Aunque ya hemos pasado sobradamente el 14 de febrero, que como todos sabemos se celebra el día de los enamorados, me ha venido a la cabeza una vieja historia que sucedió en un pequeño y bello municipio del sur de los Países Bajos llamado Roermond en 1842, cuando la pareja formada por JWC van Gorcum y su esposa JCPH van Aefferden, nombres bastante complicados de pronunciar y de retener para personas de habla española, decidieron contraer matrimonio contra la voluntad de sus propias familias, especialmente de parte de ella, y del pueblo en general. El problema era que ella profesaba la religión católica entretanto que él era protestante, además de que la joven pertenecía a una familia noble mientras que el novio era de clase baja. Aunque esto último quedó solucionado en parte, porque él alcanzó el grado de coronel de caballería en el ejército holandés.
Contra viento y
marea se celebró el matrimonio en la fecha señalada, cuando ella contaba con 22
años y el amor de su vida 33. Fueron 38 años de dicha y felicidad, hasta que la
muerte del esposo en 1880 los separó, pero no para siempre, ya que el
fallecimiento de su dulce esposa en 1888 los volvería a unir de nuevo. Hasta
que esto ocurrió, la mujer acudía al camposanto todos los días para acompañar a
su marido en la soledad de la sepultura. El cementerio de la localidad estaba
dividido por un grueso muro de ladrillo macizo que separaba la parte católica
de la protestante, también había una sección para los judíos. La tumba del
esposo se encontraba pegada al muro (él dejó escrito que le dieran sepultura en
ese punto concreto que separaba ambos cementerios), y ella se las ingenió, no
sin antes renunciar a su más impresionante panteón familiar, para que la
enterraran justo al otro lado del muro en donde se encontraba la tumba de su
marido, y levantasen unas lápidas lo suficientemente altas con dos pequeñas
casetas en la parte superior, de las que pudiesen salir unos brazos que
permitiesen juntar las manos de ambos esposos; y así, sellar su querer eterno
por encima de muros y murallas. Y ahí continúan, como símbolo de que el amor
está por encima de cualquier barrera, convirtiéndose en una de las principales
atracciones turísticas de este municipio de 57 000 habitantes.
R.R.C.