando
VII, la mayor de ellas, la futura reina de España Isabel II. Previamente, la esposa
solicitó que se ideara algo para aminorar el problema genital del rey. Con este
fin se realizó un cojín de unos pocos centímetros de espesor con un agujero
central, para que el monarca introdujera su miembro por ahí durante el coito.
Esta almohadilla fue la solución del problema. Poco tiempo después nacieron
sus hijas Isabel y Luisa Fernanda. Esta segunda, no se conformó con un papel
secundario, y maquinó para ser nombrada soberana de un hipotético Reino de
Ecuador. Pero en fin, esta es otra historia.
R.R.C.