Nos encontramos
con una naturaleza muerta pintada al óleo sobre un lienzo de 46x84 cm. expuesto
en una de las galerías del Museo del Prado de Madrid, brillantemente realizado
por el pintor extremeño Francisco de Zurbarán hacia el año 1650 en plena época
barroca. Sobre una gruesa repisa de madera coloca de manera magistral cuatro
cacharros vulgares, pero exquisitos a la vez, representados a tamaño natural: dos de porcelana, uno de
arcilla y otro de plata dorada, a lo que habría que añadir los dos platos de
metal que contienen las dos piezas que aparecen en las esquinas. Todo ello
sobre un fondo oscuro que colabora a que destaquen aún más los objetos que nos
muestra en este maravilloso primer y único plano. Esta obra no guarda secreto
ni simbolismo alguno; es, simplemente, pura recreación artística y técnica
pictórica. La quietud, la austeridad y la simetría se apoderan del
lienzo. También comprobamos una pincelada más suelta de lo habitual en este
autor.
Zurbarán se
enfrentó a este cuadro pintando los tiestos uno a uno, es decir, sin tener en
cuenta al conjunto, pintaba un objeto, lo retiraba, y después continuaba con el
siguiente. Lo podemos comprobar en la sombra que produce cada elemento que no
se propaga en el de al lado, como ocurriría si todos ocuparan el estante a la
vez. El foco de luz que ilumina este conjunto procede del lado izquierdo, la
cual es utilizada por el artista para individualizar cada uno de los
recipientes y destacar las diferentes texturas que presentan. Además, si nos
fijamos en las asas de los objetos, cada uno aparece dispuesto de una manera,
produciendo la sensación de que los podemos coger para llevarlos a otro lugar.
En este período,
había una auténtica pugna entre escultores y pintores para solventar qué faceta
artística estaba por encima de la otra: si la escultura se debía de valorar más
que la pintura, o viceversa. Aquí tenemos un buen ejemplo de cómo la pintura
con estos objetos tridimensionales adquiere valores propios de la escultura.
Los valores táctiles que decía Berenson, para referirse a la materialidad o
corporeidad sobre una superficie plana. Valores
escultóricos en fin, que consiguen en el Quattrocento italiano autores como
Giotto o Masaccio, por ejemplo. Sin duda, una magnífica obra para el deleite de
nuestros sentidos.
R.R.C.